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Con mis compañeres de Argentina Solidarity estamos armando un evento conmemorativo para el 24 de marzo en un pub de Londres. Nos reuniremos el domingo al mediodía para conversar sobre el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. Vamos a cantar, a comer delicias argentinas y, sobre todo, a sostenernos emocionalmente en este momento tan difícil que atraviesa nuestro país. La juntada es abierta a todo público, así que te esperamos si estás Inglaterra. También nos encantaría que se acercasen locales a empaparse de un poco de historia (y actualidad) argentina.
Lo curioso es que esta semana me trabé cuando intenté explicarle a mi familia inglesa qué conmemoramos en esa fecha. “Day of Memory? Memory of what?”, me preguntaron confundidos. Y ahí caí en cuenta de que, entre nosotres, no necesitamos aclarar qué es lo que albergamos en la memoria. Los acontecimientos del pasado reciente laten en nosotros. No hablamos de recuerdos sepultados ni de relatos lejanos.
La última dictadura militar dejó cicatrices en nuestra memoria colectiva. La piel que volvió a crecer sobre la herida tiene otro color, otra textura; es tierna y extremadamente sensible. Solo podemos tocarla con el mayor de los cuidados, especialmente porque para muches compatriotas aún sangra: siguen sin saben dónde están sus desaparecides. Les siguen llorando. Les siguen esperando.
¿Quién mejor que Abuelas para explicar qué pasó en esa fecha trágica de la historia argentina?
Las Fuerzas Armadas, que el 24 de marzo de 1976 perpetraron un golpe de Estado en nuestro país, consolidaron un régimen de terror y persecución que desapareció por razones políticas a 30 000 personas de todas las edades y condiciones sociales. Entre ellas, había centenares de mujeres embarazadas que parieron en cautiverio y niñas y niños que fueron secuestrados junto a sus madres y/o padres. Los familiares de las víctimas recorríamos juzgados, comisarías, hospitales, iglesias y organismos públicos en busca de información, y obteníamos como respuesta silencios cómplices. De a poco, comenzamos a agruparnos para compartir datos y darnos fuerzas. En abril de 1977, las Madres de Plaza de Mayo ya habían convertido la orden policial de “circular” en “la ronda de los jueves” y usaban, para reconocerse, un pañuelo blanco atado en la cabeza, que simbolizaba el pañal de tela de sus hijos e hijas.
Cuando intento describir en tierra foránea la importancia de esta fecha en la memoria de mi país, las emociones emergen de golpe por la urgencia del contexto argentino actual. Busco material en inglés de lo ocurrido y me desespera que entiendan por qué lloro cuando se los muestro.
En 2024, conversaciones que creíamos saldadas han vuelto a acaparar el eje del debate. Nos vemos obligades a recalcar que sí fueron 30 000 desaparecides, cuando una y otra vez se pone en duda la cifra. Defendemos nuestro derecho a disentir con este gobierno negacionista y a criticarlo con toda la dureza que haga falta. Nos negamos a naturalizar el regreso de la violencia, la liberación de genocidas, el uso peyorativo del término “zurde”, la persecución a quienes piensan distinto.
El problema es que se ha vuelto aceptable decir cualquier cosa, tergiversar la historia, esconder la verdad. Aquelles que aplaudieron El Secreto de sus Ojos y Argentina 1985 y aún bancan al gobierno, ¿qué película están mirando ahora? O, mejor dicho, ¿en qué Argentina están viviendo?
Resulta inevitable extrapolar el interrogante a todo humane con acceso a las noticias: ¿no te preocupa que el futuro parezca encaminarse a repetir el pasado? ¿Acaso no aprendimos nada?
¿Qué le está pasando a nuestra memoria colectiva?
Me pregunto si efectivamente no recordamos, si dejamos de tener tiempo para revivir lo que aprendimos, o si el poder hegemónico está reescribiendo (exitosamente) la historia tanto en los libros como en nuestras psiquis.
Más que nada, me pregunto cómo lo logran.