¡¡¡ADVERTENCIA!!!
todo lo relatado en el siguiente folletín está BASADO EN HECHOS REALES.
Es una historia absolutamente verdadera salvo por TODO aquello que elijo ficcionalizar para preservar mi intimidad y la de todas las personas involucradas en la historia, que son de carne y hueso y merecen que las cuide ❤️.
Por otro lado, lo que ocurre no lo decido yo, sino las encuestas en las que ustedes mismos votan democráticamente qué pasa a continuación. En ese sentido, si lo que sigue es factualmente verídico o no ES RESPONSABILIDAD DEL PÚBLICO.
Asegúrese, lector, de votar a consciencia porque en sus manos está la génesis de los capítulos subsiguientes.
El celular vibra y ojeas la notificación. Es el Inglés que quiere llevarte a cenar mañana al Soho. Respondes rápidamente que te encantaría, sin rodeos. Coordinan encontrarse en un barcito a las 18 h. Vuelves entonces a la pantalla y a tus planes, aunque ahora piensas en los lunares simétricos sobre su ojo izquierdo y que no puedes esperar a verlo para contarle que estás planeando cumplir el viaje de tus sueños. Planificaste quedarte 10 días en Londres porque es el tiempo que tu prima podía hospedarte. Sin embargo, quizá puedas extender tu estadía para conocer un poco mejor a tu nuevo interés amoroso y saber si realmente es tan prometedor como parece. No obstante, el pasaje económico a Croacia es válido para la próxima semana únicamente. Si decides quedarte, no tendrás forma de saber qué opciones accesibles habrá más adelante.
Leelo entero acá.
Croacia puede esperar. En realidad no te interesa tanto volver a ese destino; tu meta es comenzar a trasladarte hacia Oriente. Allí se encuentra el destino de tus sueños y no sabes cuántos nuevos suelos debas pisar hasta llegar hasta ahí. Tampoco te importa. Las cosas se irán acomodando. Le comentas a L que te piensas quedar una semana más y se pone contenta, aunque no pueda hospedarte más porque espera recibir a otra visita. Alquilas una habitación por Airbnb y te autojustificas por este gasto algo inusual. Londres es una ciudad cara y siempre tratas de ser prudente, pero esta vez te parece que te lo mereces, que vale la pena. Te cuesta gastar dinero en vos misma, más allá de tenerlo. De chica querías comprarte cuanto objeto brillante tintinease en una vidriera; ahora ahorras hasta el punto de quizá no permitirte algo que, efectivamente, puedes pagar. La semana pasada paseando por Harrods compraste un perfume carísimo y aún te duele el bolsillo. Sacudes todos estos pensamientos y procedes a planificar los días que te quedan. Hay una sola cosa que imaginaste hacer en Londres y aún no has cumplido: ver un ballet en la Royal Opera House. Entras en la página y sonríes al comprobar que Manon está en cartel. Escuchaste hablar de la coreografía sensual y expresiva de MacMillan para esta obra. Sin titubear esta vez, gatillas las 30 libras que te separan de una butaca en uno de los teatros más espectaculares de Europa. Te preguntas nuevamente por qué te cuesta tanto invertir el dinero que ganas en vos misma, tus gustos, tus aficiones. ¿Mentalidad de escasez de tu infancia? ¿Capacidad de ahorro superlativa? ¿Lisa y llanamente, tacañería? Quizá sea un poco de todo. El ballet se compone de tres actos y termina a las 22 h. Le propones al Inglés cenar después, pero cerca del teatro. En una ciudad tan cosmpolita como esta, sorprende cómo se reducen las opciones para comer después de las 21 h. Coordinan encontrarse en un restaurante mexicano que queda a la vuelta.
