Sabrán disculpar los lectores mi faltazo el viernes pasado en sus correos. No pude escribir el folletín porque llegó L de Barcelona y T de Berlín y estuve muy ocupada de aquí para allá recibiendo abrazos, comiendo rico, bailando y cargándome de esa energía que transmiten los amigos. Me hacía falta. El carácter participativo del folletín me impide escribirlo con antelación, por eso me fue imposible tenerlo para el viernes. Prometo que este viernes continúa la historia. Aprovecho que esta es la primera columna de forma libre desde que terminó el podcast, para agradecerles el feedback y la participación en lo que se ha convertido en una autoficción interactiva. Me entusiasma mucho escribirla pero más me entusiasman sus correos de respuesta contándome con qué parte se engancharon.
Entonces, decía yo que estuve muy ocupada con planes variados por toda la ciudad. Ayer martes pudimos disfrutar del Albert and Victoria museum con toda la tranquilidad que regala acudir entre-semana. Los visitantes eramos muy pocos y caminábamos relajados. Chicas con outfits alucinantes se sacaban fotos en el sector dedicado a la historia de la moda. Algunos trabajaban en el café, que merece visita también por su fastuosa arquitectura. Lo que yo no sabía era que L tenía algo especial planeado y que no habíamos caído en ese museo de casualidad.
La muestra especial - y paga, porque el museo en sí es gratuito- se llama HALLYU! THE KOREAN WAVE. La sorpresa de L no solo me encantó sino que me volvió a conectar con mi fanatismo por esta cultura. Adorné el recorrido con relatos sobre lo que viví cuando estuve en Corea del Sur a fines de 2019. Sí, las cuentas que estás haciendo son correctas: estuve en Asia cuando el Covid comenzaba a expandirse.
Conocer Seúl era el sueño de viajera de mi vida, el destino que más había imaginado.
Desde el 2018 les venía quemando el cerebro a mis amigos con todo lo que fuese coreano: comida, música, ropa, skincare, idioma. Me quedaba hasta las 4 am acostada mirando videos de mercados, de blogueros que recorrían barrios y explicaban detalles de la cultura. Cuando finalmente aterricé en Seúl en noviembre de 2019, me arrebató la felicidad más enorme conocida hasta la fecha y permanecí en ese estado hasta que me fui. El destino fue todo lo que había soñado y más. Quiero volver. Y quiero volver pronto.
En ese espíritu, quiero abrirte una ventana a mi estadía en Corea
…y también mencionar lo que no sabía que ocurría, y me entristeció saber en carne propia.
♡ Tuve la mejor experiencia de hostel de mi vida
El hostel de Jin se encontraba en un tercer piso por escaleras, en pleno Hongdae. Elegí este barrio porque rebosa de restaurantes, bares, cafecitos y vida de noche y de día. Jin abre las puertas de un departamento de tres ambientes con una terraza alucinante a quienes, como él, se mueven por el mundo con hambre de experiencias. Lo mejor de este hostel es que la disposición tipo casa propicia que todos converjan en el living como punto de encuentro, de charla, de comunidad. Allí y en la terraza compartimos muchas noches de soju, juegos de mesa y charlas con viajeres del mundo entero. Fue gracias a quienes conocí charlando en este hostel que terminé yendo a Japón, sin tenerlo planeado, porque me alertaron de una buena oferta.
Jin varias veces por semana salió con nosotros, o nos cocinó o nos presentó a sus amigos coreanos y expats. Cuando vuelva a Corea volveré a lo de Jin. No fue un host; fue un amigo. Cuando le conté que me iba a Japón pero que mi boleto económico no incluía equipaje, me solucionó la vida inmediatamente y ofreció guardarme la valija. Me fui con lo puesto y una Jansport mediana y él, gratis, puso en un armario mi valija la semana que me fui a Tokio. Esta amabilidad, entrega y sentido de comunidad serían una constante en el viaje.
♡ Conviví con la familia de Soonhaeng
Antes de hospedarme con Jin, me quedé una semana en lo de Soonhaeng, su marido e hija. Fue una de las experiencias más inolvidables de mi vida. Recuerdo por chispazos: el edificio inteligente, la arrocera tibia siempre, un surtido de masajeadores electrónicos de todo tipo y una vista increíble a los edificios brillantes contra las montañas suaves y redondeadas. La familia me recibió con cordialidad y amor. Cada mañana Soonghaeng me dejaba preparadas batatas al vapor, hongos grillados, huevos duros, manzana, kaki, palta. En un platito, aceite de sésamo con semillas de sésamo para “mojar” lo saladito. Yo lo complementaba religiosamente con mate, creando así un inesperado desayuno coreanoargentino. Debería reproducirlo ahora en Londres y ver a dónde me lleva mi paladar.
