“El hombre se sacó la camisa y la apretó entre las manos. Tenía el pecho cubierto de ilustraciones, desde el anillo azul, tatuado alrededor del cuello, hasta la línea de la cintura.
-Y así en todas partes -me dijo adivinándome el pensamiento-. Estoy totalmente tatuado. Mire.
Abrió la mano. En la mano se veía una rosa recién cortada, con unas gotas de agua cristalina entre los suaves pétalos rojizos. Extendí la mano para tocarla, pero era sólo una ilustración.
En cuanto al resto, no sé cómo pude quedarme quieto y mirar. El hombre ilustrado era una acumulación de cohetes, y fuentes, y personas, dibujados y coloreados con tanta minuciosidad que uno creía oír las voces y los murmullos apagados de las multitudes que habitaban su cuerpo. Cuando la carne se estremecía, las manitas rosadas gesticulaban, los labios menudos se movían, en los ojitos verdes y dorados se cerraban los párpados. Había prados amarillos y ríos azules, y montañas y estrellas y soles y planetas, extendidos por el pecho del hombre ilustrado como una vía láctea. Las gentes se dividían en veinte o más grupos, instalados en los brazos, los hombros, las espaldas, los costados, las muñecas y la parte alta del vientre. Se los veía en bosques de vello, escondidos en una constelación de pecas, o hundidos en las cavernas de las axilas, con ojos resplandecientes como diamantes. Cada grupo parecía dedicado a su propia actividad; cada grupo era toda una galería de retratos”.
(Fragmento de El Hombre Ilustrado, Ray Bradbury)
Dentro de poco tengo agendada una nueva sesión para tatuarme. Ale, artista a cargo de mi piel hace años ya, me dedica una tarde entera. Cada vez que voy me pincho varios: algunos pensados hace tiempo; otros, ideas recientes que no evalúo demasiado.
Una pregunta suele repetirse en reuniones con desconocidos: “¿Cuántos tatuajes tenés?”. Siempre me da la misma ridícula vergüenza intentar esbozar una respuesta. Ojalá me sintiese cómoda con un “no sé”, a secas, pero me arrebata la sensación de que podría percibirse como desdén. Luego de una breve suma mental que no me sirve para nada, acostumbro comentar que no me interesa enumerarlos y que genuinamente dejé de contar hace tiempo.
Mi primera experiencia con la tinta fue horrible. Entre los nervios y un estómago cuasi vacío, entregar mi piel— hasta entonces virgen— a las agujas me provocó una caída abrupta de presión. Para que no me desvaneciera, el tatuador no tuvo mejor idea que apoyarme una gasa con alcohol cerca de la nariz. El olor me generó náuseas incontenibles y terminé vomitando en el tacho donde descansaban todos los dibujos que ya había tatuado ese día.
Las siguientes experiencias fueron bastante fáciles de sobrevivir. Quizá también para ese entonces ya estuviese influenciada por lo adictivo de las agujas.
No significa que disfrute el dolor per se, pero hace años comencé a concebir mi cuerpo como un lienzo donde plasmo los eventos más importantes de mi vida.
Durante la semana aterrizaré otra vez en tu bandeja de entrada con mi nueva newsletter gastro: GUARNICIÓN. Voy a contarte sobre el origen de mi cocina como espacio de resistencia.
Además, en esta edición incluiré las recetas de alacena que me salvan la vida. Te recomiendo que vayas comprando fideos porque los vamos a combinar con ingredientes que ya tenés dando vueltas.
Llevo un tatuaje por cada relación que quiero nunca olvidar. Incluyo amores que duraron años pero también romances fugaces. Llevo ese vínculo en la piel porque me dejó una lección que jamás debo perder de vista. Sé que nunca quiero una dinámica relacional donde el poder no se esté dividido equitativamente. Entiendo que nunca debo depositar el eje de mis proyectos en un otro. No minimizaré nunca más los sutiles indicios de violencia.
En los rincones más privados de mi mente yo entiendo por qué cada tatuaje aplica a cada quien. Constituye un idioma personal conmigo misma que solo yo puedo traducir.
Una rosa finita, el logo de una banda, “Esto también pasará” en hebreo, Perfect Illusion por la canción de Gaga, Adelante por la de IKV.
Llevo arte en la piel que me recuerda a quienes ya no están, o a quienes suelo tener lejos. Al verlo pienso en mis amigues, en mi sobrina, en mi hermano, en mi vieja, en toda esa red afectiva que me sostiene. Algunos me representan individuos, otros conjuntos de personas; algunos los tengo yo sola, otros los comparto con une o más seres querides.
Hace tiempo encuentro en la música un método efectivo para representar conceptos complejos. Podría crear una lista de reproducción con canciones que den cuenta de distintos pedazos de mi vida, de mi historia, de mis afectos. Al tatuármelas, funcionan como un recordatorio constante.
“A tu vera”, “Try”, “Time of my life”, “Beyond Redemption”, la frase de Charly “Cada cual tiene un trip en el bocho”.
A veces, incluso, me señalo ciertos tatuajes a manera de respuesta en conversaciones presenciales. Esto ocurre a manudo con la frase de Promesas sobre el bidet que acabo de mencionar. Resume muy bien la imposibilidad de encuentro con el otro y la cito constantemente desde que me la apropié.
Quizá por eso me guste tanto establecer diálogos mudos a partir de los dibujos que llevo en la piel. Permiten que nos entendamos sin mediar palabra, sabiendo que es difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo.
