Estrenó nomás la película de Barbie y no la esperaba con particular emoción. Me interesa, más que nada, por la repulsión que le manifiesta el sector conservador. Si tanto les molesta, algo debe estar haciendo bien. He escuchado excelentes críticas y, en algún momento, voy a verla. Me convoca porque, aparentemente promueve un discurso feminista, aunque desde el merchandising perpetúen los mismos estándares opresivos de siempre:
«Si la producción de Barbie “le habla directamente a las mujeres sobre la imposibilidad de la perfección”, como insiste New York Times Magazine, sus productos les hablan sobre la importancia de intentarlo de todos modos».
De chica Mamá me compró algunos ejemplares de la famosa muñeca, pero jamás nos dio el bolsillo para acceder a sus accesorios, mueblecitos y vestuarios. Cuando iba a lo de alguna amiga que sí los tenía, disfrutaba jugar con ellos pero lo mío era más explorar el movimiento del cuerpo, como ya charlamos en Renunciar a la Excelencia.
Pero no es mi intención ofrecer una crítica de cine. El punto es que mis amigas de la primaria me invitaron a verla (ergo mi soliloquio inicial sobre la peli). Solemos juntarnos cada vez que vengo a Mardel, más allá de las agendas complicadas de cada una. Nos conocemos hace 30 años, ¿no es increíble? T r e i n t a. Me interesa nutrir vínculos de larga data igual que los recientes. Me enorgullece cultivar amistades, vernos crecer.
Durante mi estadía en Argentina estoy aprovechando para armar muchos y muy lindos planes con mis amigues. Pero hay un temita.
Si bien soy muy argenta para Londres, donde me quejo de que me falta la sobremesa o la calidez latina, con mis horarios soy ya muy inglesa para mi país natal. Me habitué a cenar 18:30 horas, salir a tomar algo tipo 19 o 20 h (como muy tarde) y para medianoche ya estar en la cama. Mis nuevas costumbres desencadenan un sinfín de negociaciones con mis amigues marplatenses, cuyos cronogramas son los que tenía yo hasta 2017.
Ahora me deleito en mi rutina tempranera. El hambre me ataca en el momento exacto donde antes me clavaba una merienda. Ahora no espero a la noche, me preparo la cena cuando tengo apetito y ya. Si se extiende mucho el horario de la comida, me pongo de mal humor. Si ceno tarde, me cae pésimo y no logro conciliar el sueño. Tampoco me divierte estar de joda post medianoche porque mi cuerpo se desconecta, como si le cortaran la corriente. Mi momento pico para aprovechar la pista de baile es 22:30 h, como en las fiestas tempraneras de Londres. Ahí reboso de energía y me atraviesa un lindo party mood. Después de eso, ya me conozco, es todo cuesta abajo. Cuando el reloj marca las doce me arrebata una especie de Síndrome de Cenicienta, en donde me urge salir corriendo del recinto hacia la comodidad de mis sábanas.
La situación no resultaría inherentemente complicada, si no fuese porque me da una inmensa culpa comunicarle a mis amigues que estos son los horarios que manejo y que no quiero cederlos. Me cuesta horrores decir “no, a esa hora no voy”, como pensé inmediatamente al escuchar que la invitación a ver Barbie era 22.30 h un miércoles. Nobleza obliga, admito que de haberse pasado a un sábado tampoco habría asistido. Me resulta tardísimo para ir al cine, me duermo.
Esta semana, me reconocí complaciente o, al menos, en búsqueda de.
¿Por qué me justifico tanto? ¿Por qué cuesta tanto decir no? Tantos años y debo seguir ejercitándolo, como un músculo, para que no me atropellen las ganas de agradar.
Cabe destacar que mi grupo entendió perfectamente que no me interesase un plan tan tarde. Nadie me hizo un planteo, ni se quejó, ni me cuestionó nada. Aún así, la culpa persiste, clavada en algún rincón oscuro que necesita complacer a los demás.
