Identifiqué un patrón y tomé una decisión
En busca de ser dueña de mi propia cabeza
(Escribo esta introducción después de terminar el cuerpo del texto)
Me pareció pertinente aclarar que esta newsletter me quedó incómoda. ¿Cómo, exactamente? Digamos que siempre es difícil narrar algo personal al momento que lo estamos transitando. Resulta más sencillo abarcar una temática cuando ya la hemos dilucidado, cuando ya no nos representa mayores sobresaltos. Sin embargo, desde el día cero el objetivo de este espacio ha sido compartirme auténticamente. Por eso quiero resaltar la molestia que me atraviesa al sentir que no hay un acabado perfecto en estas palabras. Las formulo de todas maneras porque, como leerás a continuación, autoregistrarme me permite establecer lazos, buscar recurrencias, trazar similitudes. Quizá lo que vuelco acá hoy no sea más que un recordatorio para mí misma. Tal vez sea un modo de responsabilizarme de haber visto algo y no poder volver atrás. Por ahí todo lo que escribo sea una manera de hablarme a mí misma en el otro.
Volver transitoriamente a mi biblioteca marplatense me reconecta no solo con los libros que marcaron mi juventud, sino con textos que escribí hace añares. El cuaderno donde volqué lo que les compartiré lo compré en 2015. Este ¿poema? lo escribí ese mismo año, en plena transición de una relación que duró mucho tiempo a otra nueva e incipiente:
Podría decirte que no,
que te vayas,
que no es momento,
que nada en mi vida
es seguro.
Que me ames, que me abraces.
Que me des lo que nunca me alcanza.
Nunca
es suficiente.
Una insatisfacción crónica,
un extrañarte aún en presencia
porque lo que falta son pedazos míos
que ninguna presencia tuya puede aplacar.
Imaginen mi sorpresa cuando la temática abordada repetidamente en estas paginas resulta ser la misma que laburo en terapia al día de hoy:
No me duele el otro sino el río de decepción, el caudal de abandono anterior. No me duele el otro, sino no poder controlar mi cabeza.
Y así, sin preámbulos, pude identificar un patrón.