Esta newsletter me queda incómoda. Tiene ese condimento inmundo de sentirme parte del problema. Lo traigo a este espacio porque me encantaría formar parte de la solución y que la encontremos juntas. Y uso deliberadamente la a porque le hablo a las feminidades. Los hombres hetero cis suelen considerarlo un tema trivial, de mina, y no les interpela.
No puedo fingir más demencia en varios ámbitos de mi vida, como les conté en otras newsletters. Hoy quiero hablar del efecto opresor que ejercen los ideales de belleza sobre las mujeres y cómo hemos naturalizado los procedimientos estéticos. Algo está pasando que normalizamos las intervenciones quirúrgicas en adolescentes y parece que no interesa problematizar que uno de cada cinco niñes presenta trastornos alimenticios.
Parecen solo conceptos abstractos hasta que los hacemos carne en la propia experiencia. Por ejemplo, nos autoconvencimos de que nos depilamos o teñimos las canas para nosotras mismas, porque nos sentimos mejor. Subrepticiamente pensamos que no podemos no hacerlo. La sociedad castiga a la mujer que no le ofrenda belleza y durante siglos aprendimos a no desobedecer este saber tácito. Nos dedicamos incansablemente a romper toda clase de fronteras impuestas; no obstante, hasta a la más empoderada le cuesta desprenderse del pretty privilege.
Necesito ejemplificar mi incomodidad con alguien influyente. No pretendo condenar o criticar a esta persona porque sé que es víctima del mismo sistema que yo. La entiendo, pero me está resultando complicado asimilar la situación. Podría no ponerle nombre a esta artista y vos completarías el espacio inmediatamente con la silueta de otra idéntica. Una mujer más, talentosa y joven, que cambia de rostro permanentemente al punto de verse irreconocible. Mientras esto ocurre a la vista de todos, celebramos su “empoderamiento” y nos censuramos de cualquier crítica, porque eso no es sororidad.
¿Pero cómo sigo ignorando que, en lo estético, seguimos igual de oprimidas que siempre?
No quisiera ponerle cara a mi crítica pero debo hacerlo porque enfrento un dilema personal. Yo soy fanática de Nathy Peluso. Me parece talentosísima y la sigo hace tiempo. Tanto me fascinaba escucharla hablar que ví incontables entrevistas donde relata que sufrió bullying toda su juventud. Nathy contó sin tapujos que la llamaron gorda para explicarle por qué no triunfaría. La misma industria le pidió también que se arreglase los dientes. Ella siempre se negó y lo contó orgullosa.
Esos videos antiguos siguen en Youtube y verlos arroja una verdad innegable. Su rostro ha sufrido modificaciones extremas. Pienso que debe ser difícil comenzar a crecer como artista y que el trauma te acompañe.
A todas nos ha pasado de sentir el “sí, pero”: sí, pero tus muslos son muy anchos / sí, pero tu nariz es muy grande / sí, pero no tenés curvas (y así ad infinitum)
No quisiera individualizar la problemática en ella. Espero que se entienda que no es CONTRA ella. Necesito aclararlo una y mil veces, con el mayor de los respetos, porque la admiro y escucho su música.
Más allá de lo que me dice Nathy desde sus letras, su rostro también comunica. La evolución de sus rasgos es innegable. Permite adivinar que se sometió a los mismos procedimientos trendy que llevan las demás “bellezas hegemónicas”. Al comparar las fotos del inicio de su carrera con las actuales, se puede especular que lleva un lifting para efecto foxy eyes, bichectomía, botox y hialurónico en todo el rostro, pero especialmente en los labios.
Una cosa es crecer y lucir más adulta, y otra es que te desaparezcan las ojeras o tus cejas se separen de tus párpados. La pubertad y sus hormonas no provocan efectos así de radicales. Con Internet hoy es muy fácil encontrar imágenes de hace unos años y sumar dos más dos. Incluso existen canales de Youtube donde médicos explican a qué posibles cirugías se pudo haber sometido equis celeb, mediante un análisis exhaustivo de fotos y videos comparativos:
Nathy tiene 27 años. Yo este año cumplo 38. Me lleva a pensar en mis propias acciones que reproducen el estándar de belleza. ¿Cómo voy a quejarme del edadismo desde la palabra y, al mismo tiempo, negarme a envejecer? El ejemplo de lo que quiero ver en el mundo tengo que ser yo. No quiero perpetuar el ideal de belleza que después nos oprime a todas . No puedo pedírselo a Nathy si yo no estoy dispuesta a cederlo. Hay que sincerarse, primero.