Otra noche preparamos empanadas. Originalmente quería agasajarlos con un festín de las más típicas, de carne. Decisión que rápidamente tuve que abandonar cuando me di cuenta de que los 100 gramos costaban $6 dolares. Añado para los desprevenides que, por ejemplo, una hamburguesa pesa en promedio 180 gramos. Las cuentas no me cerraban por ningún lado así que, conversación con mi madre mediante, terminé haciendo más que nada empanadas de pollo. Eramos 6 y decidí también preparar una de carne para cada uno, con su yasgua. Con los recortes de masa, armamos unas mini empanaditas de kimchi y mozzarella. Fue una de esas experiencias que no olvidaré nunca. Soy consciente de que ya lo dijo pero no peco de redundante sino de efusiva. Cocinar juntes y aprender del otro, entender cómo concibe los platos, los sabores… este es mi concepto de lujo. De esto necesito más en mi vida. Lo supe en Seúl, lo sé hoy.
♡ Me la pasé caminando, día y noche
Las calles de Seúl tienen un encanto y una estética únicas. Los colores y las luces encandilan y enamoran por igual. No es posible quedarse indiferente al caminarlas, al desconocer cada cartel, al averturarse a intentar comunicarse. Compré botones para un tapado negro básico en el mercado de Gwangjang y “dialogué” usando la calculadora del celu y los dedos. Pedí cambio en una parada de colectivo celu en mano, con Google Translate, y me acompañaron hasta el negocio más cercano y le explicaron qué necesitaba al comerciante. Salí con las monedas para el bus y una sonrisa enorme. Las calles de Seúl pueden ser silenciosas de día, pero a la noche el bullicio reina. Caminé por Hongdae sola, escuchando música y me perdí muchas veces, a propósito. Paré donde me llamó la atención, copié al de al lado, improvisé.
♡ Cené en el Hilton y aprendí de Fede Heinzmann
La vista de Seul al atardecer fue el marco perfecto para una cena donde, además de probar delicias, aprendí muchísimo sobre gastronomía e ingredientes coreanos de la mano de Fede Heinzmann, cocinero radicado en Asia hace años. Fue un placer escucharlo describir cómo tratan el producto: tienen en cuenta la estacionalidad de una manera ultra minuiciosa para aprovechar los ingredientes en su mejor momento. Me contó tradiciones, métodos, formas. Me recomendó restaurantes e imperdibles en Corea. En la foto arriba, el bingsu que recomendó que pruebe. Se trata de hielo rallado con toppings, que se filtran entre los espacios y van saborizándolo. Se crea una especie de helado en tiempo real y el sabor depende de los toppings que vayas combinando. Ideal para el calor, ¡si lo llegan a ver en alguna carta no duden en pedirlo!
♡ Visité un cat café
Lo último que hice en este espacio fue tomar café porque me la pasé mimándo y foteando gatites de las razas más diversas, de esas que ves en los videítos tiernos de Youtube. Se paga una entrada para acceder a las instalaciones y te podés pedir algo para tomar, o no. Yo elegí recostarme en una hamaca paraguaya que había afuera y dos gatites vinieron a acompañarme. Se acurrucaron arriba mío y ahí pasé una de mis tardes en Seúl. Para esa época ya estaba cansada físicamente de saltar de destino en destino y esta clase de planes tranquilos se volvían necesarios. Sabía que a la noche me esperaría otra cena y salida y había que reponer energías.
🤔 Para cerrar, una que no me ví venir y me puso muy triste
Corea entera está obsesionada con la aperiencia. Los estándares de belleza que sostienen sus durísimo e incluso más tóxicos que los de occidente. Los descencadenantes de mi conclusión fueron varios: la obsesión por la delgadez que se evidencia en los videos de KPop, la industria del cuidado de la piel y las cirugías desde tempranísima edad, y la asociación cultural de que “verse presentables” se relaciona con la calidad de la persona. La apariencia es importante y no lo ocultan, lo veneran. Dejo un video sobre el tema de un canal que aprovecho a recomendarte también. Está en inglés pero al menos las imágenes te darán un pantallazo de la problemática
Lo que más me sorprendió a mí fue que, si bien yo intuía que les importaban las apariencias, me shockeó notar que literalmente todos suscriben a este requisito y salen a la calle perfectos. Siempre. Pelo perfecto, piel perfecta, atuendo planchado, maquillaje impecable a las 8 am. Así todos los días para ir a trabajar: parecieran estar listos para un photoshoot. Tampoco ayudó que no pude encontrar un pantalón de mi talle. O que cuando encontré alguno, era talle XL por mis caderas. Nunca me había pasado que “para mí no hubiera” y es, francamente, horrible e injusto. Así que aprovecho para decirles a mis compatriotas argentines: ¡Reglamentación de la Ley de talles ya!
Hoy la newsletter tomó un rumbo totalmente nuevo y me encantaría saber qué te pareció, si lo disfrutaste, o en qué te gustaría que profundice más en un futuro artículo. Me encanta un poquito que no sepas con qué te vas a encontrar cuando aterrizo en tu inbox :)
¡Nos vemos el viernes con el folletín semanal!
Abrazo,
Lu.-