Las dos últimas semanas en CABA se sintieron como unas ínfimas vacaciones. ¿Acaso hace un año que no trabajo a cambio de un salario por motivos migratorios y, aún así, necesitaba desconectar? Sí. Ya no pido disculpas por mi descanso. Me llevó casi un año incorporar al cuerpo mi derecho a La Nada.
Esta publicación autosustentada (¡que en breve cumple 12 meses!) le dedicó diversas newsletters al derecho a frenar. Me alegra poder autoevaluar cómo se van asentado ciertas batallas internas a partir de su registro en este espacio. Descubro alguna clave que desconocía en la constancia de sostener la escritura, incluso cuando me siento de lo peor. Sobre todo cuando me siento de lo peor.
Las estadías breves fuera de la cotidianeidad me sirven para reiniciar el cerebro, más allá de los kilómetros que viaje o del tiempo que allí permanezca. Esta vez pude salir de la vida transitoria impensada que me tocó establecer en MDQ. El cambio de escenario me permitió pasar en limpio varias cosas:
Una, primordial: mi visa inglesa está en marcha. Me quedaba el último paso de toma de datos biométricos y, ahora que lo taché de la lista de pendientes, oficialmente lo que sigue es que se comuniquen del Gobierno con una decisión. No resta más que, adivinaron, seguir esperando.
Dos, si bien adoro salir por ahí, los planes que más disfruté son aquellos donde pude reírme con un otre. Claro que si hubo bebida y comida rica en el medio, tanto mejor. Con todo, lo más valioso fueron los varios días-noches que nos quedamos adentro con amigues para cocinar, cantar a los gritos hits 90sos y malcriar gatites.
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Enable 3rd party cookies or use another browserTres, lo mejor de Buenos Aires es que nuclea gente especial con quien tengo muchísimo en común. Fui al teatro con mi amiga actriz, cafetée con escritorxs, ideamos episodios de podcast y hasta ligué libros. Mi batería artística se carga al compartir búsquedas creativas con personas que también viven por y para la palabra, la comida, los viajes. Cuando por fin logramos coincidir, una mera reunión se convierte en una fiesta.
CARTAS AL INVIERNO
Me dejo llevar por la intermitencia del sol en la ciudad, la forma que tiene de entreverarse en los edificios cuando estoy en movimiento. Si cierro los ojos, sucede el parpadeo: imágenes silenciosas que alteran la percepción del lugar, del nombre. ¿Podría estar en cualquier paisaje? No, pero sí podría ser cualquier ciudad la que me albergue. (Criatura del Viento - Sol Iametti)
Hoy me encuentro nuevamente en el departamento de Mamá, en Mardel, con un internet funesto que va y viene según se le antoja a la tormenta de Santa Rosa. Supongo que me quedan un par de meses más acá aunque, si les soy sincera, admito que ya dejé de contar. Las vacaciones sirvieron para aliviar el tedio, sin dudas. Volví de Capital más liviana de pensamientos, pero pesadísima entre libros (como el que acabo de citar) e ingredientes coreanos para mi cena fusión del domingo 20 del agosto en MDQ.
¿Así les aviso de otra cena Pop-Up? Así, de sopetón. Debería saber más de marketing y anunciarlo con bombos y platillos, pero planificar estrategias nunca fue lo mío.
Pronto cocino nuevamente en mi ciudad natal.
Con Lucho armamos un menú fusión coreano del que me enorgullezco profundamente. Además de platos, vamos a preparar 9 banchan.
Los banchan son platitos que acompañan el arroz en la mesa coreana. Estas pequeñas guarniciones ostentan carácter ineludible para su cultura. A grosso modo, podríamos decir que una comida normal incluiría tres “platitos”; una buena, cinco o seis; y una superlativa, más de ocho. En la calidad y cantidad de banchan es que se juega el lujo en la gastronomía coreana. Espero, con este menú, transmitirles todo el respeto que siento por este país y su comida.
