Espero no le ofenda al lector la naturaleza clickbait del título elegido. Quise aprovechar la fiebre mundialista inminente para que les intrigue esta columna. En realidad, no sé cómo posicionarme respecto de la Copa del Mundo después de informarme con el gran Nico Guthmann sobre el problema con Qatar. Lo recomiendo mucho y sugiero compartan su material para que lleguemos a los partidos con una noción de lo que verdaderamene ocurre. No digo cancelación, digo información. ¿Podemos disfrutar del fútbol y no permitir que tape atrocidades como tantas otras veces ya ocurrió en la historia, incluso en nuestro país? No tengo la respuesta, pero siento la incomodidad crecer.
No abordaderemos entonces el mudial en esta newsletter, pero sí el sentido de comunidad argentina, en particular la de un puñado de nosotros que no tenemos los pies en el suelo donde nacimos. Somos inmigrantes, expats, viajeros, que por elección (o por la vida) hoy sentimos que hay una parte dentro nuestro que quiere cada vez más a nuestra tierra. No comulgamos con la idea de antiargentina que circula por las redes y acumula likes de tenor racista, sin que nadie se inmute. Argentina no es perfecta pero se la extraña montones.
Nunca cononcí en persona a un inmigrante de los que aparecen en Infobae que cuentan que ganaron 1 millón de libras en 6 meses vendiendo empanadas en bicicleta.
La romantización de la vida afuera es la otra cara del profundo mensaje antiargentina que fomentan algunos medios. Lo conversamos con Sabri hace un par de semanas, desde su perspectiva de inmigrante francesa en Argentina. No los cubre ningún medio, pero hay muchos extranjeros viviendo en suelo argento por elección en este momento. Y son felices. Increíble, ¿no? Por algún motivo nadie te lo muestra. Pero en el podcast, Sabri nos contó cómo y qué valora de Argentina. Más allá de sentir un profundo amor por su Francia natal, puede ser objetiva y reconocer aquello que prefiere de la tierra donde eligió vivir. Ambos sentimientos pueden convivir. Podemos elegir vivir afuera y no opinar que todo lo que dejamos atrás es una cagada. Me enfurecen esos discursos. También me duelen aquellos que opinan sobre cómo se vive afuera sin haber viajado más que a all-inclusives en Miami o Punta Cana. Que no se malinterprete: no tengo nada en contra de estos destinos o este tipo de turismo, pero lo que relata un inmigrante debería tener más peso, digo. Habría que mirar para adentro antes de levantar el dedo y criticar Argentina, especialmente porque ser el argentino que critica Argentina es nuestro cliché por antonomasia.
A veces pareciéramos olvidar todo lo que tiene de bueno nuestro país. Siempre midiédonos con la vara errónea, la que le sirve a alguno que está allá arriba y nos quiere mirando al norte como aspiración máxima. Estoy en el norte y, sorpresa, no es la utopía que venden los medios.
Por ejemplo, Estados Unidos es un lugar ideal para gastar en nuestros sueños más salvajes. Podés comprarte lo que se te ocurra y recibirlo en la puerta de tu casa al día siguiente. Antes de viajar como forma de vida, mucho de lo que ocupaba mi imaginación era viajar para consumir. Alucinaba en los outlets, compraba por comprar o porque “estaba barato”. Siempre tenía la sensación de que todo era una oferta imperdible y que me iba a arrepentir si no me lo llevaba en ese momento. Cinco bombachas por diez dólares. Tres perfumes por quince. Dos por uno de zapatos. Cupones de descuento en CVS. Acumulé así un montón de ropa, maquillaje, calzado y accesorios que terminé regalando cuando desarmé mi departamento para comenzar a viajar ininterrumpidamente. Dejó de emocionarme el acto de comprar porque dejó de ser novedad. Acá todo el tiempo tenés al alcance comprarte cualquier cosa, mientras tengas los fondos suficientes, claro. Ahorrar como inmigrante de clase trabajadora es virtualmente imposible. La estabilidad que los detractores de Argentina veneran del hemisferio norte, esa que que permite a “la gente” ahorrar, solo la disfrutan unos poquísimos a los que, de hecho, les queda algo de sueldo a fin de mes. El 70% de la población estadounidense vive paycheck to paycheck, es decir, al día. No les queda un dólar para guardar.