Al otro día, decides empaparte un poco de la historia de Manon antes de ir al teatro. El argumento desarrolla la turbulenta relación entre Manon, una hermosa cortesana deseosa de lujos y placeres, y Des Grieux, un joven estudiante de filosofía. Lees que los expertos describen a Manon como “un enfrentamiento entre la ambición y el amor incondicional. Un ballet de gran riqueza emocional”. Si bien termina de la forma más trágica, es una bellísima historia sobre el amor y la pasión, sobre el deber y el querer. Más entusiasmada que nunca, te vistes de la manera más formal que puedes con las limitadas prendas de tu valija. El resultado es un outfit 100% negro, que más que elegante parece emo/dark. Tomas el subte hasta Covent Garden y quedas impactada ante la arquitectura de la Ópera de Londres. La fachada es imponente, fastuosa y abierta. Te atrapan los enormes ventanales redondeados. Caminas incrédula por las escaleras de la entrada. Te soñaste aquí y lo estás cumpliendo. Antes de pasar a la sala, recorres los sectores que exhiben trajes, pelucas, partituras y demás memorabilia de las obras que allí se presentaron. Tus preferidos son los tutús: te detienes a sacarles varias fotos para enviar a tus amigas de ballet. Estudiaste danza clásica durante 6 años en tu juventud. Es un amor que siempre late en tu pecho más allá de los dolores también asociados. Tuviste una promisoria carrera hasta que tu cuerpo cambió. Cuando creciste redondeces, cuando la pubertad te alcanzó, te hicieron sentir que ese cuerpo ya no pertenecía al lado de la barra, mucho menos en un escenario. Las profesoras de ballet antes “eran así” y recibir violencia estética a los 10 años, una práctica común. No obstante, jamás perdiste tu amor por el baile en general, ni por el ballet en particular. Te obnubila verles despegar del suelo y desafiar todas las leyes de la física, esos brazos que son como alas, el talento y la fuerza, la disciplina para alcanzar ese nivel de grandeza. Te atrapa lo etéreo, lo estético. El ballet es la definición más acabada de belleza que puedes imaginar.
Llegas temprano para ocupar tu asiento con tiempo y disfrutar de la orquesta y cómo calientan sus instrumentos. La sala se va cargando energéticamente de a poco, entre las notas musicales y el bullicio del público. Las luces se vuelven más tenues para anunciar que la obra está por comenzar y dar tiempo a los que están aún en los pasillos para que lleguen a su butaca. De inmediato te sumerjes en el primer acto y en lo que siente Manon por Des Grieux. El pas de deux donde se enamoran te conmueve hasta las lágrimas. La seducción, el jugueteo, la complicidad. Piensas cuánto te recuerda a lo que sientes cada vez que estás con el Inglés. Sales al foyer en el intervalo y te sientas a tomar una copa de champagne con unas aceitunas. Llamas a tu madre para contarle dónde estás y qué estás haciendo. Cortas la comunicación pensando que atesorarás este momento por siempre. Vuelves a tu asiento. En los dos actos siguientes, la historia se vuelve muy oscura porque ella lo abandona por alguien con más dinero. Luego se arrepiente, pero ya se han desecadenado una serie de hechos trágicos. Manon termina muriendo en los brazos de su amor Des Grieux.
Sales rápidamente del teatro al encuentro con el Inglés. Te está esperando en la puerta aunque hacen 3 grados. Siempre tiene estos detalles de caballerosidad que te derriten. Lo atribuyes a su nacionalidad pero intuyes que quizá tenga que ver más con su manera de ser. Se sientan y piden una ensalada y una hamburguesa. Cuando la camarera trae el pedido, coloca la ensalada enfrente tuyo y le da la hamburguesa al Inglés. Se ríen de este chistecito interno que se repite mientras intercambian platos. Bromean sobre que comer carne “es de macho”. Dialogan sobre el estándar nefasto de que las mujeres deban vigilar las calorías que ingieren. De repente te invade la misma sensación que tuviste hace un rato, disfrutando del pas de deux de Manon. La seducción lúdica, las miradas, la sensación de flotar en el aire con el otro. Hay algo distinto en tu relación con el Inglés. La química, lo fácil que es todo juntos, el complemento que no buscabas pero necesitabas sin saberlo.