Mi K-obsesión no es nueva en esta newsletter. El año pasado, una visita al museo Victoria and Albert en Londres me reconectó con mi experiencia SO-ÑA-DA en Seúl. Y separo en sílabas el adjetivo para recalcar que conocer Corea había sido el sueño de mi vida. Tan gigante era mi ilusión que aún no he encontrado otro destino que me fanatice al punto de idealizarlo. ¿Será que hablo desde el privilegio, porque pude viajar mucho hasta ahora? No. Pienso que lo digo desde la ignorancia. Hay cientos de destinos allá afuera que me volarían la peluca, solo que aún no sé de su existencia.
Lo que pienso a menudo, y esto es especialmente cierto ahora que acabo de regresar de Buenos Aires, es que desde que pude salir al mundo valoro cada vez más lo que siempre tuve y di por sentado. ¿Será consecuencia de la edad, de la experiencia, de la vida vivida? No lo sé, pero me encontré repitiendo la frase "Buenos Aires no tiene nada que envidiarle a Londres" a varies compatriotas que dudan del suelo sagrado en el que nacimos.
No voy a dedicarme nuevamente a los antiargentina, pero me resulta asquerosamente obvio cómo pretenden convencernos de que TODO es mejor afuera que acá. Me repugna escuchar "Ezeiza es la solución" como si a (la mayoría de) los que nos fuimos no nos costara pagar el alquiler. La ridiculez alcanza niveles superlativos cuando, y esto ha pasado -les juro-, me intentan convencer de cómo son las cosas donde YO vivo, aunque YO les esté explicando en carne propia que mi experiencia es otra.
Lo que pasa es que mi relato no se condice con lo que cuentan en la TV o en los portales de noticias.
Entonces explico, por ejemplo, que en Londres no conozco a ningún trabajador que viva SOLO. Y aclaro trabajador porque es distinto si vivís de herencias o tenes un sueldo ejecutivo. Nadie que perciba un sueldo estándar puede costear los gastos de un departamento siendo una sola persona. Se vive con amigos, con la familia, con la pareja. Cada vez es más difícil para todos, pero los noticieros argentinos omiten esa parte.
Decía, antes de mi desvarío politizado usual, que Buenos Aires es una de esas ciudades enormes con personalidad. Dudo que a alguien le resulte indiferente esa arquitectura, ese ritmo, esa demencia porteña.
El cambio de contexto me tendió una salida a la superficie para respirar, en medio de esta espera que ya es vida misma.
Hay algo de las ciudades que me atrae hasta los huesos. Y no, no es la arquitectura ni los infinitos planes posibles 24/7. Tampoco me refiero a lo fácil que es moverse en transporte público, porque muchas de ellas no lo cumplen (Roma, imposible por cuestiones de casco histórico; Los Ángeles, porque priorizaron el automóvil).
El motivo por el que gravito hacia las ciudades, más allá del caos y la sobrepoblación, es la diversidad cultural. Aún recuerdo la primera vez que escuché idiomas desconocidos en un aeropuerto. Todavía me pierdo en los sonidos que escucho en cada subway ride, con personas de etnias que ni sabía existían. Me siento tan ignorante de todo lo que el mundo puede abarcar cuando piso grandes urbes.
Nunca pasa intrascendente. Siempre deja una estela de tequedómuchoporconocer.
Buenos Aires también me ofreció intimidad en medio del caos. Quedarme adentro, quedarme quieta, me atrae igual que todo eso que podríamos recorrer juntes afuera. Este es el nuevo enfoque que les comentaba se viene asentando en mí: la lentitud, la vida en lo pequeño, el regalo divino de la presencia física.
Soy el cliché andante que, desde que la muerte le pasó cerquísima, cambió los lentes con los que observa el mundo.
Para mí lo más mágico es contarle algo a f.R y que comprenda inmediatamente a qué apunto. Un planazo es entregarme a las ideas de N. y, por ejemplo, terminar tomando un vino Clarete y viendo danza. Lujo es tirarme en el sillón con f.F y sus gatos a comer fideos con manteca, taparnos con una mantita y después atacar el helado del pote.
Me anclo en las pequeñas idiosincrasias que comparto con cada persona de mi red porque soy plenamente consciente de que la mucha falta que harán. Por mi elección de vida estoy condenada a tener el corazón dividido y lo recuerdo permanentemente. Siento en el cuerpo en tiempo real la certeza de que voy a extrañar lo que en cierto momento estoy viviendo. Esta intimidad chiquita, las carcajadas cómplices, las conversaciones infinitas.