No es un problema de países. El problema es el capitalismo. No es de eso que quiero hablar hoy, empero esta introducción no podía no reflejar la postura que sostengo a través de todo lo que comparto: en esta newsletter, en memes, en mi IG, en Tiktoks muy cringe.
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Les pregunté a mis seguidores de IG argentinos que viven afuera qué extrañan de nuestro país que sea inusualmente específico, poco común o destacable por el motivo que fuese. Se generó un mosaico de tradiciones y sensaciones que tocaron mi memoria casi en su totalidad. Son imagenes sensoriales muy vívidas, poco impactantes, cero glamorosas. No mencionan comidas instagrameables, ni locaciones que te quitan el aliento. Son detalles, sonidos, pedacitos de memoria que no se vuelven a encontrar en otro lado, cuya ausencia se nota.
En el taller de terapia creativa con Juana estamos escribiendo sobre duelos, pero no solo aquellos que tienen que ver con la muerte. Pensaba entonces en el duelo constante del inmigrante por su tierra añorada y del dolor silencioso que a veces sentimos. Podemos estar seguros y contentos de nuestra decisión de migrar y, aún así, emocionarnos al leer las respuestas de otras personas. Podría constituir un puntapié inicial para quizá confesar lo que extrañamos en comentarios a medida que nos vaya surgiendo, como un diario. Podríamos quizá en un futuro evocar sensaciones a partir de estos recuerdos y conectar un poquito cuando nos sintamos solos con nuestra argentinidad. Venir y escribir “extraño unas criollitas con manteca y dulce de leche” y que quede aquí para la posteridad toda, para que recordemos de dónde venimos, qué nos moviliza y dónde está lo que posta nos importa más allá de los discursos reinantes que nos exigen dar más, lograr más, tener más.
La cultura de una persona forma parte de su identidad. Pude redefinirme por contraste con los bordes de lo que me rodea. No es resistencia, es diferencia. Y la diferencia siempre suma, aunque no impide que añoremos lo que no tenemos.
¿Pero qué extrañanos? Traté de darle alguna coherencia o temática a las respuestas recibidas. Las agrupé en 3 categorías y procederé a diseccionarlas. No me responsabilizo si te surgen unas ganas irrefrenables de comerte una fugazzeta, escuchar Leo Mattioli o salir con la cara pintada con la bandera, de cara al mundial en Qatar. Todos pueden considerarse efectos secundarios esperables de la lectura del presente artículo.
1. La personalidad argentina
Somos campeones en reírnos de nuestra propia tragedia. Con frecuencia afirmamos que seríamos Suiza si aplicáramos la creatividad que ponemos en los memes para resolver la economía. Es difícil conectar con el humor de otro país porque lo tejen idiosincrasias, más que remates. Hace falta una cosmovisión común para provocar ese efecto cómico. Pocas cosas superan la sensación de divertirnos con amigos, compartir la mesa, la joda, las tragedias con humor negro. En Londres, la idea de diversión de la mayoría es beber alcohol hasta terminar en el piso. Nosotros nos juntamos para compartirnos, para abrazarnos, para comer lo poquito o mucho que haya pero disfrutar de una buena previa y/o sobremesa. Nos juntamos por juntarnos. Podemos caer llorando a las 3 de la mañana a lo de una amiga y nos va a recibir. Abrimos la heladera del amigo como la propia. Nos movemos en su casa con confianza, con la tranquilidad de ser familia. Todo esto se extraña. Todo esto es único e irrepetible afuera, salvo que tengas comunidad argentina.
Lo que sí ocurre, y es hermoso, es que extranjeros adopten costumbres argentinas. Los abrazos y besos cálidos al saludarse porque saben que “con vos es así” y lo disfrutan. Amigos en los destinos que nos cobijan que toman mate con nosotros contentos aunque siguen sin entender que nos pasemos la bombilla del uno al otro compartiendo una multitud de salivas. La argentinidad se expande y, en mi caso, se amplifica a la distancia. Me reconforta y da identidad en una ciudad tan diversa que marea. Llevo mi mate a todas partes como una escarapela simbólica.
2. Harinas y queso y carne y papa
Los argentinos comemos estas tres cosas en distintas combinaciones todo el tiempo en una multitud de platos deliciosos. El queso cremoso y la mozarella argentina pizzera con la que coronamos en abundancia casi todo (todo lo que se pueda) no se consigue afuera. No podemos replicar la sensación de cortar una pizza estilo porteña que chorree. Disponemos de quesos chetísimos, carísimos y rarísimos, mas nos falta la exhuberancia al derretirse de esos dos clásicos argentinos.
