GUARNICIÓN / Escaparse de uno mismo, una pizza a la vez
Invitada: Juana de Todas Nuestras Palabras
Llegué a la pantalla en blanco con la intención de escribir otra clase de introducción. Sin embargo, como nos ocurre a quienes nos permitimos seguir ideas incipientes, apenas me senté a teclear cambié de opinión.
No hay mejor manera de presentar a la invitada de hoy que a través de una historia atravesada por la literatura. Quizá el apellido Riepenhausen no les suene, pero quien lo porta es amiga de la casa desde el origen: mi admirada
. Hace tiempo la considero mi Virgilio personal y hoy quiero contarles por qué la apodé de este modo, apenas comenzar a leerla y a participar de sus talleres de escritura.Virgilio fue un poeta de la Antigüedad, de gran perfección estilística, a quien Dante Alighieri eligió para desarrollar uno de los personajes centrales de la Divina Comedia. Leí este libro en la facultad de Letras en MDQ, hace varios años ya, en una edición antiquísima que había pertenecido a mi abuela. Recuerdo vívidamente sus tapas duras de cuero borgoña con letras doradas, la hojas finísimas, las ilustraciones algo jeroglíficas y envejecidas.
Es al Virgilio literario, no el poeta de carne y hueso, a quien invoco cuando hablo de Juani y su papel en mi camino como escritora.
En el relato de Alighieri, es Virgilio quien conduce a Dante a través de los Nueve Círculos del Infierno con una actitud afectiva y protectora. Él conoce los pasillos y vericuetos del Infierno y toma acción para que el protagonista pueda llegar a destino. A su vez, Dante lo considera su guía y su maestro, quien lo ayuda a acercarse a la verdad con paso firme.
Quienes tenemos la pulsión del arte en las venas muchas veces nos sentimos bloqueados a la hora de emprender un camino creativo. En este sentido, doy fe de que mi travesía como escritora empezó a fluir cuando Juani llegó a mi vida.
En La Divina Comedia, relata el poeta sobre su papel en el periplo:
“(…) su alma (la de Dante) no podía venir sola (…) Por esta razón fui yo sacado de la vasta garganta del Infierno para enseñarle el camino y se lo enseñaré hasta donde mi ciencia pueda guiarle”.
Un buen guía comparte no solo su conocimiento, sino las emociones del viaje. Un verdadero líder despeja el camino para que cada protagonista pueda encontrarle al sendero su propia forma. No ofrece fórmulas mágicas ni pretende acortar camino.
Es en el trato gentil y la sabiduría amable que Juana y Virgilio se superponen en mi imaginación. Quizá, también, en la generosidad para difundir conocimiento.
Juana, además de ser mi amiga y mentora, este mes se convirtió en flamante autora publicada. Puedo adivinar los incontables senderos literarios que abrirá para escritores en potencia que todavía desconocen la fuerza que esconden sus manos.
Escribir es un método, al igual cocinar. No representa un camino sagrado reservado para unos pocos.
Quien insista con las palabras, como insisto yo con los ingredientes, llegará a diversos puertos: algunos olvidables, otros aceptables, y unos cuantos dignos de profundización. Es en este proceso, con todos sus altibajos, que aparecen la voz, el estilo y la autenticidad.
Para consolidarnos en el arte que nos convoca sirve recordar que el camino se hace andando, que es lo mismo que decir que a escribir se aprende escribiendo (o a cocinar, cocinado). Precisamente allí radica la importancia del mensaje de Juana: vos también podes conectar con tu creatividad a través de las palabras.
Hace más de un año que ejercito mi escritura con ella y crecí muchísimo. Ojalá te inspire a conseguir tu ejemplar pronto y comenzar la exploración.
Ocurre que encender la llama de la escritura en los demás constituye solo uno de los talentos de Juani. Ante todo, ingresé en su universo por sus newsletters y su manera personalísima de escribir.
Hace algunas semanas, le envié una cita de
que cuestionaba: ¿Qué propósito tiene la comida en tu vida? Comprendimos ambas que intentar responder la pregunta desde un texto expondría zonas particularmente vulnerables. El relato de Juani se siente en el cuerpo.Escaparse de uno mismo, una pizza a la vez
Texto:
Hay muchas formas de definirse a uno mismo, y por muchos años yo me definí como una persona fácil, alguien que necesitaba poco mantenimiento, easygoing como se dice en inglés. El ejemplo más claro que podría dar es la indiferencia con la que miraba el menú de comidas de las cervecerías a las que íbamos con mis amigas allá por el 2015. Las dejaba pedir algo para compartir con confianza ciega, en parte porque las propuestas de estas cervecerías eran todas iguales (si algo caracterizó esa época es la combinación cheddar, panceta y cebolla de verdeo), en parte porque mis amigas me conocían lo suficiente, pero sobre todo porque me gustaba ser esa persona. Me gustaba decir que todo me venía bien, que podían pedir bastones de mozzarella o una picada completa y yo iba a estar igual de feliz con cualquier opción. A veces uno tarda un cierto tiempo en hacer las conexiones necesarias para entender que una papa frita nunca es solamente una papa frita. A mí me esperaban varios años por delante de creer que esa tranquilidad con la que permitía que otros tomaran decisiones por mí era solo eso, tranquilidad. Ahora entiendo que me estaba escapando de algo mío, algo propio, pero en ese momento yo estaba convencida de que no existía mejor vida que la que se vivía en las banquetas incómodas, y que no había versión de mí más ideal que aquella chica que le pasaba el menú a sus amigas sin dudarlo.