De pronto me percaté de que en algunos meses todo cambiará de maneras que ni siquiera anticipo, porque hace 6 años que no vivo estable en ningún lado. Y la estabilidad, aunque sea buscada, en algún sentido me asusta.
Imagino una cuenta regresiva que me persigue, haga lo que haga. Queda menos para irme y mucho para volver. Quiero estar acá, y allá y en todos lados. Siempre feliz de seguir adelante, siempre triste por la total consciencia de lo mucho que extraño lo que no tengo.
Sin embargo, hoy tengo un proyecto fijo en Londres. Quiero esa base. Quiero un hogar. No afirmo que UK sea mi lugar en el mundo, pero quiero dejar de sentir que estoy de paso. No me acuerdo qué se siente no estar esperando que se cumpla un plazo migratorio. Me pregunto cuánto espacio mental se va a liberar una vez que abandone la pausa forzada. Mientras tanto, quiero priorizar el disfrute. Cuesta especialmente en este mundo que se va al reverendo carajo, pero por eso mismo resulta particularmente urgente.
Hay que vivir ahora. Hay que decirnos que nos queremos ahora. Hay que visitarnos ahora. Hay que demostrarnos que nos importamos ahora. Hay que buscar lo maravilloso en lo más chiquito y aferrarse a eso.
Hoy son las elecciones primarias en Argentina. Si me lees asiduamente, ya sabes que desde este espacio insisto en que la salida es colectiva. No concibo votar pensando solo en mis intereses, sabiendo que el de al lado va a pasarla mucho peor. Y como diría Forrest: “Eso es todo lo que voy a decir sobre eso”. Si algo aprendí es que no necesito hablar de política porque los discursos se me politizan solos.
La clave de este domingo de PASO es que marca mi primera votación sin Mamá. Las nuevas primeras veces se figuran infinitas, con incalculables variables. Esta vez lo que me falta es su llamado preguntándome si quiero almorzar algo en especial. Ante mi: “Lo que quieras vos, Má” como respuesta estándar, Ella preparaba con antelación un plato que se pudiese terminar en el momento: amasaba ñoquis y los dejaba oreando, asaba un trozo de cerdo adobado en el horno la noche anterior, braseaba ternera con verduritas y al día siguiente lo usaba para rellenar sorrentinos. El domingo de elecciones en cuestión, se levantaba temprano para cumplir con su deber cívico antes de dedicarse a terminar el almuerzo. Después me pasaba a buscar en el auto para llevarme a votar y me traía a su casa donde la mesa ya estaba puesta y la comida, casi-casi lista. Era una princesa y no lo sabía.
Me di cuenta sentada en la barra de un bar, con amigues, de que este año me iba a faltar este ritual. Me cayó la ficha y sentí un agujero, una falta, un vacío. Con ojos piadosos pedí que armásemos un plan para almorzar todos juntos e inmediatamente se organizó un asado impromptu. Soy afortunada.
Hoy me cuesta menos pedir ayuda. Estoy aprendiendo que la gente que me quiere valora que les abra esa puerta y les permita contenerme y darme amor de la manera que necesito.
Lo permito, lo fomento, lo agradezco.
Sé que a las nuevas primeras veces se sobrevive acompañade.
Esta semana en mi nueva newsletter gastro, GUARNICIÓN:
Reivindico un plato que seguro te preparó tu abuela, y te cuento las mil y una formas de aprovechar las sobras (que suelen ser abundantes).
¿Te imaginas de qué comida estoy hablando? Pista: es cero fotografiable y casi ningún restaurante la prepara.
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Argentina en general es un lugar maravilloso. No te molestes si algunas personas no piensan igual, quizá es porque no lo conocen, no han paseado por sus calles o porque ni siquiera han tenido la oportunidad de conocer a un ciudadano argentino☺️. Viví en Chile, en Perú y ahora en un rincón de Palermo, sin dejar de ser española, me gusta mucho vivir aquí. ☺️
Te adoro Lujancita ❤️