Quizá si vos o yo estuviésemos tan expuestas como Nathy y tuviésemos los medios económicos, haríamos lo mismo que ella. Todas crecimos recibiendo el mismo input desde afuera: el éxito es para la gente hermosa y joven.
Normalizar los procedimientos estéticos está empeorándolo todo. Su precio es cada vez más accesible para cierto sector de la población, confirmando que la belleza ya es cuestión de clase, no de genética. No nos inmuta que las chicas de 18 años ya comiencen a retocarse la cara. No nos llama la atención la obsesión en niñas y adolescentes por las pieles imposiblemente lisas y blancas. Simultáneamente, las infancias crecen con filtros que les “embellecen” el rostro y juegos de makeover donde deben “mejorar” a un personaje femenino sucio, gordo y desaliñado a través de maquillaje, cortes de pelo y hasta cirugía (!).
Quisiera que siempre prime la empatía al tocar estos temas. Apuesto a que pueda convivir con la problematización. Lo vengo pensando todas estas semanas con lo que le ocurrió a Silvina Luna. Ni Silvina ni Nathy son un caso aislado. Ellas somos nosotras, porque todas vivimos con el ojo del otre incorporado a la propia mirada. Todas somos víctimas de la violencia estética en la que vivimos, concepto de la socióloga Esther Pineda. El blog Mujeres que no fueron tapa menciona estadísticas espeluznantes:
¿Saben cuanto dinero mueve el mercado de las cirugías plásticas por motivos estéticos? Según Forbes, solo en 2021 y 2022 más de 70 mil millones de dólares. Es mucha plata. Hay muchos de esos millones dispuestos en marketing y publicidad, sobre todo encubierta. Hay muchos señoros, haciéndose ricos gracias a nuestra autoestima arrasada y nuestra salud deteriorada, y digo señoros porque el 85% de los cirujanos plásticos son varones.
Para “ser alguien” no podemos permitirnos envejecer, ni tener pelos, ni grasa, ni canas. Si encajamos en el ideal de belleza, se supone conseguiremos el pase al éxito y la felicidad, a la visibilidad, a conseguir un trabajo mejor, a la movilidad social, como bien explica el blog MFQNFT.
La que quiera perder el privilegio de la belleza y la juventud, que arroje la primera piedra.
No obstante, decía yo al principio, estoy cansada de fingir demencia. Conmigo y con la de al lado. Ahora la medida de lo que constituye “cuidarse” no solo la marcan los famosos, sino cualquiera con acceso a una red social: una examiga del colegio, tus compañeras de trabajo, mujeres que te cruzás esporádicamente. Ya no se trata de “un poquito de botox”; ya son caras mutiladas. Sabemos que están perdiendo su humanidad, sus pliegues, su expresión. Ya no se mueven sus rostros al reír, las bocas pierden la forma por sobrecarga de inyecciones. Se ha perdido todo rasgo facial que recordara a un pariente lejano y su etnia original: una nariz prominente, unos labios finos, unos párpados pesados. Los hemos borrado todos porque hoy queremos la cara de los filtros en la vida real. Y en 2023, si tenés los medios económicos, podés acceder a ella.
Los rostros inmaculados que lucen radiantes con apenas rímel, deberían admitir que detrás de esa perfección sin nada hay, en realidad, de todo: cirugías, rellenos, botox, hilos tensores, mascarillas de U$S100, tratamientos con láser y luz pulsada. El toque final siempre lo aporta Facetune o Photoshop: toda imagen que nos llega está retocada.
Para que la rueda funcione hace falta plata. En el caso de los ricos, no representa un problema. Pero muchas mujeres de clase trabajadora actualmente destinan grandes porciones de sus sueldos o ahorros a encajar en el estándar de belleza. Con esa plata podrían soñar, viajar, crear, proyectar. Mantenernos gastando en belleza es condenarnos a vivir peor. ¿Quiénes ganan? MQNFT lo resume magistralmente:
En el camino consumidoras consumidas, objetos de consumo que se consumen en el proceso de convertirse en objetos, para ganancia de todo el entramado de industrias y sujetos que se enriquecen extrayendo de nosotras todo lo que pueda ser extraído.