Despertar abrazados les resulta lo más natural del mundo. No quieren despegarse y van a desayunar de nuevo a The Breakfast Club. El trayecto hasta la sucursal en London Bridge se vive con la naturalidad de una pareja establecida. Conversan animosamente pero también disfrutan del silencio juntos, mirando la gente pasar. Te sientes rara, pero en el mejor de los sentidos. No quieres irte de Inglaterra o, mejor dicho, no quieres cortar este vínculo incipiente. Se siente cómodo, cálido, apasionado. Intentas conciliar tus sentimientos con tu inexorable partida. A principios de diciembre debes estar en EE. UU. por trabajo así que noviembre tiene que encontrarte en Asia, sino no te alcanzará el tiempo. Además, quedarse en Londres no era el plan. No vas a cambiar tu itinerario por un enamoramiento. Simultáneamente, te das cuenta de que no sabes cómo pasar tiempo con el Inglés sin recordar permanentemente que deberás partir. Sientes crecer adentro un nudo amargo. Ya es tarde para no involucrarse, pero no tienes idea de cómo disfrutar los días que les quedan. Sabes que solo te enamorarás más y la idea de perder lo que tienen ya duele.
Se despiden y regresas al Airbnb confundida, de malhumor. No quieres hacer nada esa noche, ni con él, ni con nadie. Tienes mucho que pensar. ¿Cómo se te pudo escapar todo tanto de las manos? ¿No será todo una idealización fomentada por el hecho de que te vas y la relación tiene fecha de vencimiento? ¿Te animarías siquiera a plantearle si van a seguir teniendo alguna clase de relación? Te arrebatan los vientos huracanados de la inseguridad e ingresas en un espiral de desesperanza. Comienzas a pensar que haberte quedado no fue una buena idea.
A la mañana siguiente, te sientas en la computadora y vuelves a la página de boletos aéros económicos. Buscas el pasaje a Croacia y sigue allí. Calculas las noches que ya pagaste en tu alojamiento actual y compras tu ticket para dentro de 3 días. Alquilas también la casita que te habia gustado en Airbnb, que por suerte aún sigue disponible en las afueras de Dubrovnik. Miras el clima en destino y hace 25 soñados grados. En tu ventana, constelaciones de gotas gordas golpean furiosas contra el vidrio. Te sientes en paz yéndote, aún con el nudo latiendo en tu estómago. Le mandas un mensaje al Inglés para avisarle que ya tienes fecha de partida. Él te comenta que tiene fiebre, no fue a trabajar y espera mejorarse para verte antes del vuelo. Le mandas muchos abrazos y saludos virtuales. Despedirse así se siente agridulce pero quizá sea lo mejor, menos dramático y novelero. No estás para escenas como si fuese el fin del mundo. Siempre puedes regresar pronto, aunque sabes bien que existen poquísimas posibilidades. Decides dejar la despedida en manos del destino, o de la peste del Inglés. Mientras tanto, sales a caminar por las inmediaciones del Tate museum. Sigue lloviendo pero no te importa. Llevas paraguas y el sonido del agua parece lavar tus preocupaciones, llevárselas en la corriente y desembocarlas en el Támesis. El clima es hostil pero pintoresco, y piensas que describe bastante tus pensamientos sobre el futuro. Te sientas en un sillón mullido, en un café con vista al río. Escribes un poema de amor improvisado en la aplicación de Notas mientras tomas tu religioso flat white. Te gusta el resultado. Es sensual y sensorial, con una forma rara. No quedan dudas de tus sentimientos al leerlo: dejaste un pedacito de tu alma en cada palabra con significado especial solo para ustedes. Te sientes expuesta y concluyes que solo le mostrarás el poema si no vuelven a verse antes de tu partida. Será tu despedida abierta, tu declaración formal, tu ventana a un posible futuro donde no se vuelven desconocidos.
El Inglés recién aparece la noche anterior a tu vuelo, que despega a las 17 h. Te comenta que sigue apestadísimo y debería descansar, pero que está dispuesto a desayunar juntos antes de que te vayas al aeropuerto. Tendrían tiempo de tomar un café y conversar sobre lo que sientes en persona. Sin embargo, no haberse visto durante los últimos dos días te tiene impaciente y no sabes si te van a salir las palabras. No confías en, de hecho, atreverte a decirle lo que sientes cara a cara. Quizá sea mejor dejarlo descansar y decirle adiós con ese poema que refleja tan claramente lo que sientes.
Si decides no verlo y despedirte enviando el poema el día de tu vuelo, vota A
Si decides verlo la mañana del vuelo aunque seguro te acobardes, vota B
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Lu.-