Yo brillo donde sea, vos tirate purpurina
el dolor como parte constitutiva de la felicidad que me rodea
¿Sentiste alguna vez que alguien iba tras tus pasos? No literalmente, pero ¿te pasó de notar que persiguen alcanzar aquello que constituye tu personalidad, eso que tanto esfuerzo te cuesta construir cada día? ¿Te resuena esa sensación -definitivamente ultrajante- de ver como un otre se va convirtiendo un poco en vos, después que vos, usufructuando aquello por lo que trabajaste?
La newsletter de hoy me invita a identificar por qué me molesta tanto que se apropien de mi Yoedad: la nula referencia al camino recorrido. La omisión me irrita y vamos a explorarla juntes, aunque advierto ya que me cuesta admitir cuando alguien me copia. Siento que me coloca en un lugar ensimismado incómodo. Sin embargo, son demasiados años ya fingiendo demencia con el asunto.
El ejemplo que ilustra mi experiencia me retrotrae a una amistad que en ese entonces consideré algo simbiótica. Ya no sé qué es de la vida de esta persona que quise mucho y eso me deja un gusto amargo, a ausencia. Hubo mucho amor antes de que el vínculo se diluyese pero, como suele ocurrir con toda separación, recordamos más los acontecimientos turbios del final: en mi caso la envidia, el resentimiento y, en última instancia, el desamor.
Los confusos motivos de nuestra ruptura como amigas me llevan a pensar que detrás de cada cosa mía que se iba acuerpando en ella, había un tejido más complejo. En su momento me pareció genial que casualmente también le gustase cantar, que le apasionara la cocina, que quisiera vivir viajando. La noté solísima y le abrí las puertas de mi casa, le presenté a mi círculo más íntimo, la invité a ser parte de todo lo hermoso en mi vida. No vi eso que, admito hoy, muchas otras amigas presagiaban.
Fue más que teñirse el pelo como yo, fanatizarse con Corea como yo o comprarse la misma ropa que usaba yo. Fue que se hizo carne de todo lo que me hace a mí ser quien soy. Fue un vínculo cercano precisamente porque creo que ella estaba buscando dirección. Cuando lo entendí deduje que apostar por mi camino le resultaba más accesible que construir su propio rumbo. Pero la pasé mal, muy mal, cuando se alejó de golpe y sin explicaciones. Después de años de darle vueltas al asunto, creo que se corrió porque quería seguir mi ritmo de vida y fácticamente no podía.
Encontrarse con la imposibilidad la hizo bajarse de nuestra amistad, como si le doliese demasiado admitir que no podía hacer lo mismo que yo.
Con ella me entregué a que me conocieran en profundidad y me fue mal. Deposité mi confianza en el lugar erróneo. No me di cuenta de lo que estaba pasando mientras lo transitaba. Creí que mis amigas exageraban al decirme: “che, ¿pero ahora habla igual que vos también?”. No quería verlo. Lo negué hasta el punto de minimizar que intentara seducir a los hombres que estaban interesados en mí, no una sino tres veces. No dije nada cuando me ponía incómoda porque me rehusaba a ver nuestra amistad desde esa óptica. Dejé que llegue demasiado lejos. No me cuidé lo suficiente. Fui demasiado naif. Todo en nombre de Philia: ese amor que, según los griegos, se expresa a través del respeto, la solidaridad y el compañerismo.
La experiencia no pasó sin dejar secuelas. Identifico que me dejó vulnerable a sentir que puede ocurrirme otra vez. El miedo ahora me azota por la magnitud de lo que traigo entre manos: porque es demasiado personal, porque mi Yoedad se manifiesta en su máximo esplendor en lo que estoy gestando. Quiero protegerlo y protegerme.
STOP. REBOBINAR.
Siempre fui “artista” y personaje.
A los 2 años bailaba en pañales encima de la mesa del comedor de mi tía Marta y, según mi familia, disfrutaba la arenga y los aplausos.
A los 4, disfrazada con bombachudo de raso blanco, recité mi texto y el de dos compañeritas que estaban congeladas de pánico escénico en el acto por el 25 de Mayo del jardín de infantes.
A los 8 escribí un cuento a partir de un recorte de revista en la Feria del Libro en Buenos Aires. Lo colgaron en el stand y se llamaba “La pelota mágica”.
A los 13 redactaba guiones ficticios de las series de Sony que me gustaban. Los tipeaba en la máquina de escribir de mi vieja y los compartía con mi amiga Ornella en el recreo.
A los 16 canté en mi primera banda, convocada por los chicos del último año de la escuela y empecé a recorrer bares mientras aún no alcanzaba la edad mínima para ingresar.