El artículo plantea una sentencia contundente: Cómplices todos y todas les que deciden que solo las mujeres que obedecen los cánones de belleza, solo las que se marcan con las marcas de la obediencia, serán visibles, miradas, admiradas. Me interpela en lo más profundo. Durante muchos años sostuve con mis creencias y acciones lo que criticaba. Hoy trato de cuestionarme y soltarme como puedo de algunas cadenas. No me depilo. No me tiño las canas. Decidí no ponerme botox. Elijo mantener mi cuerpo sano moviéndome y comiendo comida real, pero no mucho más. Reduje mi rutina de cremas faciales a 3 pasos, y cuando me da fiaca (a menudo) no lo hago y no pasa nada. Mi cuerpo y mi rostro cambiaron y van a seguir cambiando, por mucho skincare preventivo que haga. No estoy fallando por aceptarlo sin pelear.
No hay superioridad moral en evitar el envejecimiento.
Durante la semana aterrizaré otra vez en tu bandeja de entrada con mi nueva newsletter gastro: GUARNICIÓN. Voy a contarte cómo desarrollé una torta muy especial, sin ser pastelera, a base de paciencia, amor y recursos que me prestaron. Usé una batidora de 1970 y aproveché la abundante cosecha de limones de mi Tía Norma, entre otras cosas. Suscribite abajo para leerme en tu inbox:
Sospecho que en un futuro no muy lejano volveremos a apreciar los rostros “de antes”. Quizá intente convencerme a mí misma de que así será, de que nos espera un futuro distinto, de que podremos construir otra idea de femineidad para las que vienen después. Si mi rostro no envejece, ¿cómo sabrá Luisa que viví más y puedo aconsejarla con mi experiencia? ¿Cómo puedo enseñarle a amarse si desde el ejemplo predico otra cosa? No son las únicas preguntas que me hago.
¿Qué constituirá “lo humano”, si lo negamos en nuestros propios cuerpos? ¿Hasta dónde dejaremos que el mercado dictamine cómo nos autopercibimos? ¿Sencillamente cada vez las caras estarán más estiradas, las narices más pequeñas, los ojos más rasgados, y los labios más estallados?
El sistema buscará nuevas maneras de facturar con nuevos retoques posibles, nuevas optimizaciones a tu alcance, algo nuevo que comprar para que por fin, ¡por fin! puedas quererte. Tomará rasgos de distintas etnias para que nadie pueda encajar del todo, pues el estándar de belleza es ante todo racista. Cortará y pegará y achicará y agrandará. Pulirá, alisará y emparejará todo lo que estemos dispuestas a ceder.
Y jamás va a alcanzar porque si lo hiciese, se acabaría el negocio. Lo que genera guita es tu disconformidad.
La única beauty blogger que sigo, Jessica Defino, me invita desde sus newsletters a desarmar mis creencias sobre la belleza. “Es mucho más fácil alterar tu cuerpo para adaptarlo al ideal de la sociedad que alterar la sociedad para reflejar cuerpos humanos reales”, sintetiza en este artículo acerca del efecto de los filtros y la IA en nuestra autopercepción. ¿Podremos ser honestas (al menos con nosotras mismas) respecto de los productos y tratamientos que consumimos? ¿Podremos empezar el cambio por casa, como dice el refrán, y aceptar nuestra belleza original, esa que no se parece a las caras clonadas de IG?
Mientras tanto, escucho las canciones de Nathy y me siento menos empoderada. Ya no puedo creer su mensaje de “aceptate como sos”. Me suena falaz vender girl power selectivo, algo en línea con el famoso haz lo que yo digo pero no lo que yo hago. Lo potente, en este contexto de demencia colectiva, sería que plasmase en una canción, con todo su arte, cómo llegó hasta aquí. Me apasionaría recibir menos pasareleo y más relato de cómo una mujer brillante, guapísima y talentosa siente que debe cambiar de rostro para “ser alguien”. En reconocerlo encuentro verdadero poderío y liberación real.
Su experiencia es la de todas.
Atenernos al ideal de belleza nos quita dinero, tiempo, salud mental y carga psíquica. Me niego a normalizarlo. Me opongo a continuar aplaudiendo rostros masacrados para pertenecer a un estándar que es cada vez más inhumano. Me rehúso a ignorar las alarmantes tasas de ansiedad, depresión, autolesiones, dismorfia y trastornos de la alimentación que crecen sin parar en un mundo cada vez más obesionado por la imagen y mediatizado por una pantalla. Me resisto a que acatemos sin chistar un ideal imposible y lo llamemos “liberación".