Afuera solemos tener que comprar todo en supermercados o tiendas grandes. No tenemos la verdulería, la dietética, la pescadería, la carnicería, la ferretería. Pero quizá lo que más se extrañe sea no tener panaderías. Medialunas, figacitas, miñones, galletas marineras, sandwiches de miga, churros, alfajores, bizcochitos, masitas. Se consigue acá pero ni a palos tiene el mismo gusto. Una se convierte en ese arquetipo inmundo del extranjero que repite con la nariz respingada: “es que en mi país es mejor”, sumando así al clásico estereotipo del engreído por el que nos conocen en todo el mundo. Mezclando, entonces, queso y harinas surgen una infinidad de platos más: pizzas, tartas, fosforitos, chips, sacramentos primavera, empanadas explosivas. La lista de platos que extrañamos (porque son los que más comemos) suele reunir entonces harinas, queso y, por supuesto, carne. El último ingrediente que se repite, el complemento estrella de todos los platos más nuestros, siempre es la papa en todas sus nobles versiones.
Por nuestra enorme herencia italiana, soñamos con que el concepto “fábrica de pastas” sea tan accesible como en Argentina. Lo que nos falta ir a comprar unos ravioles los domingos y después pasar por la panadería. Lo que nos falta que nos traigan una panera apenas nos sentamos en cualquier restaurante. Lo que nos falta el bullicio porque hablamos a los gritos encima del ruido de los cubiertos.
Expongo para despertarnos las papilas gustativas y la memoria emotiva, una lista enunciativa más no limitativa de platos que afuera jamás saben igual y nos hacen falta: Sorrentinos de jamón y queso, choripán, pastel de papas con queso, triples de jamón y queso, pizza de molde con fainá, fugazzeta, salamín tandilense, milanesas a la napolitana, empanadas de carne fritas, matambre a la pizza, y por supuesto asado y achuras (salvo que puedas pagar carne importada de Argentina).
3. La politización, la protesta, la queja
Los argentinos siempre estamos disconformes con algo y eso se traduce constantemente en la politización de cualquier charla, las protestas, la militancia, la participación política en general. Esta consciencia como pueblo de que para lograr un objetivo hay que reunirse, organizarse y movilizarse es muy argentina. Se convirtió en un orgullo que descubrí al viajar y comparar. En Londres milito en el partido socialista y me sorprendió cómo nos admiran en este sentido. Les resulta inimaginable que el gobierno nos permita tener semejantes libertades para organizarnos y reclamar: en escuelas, en trabajos, en la sociedad. Más allá de la ideología de cada uno, la libertad de manifestación argentina merece reconocimiento. Ojalá pudiésemos dejar de quejarnos un momento para salir del antiargentinismo que nos hace relacionar inmediatamente reclamo con populismo. El punto es que como nación tenemos claro que el pueblo unido jamás será vencido. Solo debemos recordarlo.
Ahora sí, procedo a citar a las fuentes que inspiraron este artículo: todos los mensajes que recibí a la pregunta que abrí en Instagram sobre lo que más se extraña como inmigrante argentino. Recibí historias muy personales y otras cortitas, concisas y clarísimas. Otro destacable son las alucinantes sensaciones olfativas que mandaron. Me hicieron sonreír y conectar. Gracias por participar.
Vale la pena leer cada una… y quizá encontrarse:
Gracias por acompañar y por ayudarme a escribir este artículo. Otra vez salió un jueves en lugar de los miércoles como tengo pautado, porque estoy en ese mood. Me di cuenta de que nadie que me lea acá me juzgaría por “no cumplir”. Ustedes me acompañan en esta búsqueda de reaprender a ejercer la productividad en otros términos y respetar los tiempos naturales según cómo me siento. Esta semana volví a traducir además de escribir y diciembre se perfila ultra intenso y estoy tratando de ir con calma. Ya les iré contando.
Gracias por ser parte.
Lu.-
Wow qué emoción leerte. Siempre amé mi país, será por eso que me duele cuando no van bien las cosas y me emociono cuando me halagan por ser bien argentina. Solo gracias. Este texto es un abrazo Argento virtual
Disculpen, se me metió un "mi país, mi país" en el ojo *emoji carita emocionada*