¡¡¡ADVERTENCIA!!!
todo lo relatado en el siguiente folletín está BASADO EN HECHOS REALES.
Es una historia absolutamente verdadera salvo por TODO aquello que elijo ficcionalizar para preservar mi intimidad y la de todas las personas involucradas en la historia, que son de carne y hueso y merecen que las cuide ❤️.
Por otro lado, lo que ocurre no lo decido yo, sino las encuestas en las que ustedes mismos votan democráticamente qué pasa a continuación. En ese sentido, si lo que sigue es factualmente verídico o no ES RESPONSABILIDAD DEL PÚBLICO.
Asegúrese, lector, de votar a consciencia porque en sus manos está la génesis de los capítulos subsiguientes.
Te acompaña hasta la puerta del departamento de L en Shakespeare’s Globe. Al despedirse, se funden en un abrazo inusualmente largo. Vistos de afuera, parecen dos personas que se quieren mucho y hace rato no se veían, no se encontraban, no se tocaban. Subes y te diriges directo a tu habitación. Te parece que sientes cosas. Te cuestionas incluso qué es “sentir cosas” y si está bien o mal, y si puedes hacer algo para atenuarlo. Quizá conocer a alguien más, no poner toda tu atención en él, sea una buena idea. No pretendes reemplazarlo con otro, pero quizá abrirle la puerta a alguien más diversifique tu intensidad y puedas vivir la semana que queda en Londres menos pendiente de la historia con el Inglés.
Leelo entero acá.
La realidad es que, pensándolo bien, tampoco tenes tantos días por delante como para dedicarte a salir con alguien más. Es tu segunda vez en Londres y, con cada visita, reafirmas que parece una ciudad inabarcable. ¡Tanto que hacer y ver! No es tu intención armar itinerarios alrededor de citas. El único factor real que tenes en cuenta al organizar tus recorridos es la comida: los restaurantes o puestitos callejeros que deseas probar. La prioridad es esa, no encontrar el amor de tu vida. Has pasado toda tu juventud en parejas monógamas seriales, empezando a los 17 con ese hombre de 26 que tu mamá tando odiaba. Hoy la entendes perfectamente. ¿Qué podrían tener en común un hombre adulto y una adolescente que apenas entiende de la vida? Nada claramente, pero en esa época con tus amigas creían que era muy cool salir con alguien mayor. Como si, por propiedad transitiva, eso significase que la adolescente seleccionada fuese “ madura”. El discurso de la madurez era el enganche con el cual estos especímenes las encaraban: que parecés mas grande, que sos muy inteligente, que con vos puedo hablar cosas que con las demás de tu edad, no. Una competencia omnisciente ridícula por sentirte la distinta, la elegida, la merecedora de la atención de un hombre hecho-y-derecho, no inmaduro como los compañeros de curso. Tu primer novio fue un adulto manipulador consciente. Te da escalofríos recordar que te iba a buscar a la escuela sin que a las autoridades se les moviera un pelo. De ahí en adelante solo te dedicaste a saltar de una relación a otra con bastante celeridad. Sin embargo, por primera vez en tu vida hoy estás disfrutando estar viva en tus términos, sin responder a las necesidades de un compañero. Estás viajando sin pasaje de regreso. Sabes que pronto toca seguir viaje, pero no tienes claro durante cuánto tiempo ni a dónde irás a continuación. Sin embargo, tu cabeza ya está madurando una idea salvaje. El sueño de tu vida. ¿Será que acaso podrás hacerlo? ¿Será que lo merezcas?