Nuevamente cito a Defino porque sus palabras dan voz a un nudo que hace tiempo siento en las entrañas:
Cuando defines "feminismo", un movimiento político hacia la liberación colectiva, está claro que la cirugía estética no es feminista. No libera colectivamente. Es una "solución" individual a un problema sistémico que, en la mayoría de los casos, refuerza dicho problema. Lo más dañino del argumento de que "la modificación estética es feminista" en este momento (en mi opinión) es el impulso de reformular cada uno de nuestros comportamientos individuales como "feministas" y, por lo tanto, absolvernos de la crítica. Disminuye la comprensión colectiva del feminismo, minimiza el trabajo y el sacrificio que requiere la práctica feminista real y (para muchas) reemplaza el impulso de trabajar en pos del feminismo porque ya nos sentimos políticamente activas al hacer el “trabajo” en nosotras mismas. Creo que las personas que se centran en este argumento, en esencia, no están dispuestas a renunciar a la belleza estandarizada/industrializada como una forma de poder (porque es una de las pocas formas de poder que tenemos). En cambio, tratan de convertirla en una acto radical, cuando no lo es. Además, ¡no todo lo que te hace sentir “bien”, “empoderada” y hermosa es un acto feminista! Muchos comportamientos vinculados a la belleza se sienten positivos porque el sistema opresivo se aseguró de que te sintieras mal y te obligó a participar.
Si no podemos dejar de perpetuar estándares de belleza opresivos a través de tratamientos cosméticos, ¿podemos al menos dejar de perpetuar la idea de que son feministas?
No hay nada de malo en que busquemos la belleza. Como seres humanos, estamos programados para explorar visualmente lo que nos rodea y encontrar deleite y placer. El problema es que culturalmente estamos asociando Belleza con Modificación Forzada. Pensamos que el cuerpo es un envase que puede optimizarse infinitamente. Como es, imperfecto, no podemos aceptarlo. ¿Cómo hacerlo cuando, a nuestro alrededor, lucir humane casi-casi está pasado de moda?
En principio, creo que nos debemos honestidad las unas con las otras para dialogar sobre este tema. Cada vez que nos corremos de la norma, resistimos por todas. Con cada conversación generamos consciencia en la de al lado, que quizá se siente sola con su crisis de apariencia. No sos vos, somos todas, y saberlo libera de la vergüenza.
No alcanza con charlarlo, como indica la filósofa Clare Chambers en el extracto que compartí, porque el costo de la resistencia al ideal de belleza no será el mismo para todas. De igual modo, debemos comprometernos con verbalizarlo. Lo que no se nombra, no existe. Empezar a trazar un camino de resistencia puede ser el primer paso para que juntas encontremos la salida. La labor estética a la que nos sometemos también resulta invisible, como lo eran hasta hace poco las tareas de cuidado del hogar o de los hijes. El entramado de lo que consideramos “ser mujer” se teje a niveles tan profundos que pasa desapercibido. Escapa de la problematización porque desde los medios nos lo venden como diversión, autocuidado, salud o empoderamiento. Nos confunde, nos aisla, nos impide cuestionar qué es la belleza. Los estándares opresivos no tienen que ver con lo bello, sino con un mecanismo de control.
¿A qué dedicarías tu tiempo, energía y dinero si no lo gastases en mantenerte atractiva? ¿Cómo serían las dinámicas de poder si dejásemos de consumir para convertirnos en objetos consumibles? ¿Qué tiene de revolucionario para una femineidad pagar para encajar en un estándar que la daña a sí misma, y a todas las demás?
Lo verdaderamente subversivo sería tener kilos de más, arrugas, canas, poros, pelos, ojeras, panza.
Lo genuinamente empoderante sería que dejemos nuestros cuerpos y rostros en paz, como son.
Habrá que bancar ese defecto.
Ya sabes lo que pienso de esto! Increíble manera de ponerlo en palabras. Cansada de ver caras irreconocibles, grupos de amigas todas iguales. Abrazo mi nariz ancha, heredada de mi abuela. No quiero ser una persona sin historia. Gracias por escribir esto.
Una lectura incómoda, pero necesaria. Hay que bancarse el defecto. Gracias por escribir esto.