A los 18 me anoté en traductorado de inglés porque me gustaba la independencia que me daba la carrera. Me recibí sin obstáculos ni delay y me anoté inmediatamente en Lic en Letras en la UNMDP.
A los 21 arranqué a cantar profesionalmente en mi ciudad. Durante los siguientes años toqué en cada bar de la mítica calle Alem y en eventos de todo tipo.
A los 27 dejé la música para mudarme a capital y, a partir de Masterchef, me di cuenta de que lo mío tenía que vincularse con la gastronomía.
A los 33 regalé todas mis pertenencias y me dediqué a viajar mientras trabajaba desde mi computadora.
A los 35 la tragedia sacudió mi vida exponiéndome al peor dolor que jamás había experimentado, para el cual no estaba ni remotamente preparada. Un Glioblastoma Multiforme se llevó a mi mamá en tan solo 4 meses, en medio de una pandemia.
Mi intención de hoy es descifrar dónde reside el nudo que traba mi compasión ante les imitadores. Intuyo que se vincula con cierta omisión deliberada en la copia. Es que le Apropiadore recoge directamente la fruta madura, sin atravesar la germinación del árbol ni sus particularidades de crecimiento.
El artículo de Margeaux Feldman, autora de la imagen anterior, describe aquellas alegrías cuya aparición está ligada a procesos dolorosos. Se trata del disfrute que se desentraña a partir de lo complejo, que deviene de multiplicidad de factores y al cual accedemos mediante un detonante siempre oscuro, difícil, que nos obliga a crecer.
Animarme a vivir esta vida que siempre quise me obliga a tomar decisiones difíciles y a trabajar para poder reconectar con la felicidad (“empezar de nuevo” le dicen algunos; también se conoce como “reinventarse”). En el proceso de soltar un dolor, me ayuda pensarlo como parte constitutiva de la alegría que hoy me rodea. Sin embargo, el laburo no es sencillo, ni rápido, ni lineal.
“Cuando hagamos el trabajo de comenzar a cambiar nuestras estrategias de supervivencia, partes nuestras van a estallar. Como une mapadre que envía a su hije a la universidad, a nuestras partes les preocupa que ya no las necesitemos. Y el costo de no ser necesario es una especie de muerte, tanto psíquica (esta parte desaparecerá) como literal (sin estas partes, moriremos). La realidad es que necesitamos de nuestras respuestas al trauma. El objetivo no es deshacerse de ellas, sino darles nuevas tareas que nos sirvan hoy. Debemos demostrarles a nuestras partes que no nos estamos deshaciendo de ellas (como si siquiera fuese posible; en realidad, solo significaría que las reprimimos)”.
Tuve que aceptarme (y permitirme ser vista) tal cual soy para transitar el camino que mejor se adapta a mis sueños.
Las piezas que me componen hoy en día no son todas brillantes; muchas ni siquiera están enteras. Cuando veo a un otre intentar dar cuerpo a mi Yoedad, siento que estas partes dañadas desaparecen ante sus ojos y eso me ofusca. Como si eligiese de mi personalidad aquello que le cuadra mientras omite la chotísima parte de explorar las miserias más profundas que me atormentan. Lo que desconoce le Apropiadore es que solo a través de sumergirme en el barro encuentro el coraje para habitar mi existencia.
A veces hay que perderlo todo para darnos cuenta quiénes somos realmente, qué rumbo queremos tomar, qué clase de futuro nos hace sonreír
El ser humane se ha dedicado a indagar en el Yo desde los antiguos filósofos griegos hasta la actualidad. Muchos le rehúyen a la cuestión con terror, intuyendo que un “¿Quién soy?” los dejaría de cara al abismo y la incertidumbre. Yo me lo pregunté. La respuesta la encontré en la serie de eventos que enumeré varios párrafos arriba. Solo tuve que recordar quién siempre fui y nutrirlo, darle atención. Nunca lo habría descubierto si me hubiese dedicado a copiar la fórmula, a apostar a lo que todes hacen, a tratar de encajar. Hoy soy una mezcla inclasificable de escritora, cocinera, creadora de contenido, podcastera y cantante que a veces traduce. ¿Por qué tanto tiempo renegué de mi abanico de aristas en lugar de aprovecharlas para exprimir al máximo lo que tengo para dar?
Hoy tú eres tú, eso es más verdadero que la verdad. No hay nadie vivo que sea tú más que tú. (Dr. Seuss)
El carácter único de cada ser humane debería ser motivo suficiente para que nos animemos a alimentar las cualidades que cada cual tiene para ofrecerle al mundo. Mi historia personal, mis gustos, mis talentos no serán idénticos a los tuyos y eso indefectiblemente debería conducirnos a búsquedas distintas. Nadie puede decirte cuál es la tuya, esa es la parte difícil. El trabajo que subyace y que a menudo es ignorado resulta intransferible.