Al día siguiente te diriges al mercado de pulgas de Notting Hill. Vas a conocer las hermosas casitas de colores, comprarte alguna baratija vintage, almorzar algo rico y sacar la foto obligatoria de la puerta azul de la peli, claro. La mañana se anuncia lluviosa y gris, pero eso no impide que el mercado esté atiborrado. Compras unos aros antiguos en forma de abanico que continuan la línea de la oreja y te detienes a por un curry tailandés en un pequeño restaurante. Te atienden rápido y devoras lo que te sirven con la misma velocidad. Envalentonada por el calor de las especias, vuelves a pensar en tu historial sexoafectivo. No todos tus ex pertenecen en la misma bolsa, eso queda claro. Por algún motivo, no te inclinas a pensar en aquellos con quienes terminó todo bien. Quizá porque en esas ocasiones el cierre no dolió como con aquellos que demostraron una cara totalmente desconocida al momento de la ruptura. Te preguntas por qué es tán imposible de ver en tiempo real, y concluyes que la explicación más coherente es la que esboza Wanda en Bojack Horseman: “Es curioso. Cuando miras a alguien a través de gafas color rosa, todas las banderas rojas parecen simplemente... banderas”. El concepto “bandera roja” te hace odiar la traducción, pero sabes que sino no funcionaría la referencia. El amor romántico son las gafas rosas que te pones cada vez que encaras una relación. Analizas la situación mediate métricas heredadas de lo que se supone constituye una pareja. Para el momento en que se caen las gafas, o el velo del amor romántico en este caso, ya has aguantado de todo “en nombre del amor”. Más que banderas rojas, lo que queda es un elefante enorme en el medio de la habitación: la relación funcionaba por todo lo que sobrecompensabas, de otro modo habría caducado mucho antes. Nunca se trató de un vínculo igualitario. Incluso sabes bien que tu pareja más formal y duradera hasta la fecha permanentemente te hacía sentir mal porque aborrrecía que supieses más que él de equis tema. Te acusaba de pedante si osabas querer explicarle algo que desconocía. Tomas un trago largo de agua, mitad para bajar las especias del curry, mitad para digerir el disgusto de recordar cómo te fuiste callando para que no te acusara de soberbia. Pides la cuenta y llevas las manos a tus sienes. Te regalas un breve automasaje. Tu vida es otra ahora. Respiras profundo.
Vuelves al departamento en subte y te detienes a mirar la diversidad que te rodea. En esta ciudad es imposible adivinar de qué origen son sus habitantes y eso te fascina. Escuchas al menos 5 idiomas distintos, 3 de los cuales te desconciertan pues no te suenan a nada conocido. La vestimenta tampoco ayuda a develar el misterio. Te pierdes en sus diálogos sin entender una palabra. En un instante, recuerdas precisamente por qué estás viajando: conocer culturas, personas, costumbres, idiomas. Decides que apenas llegues a casa vas a buscar tu próximo destino.
Te sientas en la computadora con el mate y entras a ver qué pasajes baratos encuentras. No importa el destino, solo sabes que deseas trasladarte hacia oriente. Das clic y la página te indica 5 destinos accesibles para la fecha seleccionada. Uno inmediatamente atrapa tu atención: Croacia. Estuviste en Dubrovnik en Agosto, en plena temporada alta. Sus aguas transparentes y cálidas se grabaron en tu retina a fuego. En Inglaterra ya oficialmente hace frío y unos días de relax escuchando las olas siempre vienen bien. A mediados de octubre, según investigas, la costa croata ya no está invadida por turistas y los precios bajan abruptamente. Una búsqueda rápida en Airbnb arroja que sí, efectivamente los precios están la mitad o menos e incluso hay mucha diversidad de alojamiento. Te llama la atención un monoambiente emplazado detrás de una casa de familia en las afueras de Dubrovnik. De fondo, las montañas de piedra; enfrente, el mar adriático. Podrías ir a la playa caminando cada mañana, hacer las compras, llevar la vida en cámara lenta de un lugareño.
El celular vibra y ojeas la notificación. Es el Inglés que quiere llevarte a cenar mañana al Soho. Respondes rápidamente que te encantaría, sin rodeos. Coordinan encontrarse en un barcito a las 18 h. Vuelves entonces a la pantalla y a tus planes, aunque ahora piensas en los lunares simétricos sobre su ojo izquierdo y que no puedes esperar a verlo para contarle que estás planeando cumplir el viaje de tus sueños. Planificaste quedarte 10 días en Londres porque es el tiempo que tu prima podía hospedarte. Sin embargo, quizá puedas extender tu estadía para conocer un poco mejor a tu nuevo interés amoroso y saber si realmente es tan prometedor como parece. No obstante, el pasaje económico a Croacia es válido para la próxima semana únicamente. Si decides quedarte, no tendrás forma de saber qué opciones accesibles habrá más adelante.
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Lu.-