Otras ilustraciones funcionan como guía para recordar qué me apasiona y por qué vivo. Son tatuajes identitarios, podría decirse. Me encanta entablar conversación a partir de ellos porque fomentan los temas que más me fascinan: comida, arte, libros. Así resulta más fácil devenir en charla con quienes me cruzo: ya adivinan qué tenemos en común, lo cual es especialmente útil cuando no compartimos idioma. Pareciera que a los humanos nos intriga encontrar similitudes no verbales, clavadas bajo la piel en forma de objetos random:
un cuchillo de cocina, una empanada, un avión de papel, una copa de vino, mi banda The Box, un librito de mis fracasos.
Varios dibujos simbolizan mi paso por distintos destinos. Disfruto de tener mi propio mapamundi secreto en la piel. Los significados no se manifiestan de forma particularmente obvia, pero me copa usar los tatuajes como bonding inmediato con les natives de estos sitios. Funciona como una manera subrepticia de expresar: “De verdad llevo tu país para siempre conmigo”. Como respuesta, suelo recibir rostros sorprendidos, sonrisas, gestos de descreimiento y hasta incluso me han preguntado si pueden fotografiar el tattoo en cuestión,
Carbs en un corazón por Italia; beurre por la manteca insuperable de Francia; una mano con el gesto del corazón coreano, como saludan en Seúl; las coordenadas de Londres emplazadas en el bureau de Lewisham.
Mientras escribo esta news me doy cuenta de que no estoy al día con los tatuajes de países.
En la sesión de la próxima semana con Ale, pienso sumar Sudamérica a mi piel. Quiero llevar con orgullo mi calidad de sudaca en mi nuevo hogar en Inglaterra.
Cuando empecé a vivir afuera comprendí como nunca antes el valor de mi idiosincrasia argenta. No se pierde lo que te forma y hace ser quien sos, por más que adoptes costumbres y rituales extranjeros.
En esta línea de apreciación de mis orígenes, también me pincharé un anillo con tres estrellas, en lugar de una diamante o perla. Se me ocurrió la idea para conmemorar mi inolvidable diciembre de 2022: me casé el 16 (el anillo) y el 18 ganamos la Copa (las tres estrellas). No me considero fanática del fútbol, pero vivir el mundial como visitante en Londres me convirtió en un cliché andante. Me sentía la representante de mi país en un terreno hostil y ajeno. Quería enrostrarle la final a cada persona que me había dicho: “Tienen al mejor, claro, pero no se comparan con los equipos europeos”. Mi boda fue una previa futbolera. Salí embanderada por Greenwich al grito de “abuela, lalala”.
No quiero olvidarlo nunca.
No lo haré, aunque no me tatuase nada para recordarlo.
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Esta semana sumaré una cabeza de ajo cerca del cuchillo de cocina. Junto con beurre representan la tríada perfecta para hacerme salivar. Estoy cada vez más convencida de que mi presente y futuro se alinearán con la gastronomía y cada ilustración es un voto de compromiso con la vida que quiero para mí.
Al lector frecuente de este espacio no le sorprenderá saber que Mamá es a quien más tatuajes le he dedicado y dedicaré. Este miércoles en el estudio de Ale agregaré otra mención a su memoria, esta vez en forma de ficha de burako. Cierro los ojos y puedo verla sentada en la playa, en su reposera celeste, apilando con prolijidad las piezas. Había tejido al crochet una bolsita verde agua para guardarlas: tan ella, tan práctica, tan en todo. Ganaba siempre, yo rezongaba mucho y a ella le causaba mucha risa mi enojo. Cuando tocó el momento de repartir sus pertenencias, le regalé la caja con el juego a mí Tía Norma, su hermana. Hoy elijo un símbolo del espíritu lúdico de Mamá para que guíe mis aventuras futuras.
Por último, deseo agregar al lienzo que representa mi cuerpo una obra de arte barroco. No les contaré exactamente cuál porque me gustaría que se sorprendan al verlo. No hay detrás de este tatuaje una búsqueda mayor que la del placer estético. Representa el arte por el arte mismo.
“Todo arte es a la vez superficie y símbolo”, escribe Wilde en el prefacio de El retrato de Dorian Gray.
Me imagino infinitas interpretaciones de los dibujos que llevo para siempre conmigo. En superficie, trazos diversos de color negro, tipografías, paisajes inconexos. Para aquelles que se aventuren a profundizar en su dimensión simbólica, una narrativa personal a carne viva, sin eufemismos, testimonio de lo más bello y lo más triste que me tocó vivir hasta ahora.
Exponer mis aristas más oscuras me resulta vulnerable pero auténtico, igual que escribir esta newsletter. Confío en que mis interlocutores podrán intuirme como humane a partir de lo que les muestro abiertamente desde el cuerpo.
Quizá eso nos acerque, quizá nos aleje, pero al menos posibilita una interacción real.
Lo que soy es lo que ves, si te detenés a mirar con atención.
Esto se lee si o si con la canción de Charly de fondo! Le da EL touch de experiencia lectora 💘me encantó amiga y soy testigo, si mal no recuerdo, de alguna respuesta tuya en conversaciones presenciales mientras señalabas uno de tus tatuajes. Ily 🤟🏼
Coincido totalmente. Me voy haciendo pedacitos de historia, y encuentro incluso regocijo en que nadie entiendas los dibujos o los significados.