Todes querrán imitar el brillo que emana puro, después de un verdadero click mental. Pero sucede que, en comparación, le Apropiadore parece cubierto de purpurina. La diferencia es notoria; ni siquiera hay competencia real.
Sin embargo, al dolor atravesado para llegar a esa luz le pica que intenten apoderarse de mi Yoedad.
Por eso escribo esta newsletter.
Según José Ingenieros, deberíamos alejarnos de la paciencia imitativa puesto que nuestra virtud superior es la imaginación creadora. En otro párrafo del mismo libro, indica:
“La diversa adaptación de cada individuo a su medio depende del equilibrio entre lo que imita y lo que inventa”.
Por supuesto que somos un palimpsesto de influencias y antecesores que dieron voz a quienes somos hoy, pero debería servirnos para descubrir cómo se manifiesta la inspiración en el complejo entramado que es une misme. En la invención aparecen la identidad, el estilo propio y el propósito.
Como mencionaba al principio, en mi caso todo converge en Proyecto Raíces. Lo conversé con Magui cuando la idea recién comenzaba a tomar forma. Ella supo poner en palabras precisas por qué lo que llevo adelante me identifica tanto:
Con esta potestad que me entrega haber creado este bálsamo a medida, me planto con la seguridad de que no hay copia real posible. Puedo descansar en la certeza de que el corazón de este proyecto es algo tan profundo y doloroso que solo podría ser PERSONAL.
Nunca vamos a ser el otre y debería ser liberador. Nos exime de permanentemente compararnos e imitar lo que suponemos le hizo llegar a donde está hoy. Poco sabemos de los momentos oscuros ajenos donde hay que sentir los sentimientos. El mundo virtual inunda nuestra percepción de lo bien que le va a esa persona cuyo trabajo, éxito o proyecto de vida anhelamos. Puertas adentro, desconocemos qué hay y casi que ni nos importa. Le pedimos ciegamente que nos venda una fórmula certera para poder ser como elle, para lucir así, para triunfar asá.
La única manera que conozco de encontrar lo que buscamos es tomarnos el trabajo de averiguarlo, con la mirada hacia adentro, compasiva y sin prejuicios. Sé que no es fácil creer en une cuando el afuera tira para abajo, pero quedarnos allí quizá le cueste a los que nos aman la posibilidad de vernos por quienes genuinamente somos.
Rilke se lo explica de manera mucho más elocuente al poeta que le escribe cartas consultándole si su trabajo es bueno. El famoso escritor austríaco le responde:
“Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Se lo ha preguntado antes a otros. Los manda a los periódicos. Los compara con otros poemas. Se inquieta cuando en las redacciones rechazan sus tentativas. Ahora, ya que usted me ha permitido darle un consejo, le pido que abandone todo eso. Usted mira hacia afuera, y eso es ante todo lo que ahora no debería hacer. Nadie puede ayudarlo, nadie. Solo hay un único modo. Entre en usted mismo. Investigue el motivo que le ordena escribir. Compruebe si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón, confiésese si debería morir, si escribir le fuese negado. Esto ante todo. Pregúntese en la hora más silenciosa de su noche: ¿debo escribir? Excave buscando una respuesta profunda. Y si resultase afirmativa, si puede enfrentar a esta seria pregunta con un simple y contundente “sí, debo”, entonces construya su vida conforme a esta necesidad; su vida debe volverse hasta en sus horas más insignificantes un signo y un testimonio de este impulso.
¿Qué es eso que el cuerpo te pide para que tu alma resuene? ¿Por dónde anida tu pasión? ¿Cómo es el color de tu voz? ¿Qué perspectiva tuya el mundo desconoce y le estás negando por empecinarte en replicar la fórmula del de al lado? ¿Con qué soñabas de chique? ¿A dónde fueron esos talentos que nunca alimentaste? ¿Cuántas veces te despertaste con la necesidad de darle rienda suelta a tu creatividad, pero caíste en encasillarla en lo que suponés que el mundo espera de vos?
La ganancia germina siempre en la pregunta.
Las “coincidencias” me hicieron acordar a la peli Mujer soltera busca. Me dio escalofríos. Que paja vivir siendo el reflejo de otro. Cuanto estrés. Que pena no poder ver tu propia luz.
Wow, gracias por ponerle palabras (y tan acertadas y lindas) a algo que nunca pude. Qué increíble cuando resonamos tanto tanto con algo!