Espero que la edad me ayude a sentirme más cómoda en mi habilidad de autorespetar mis límites. No le debo explicaciones al mundo de por qué me gusta vivir como vivo. Sin embargo, me desvivo para ofrecerlas incluso cuando no me las exigen. Jamás se me ocurriría pedirle a un ser queride que justifique por qué es como es pero, cuando se trata de mí misma, tengo que hacer el ejercicio de entenderme y salir de la culpa.
Es difícil ser amiga de una misma y hablarse con el mismo amor que le profesamos a les demás.
Me encuentro en el camino de respetar mis propios deseos en lugar de anteponer los ajenos. Soy plenamente consciente de cómo cada amigue necesita recibir cariño y cuidado, pero cuando se trata de mí, quedo en offside.
Intento, entonces, descular cómo darme lo que necesito y respetar mis propios umbrales. No quiero forzarme a dar más de lo que puedo, ni atravesar situaciones que me resultan incómodas. Lo más loco es que no sé muy bien cómo empezar porque, para establecer límites, primero tengo que aprender qué necesito. Dediqué mucho tiempo a cuidar y atender necesidades ajenas. Recién este año me concedí la misma atención.
Empecé a darme el espacio para entender qué necesito recibir cuando estoy triste y cómo disfruto pasar mi tiempo.
No me había ocupado porque siempre prioricé lo que necesitaba la otra persona. Considerar mi propio deseo se me había mezclado con el egoísmo. Sin embargo, si planteo un tope con compasión quizá podamos encontrar un punto medio que nos sirva a todes. En el caso de mi negativa a ir al cine tarde, propuse cenar en casa otro día temprano y cocinarles. Podemos explorar juntes nuevas maneras de que ambas partes quedemos satisfechas.
Solía acceder a planes que no me interesaban por miedo a cómo el otre lo iba a tomar. No sin esfuerzo me estoy corriendo de esas actitudes. En mi experiencia, el antídoto vuelve a ser el de siempre: hablar. Si comunico lo que me pasa, puedo darle a mi interlocutor la chance de entenderme. No hay garantías de acuerdo, claro está, pero si se imposibilita el diálogo quizá el problema sea el vínculo, no yo.
Sé desde donde planteo mis necesidades y que siempre ofrezco un espacio para negociar. De ahí me agarro cuando me falta empatía conmigo misma.
Si nuestra relación se basa en que yo deba renunciar a mis bordes, delimitados específicamente para cuidarme, entonces no la elijo.
En este proceso, es natural reconocer que ciertos vínculos ya no son los adecuados para mí. No sé si pueda continuar siendo mi amigue quien no entienda que me ofuscan los planes de madrugada. El pensamiento me recuerda a la fantástica news de
sobre amistades descosidas:Con su onírica manera de narrar, Magui me invita poéticamente a reevaluar si las personas que me rodean se alinean con la versión de Lujan que deseo potenciar. Algunas coinciden, otras no y está bien.
Por suerte hay personas con quien dialogo y reacomodo y reconfiguro.
Las elijo todos los días porque a ambas nos interesa el deseo del otre.
El miedo a decir “no” se atenúa cuando entendemos que el límite sirve para cuidarnos y respetarnos ―una practica activa, laboriosa y en curso.
Nunca cruzaría los límites ajenos, ahora me toca cuidar los propios.
Esta semana en mi nueva newsletter gastro, GUARNICIÓN:
Mientras preparo un viaje de dos semanas a Buenos Aires (para trámites migratorios, visitas, comidas y demáses), te enviaré un breve ensayo sobre cómo puede resultar liberador cocinar más o menos siempre lo mismo. También incluiré algunos ejemplos de mi cocina para disparar la creatividad.
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Esperando a que nuestros horarios coincidan. Faltan pocas horas ❤️.
En mi hogar ocurre lo mismo. Vas a estar muy cómoda.