También me estaba escapando de algo cuando vine a vivir a Inglaterra. No tanto de mis problemas, porque sabían que iban a perseguirme, sino más bien de mi condición individual de ser quien soy, como soy. Unos meses antes de subirme al avión, nuestra vida familiar había cambiado por completo. A mi hermana Amelia, ocho años menor que yo, le habían diagnosticado celiaquía y toda nuestra dieta hogareña había cambiado. La celiaquía asintomática, como la de mi hermana, es peligrosa. Tu cuerpo no reacciona al gluten como el de las otras personas. No vomitás, no tenés brotes de urticaria y no, no tenés que salir corriendo al primer baño público que se te cruza. A veces te sentís mal, pero por lo general lo que sucede es que tu cuerpo solo empieza a dar señales cuando el daño que le hiciste sin saberlo es notable. Por eso recomiendan que los familiares directos de los celíacos se testeen para saber si también tienen la enfermedad, que es exactamente lo que hicieron en mi mamá y mi hermano. Y no, yo me escapé. Alegando entre risas que no podía ser inmigrante y celíaca, me ahorré los análisis y me fui a vivir a otro país, asegurando que me sentía perfecta, que era imposible que yo fuese celíaca y no lo sintiera ni siquiera un poco. Sí, ya sé, mi lógica no tenía mucha lógica, pero así somos cuando nos escapamos de algo, sobre todo si nos escapamos de nosotros.
Si nos movemos rápidamente algunas escenas más adelante, nos encontramos en Barcelona, en 2021, dos años después de haberme escapado hacia Europa. En una plaza que no es de las más turísticas pero para mí se convirtió en la representación visual de la bisagra de una vida, recibí una llamada de mi médica confirmándome que mis últimos análisis de sangre habían llegado y sí, era muy probable que mi baja energía, pérdida de peso y desgano generalizado se debieran a que yo también era celíaca, como mi hermana. Me mandó a seguir haciendo una dieta normal, sin restricciones, y esperar unos meses a que me hicieran una endoscopía. La fecha se marcó en mi calendario, pero no quise entenderla en su importancia. Esa tarde volví a la casa de mi amiga Danu, donde me estaba quedando en mi viaje, y le conté sin todavía poder creer que lo que le decía era cierto. A la noche fuimos a uno de sus bares favoritos y yo le hice una promesa al cielo: si no soy celíaca, Dios, dejo de comer carne, te juro. Se ve que pensé que así funcionaban las cosas, con negociaciones. Las etapas del duelo se estaban presentando desordenadas, pero estaban.
En los días que siguieron, las coincidencias de la vida me trajeron a una persona que no veía hacía muchos años y Barcelona me encontró viviendo una historia que no fue de amor pero sí de mucho cariño. Él cocinó para mí, me llevó a pasear, entramos juntos a una librería donde compré un libro usado de Pizarnik. Mi espalda estaba muy dolorida porque había pasado una semana durmiendo en una carpa y trabajando de acá para allá cargando libros y acepté el masaje que ofrecía sin esperar nada a cambio. A cambio vinieron naturalmente las risas, las confesiones, el poder dormir profundamente al lado de alguien más por primera vez en mucho tiempo. Cuando llegó el fin de mi viaje, él me ofreció ayuda para llegar al lugar donde tenía que hacerme un PCR, más ayuda para acompañarme hasta la casa de Danu, más ayuda para saber cómo llegar al aeropuerto a la mañana. Las rechacé a todas. Me encontré con una reacción visceral que no había anticipado. Me ofendía que alguien pensara que yo necesitaba ayuda con cosas tan simples. Yo, que era una persona tan independiente, tan fácil de llevar, tan libre de necesidades como qué comida se pide en un restaurante. Así que me escapé, una vez más. Me subí a ese avión y volví a Londres y me olvidé por un tiempo que ser cuidada se había sentido tan bien.
Meses después de ese viaje me confirmaron la verdad que no quería ver: sos celíaca, para siempre. Pasé por muchas etapas en estos dos años desde mi diagnóstico. Primero compensé la falta de cerveza por sidra de frambuesa, aclarando siempre que antes, cuando podía tomar cerveza, era mucho más cool. En esta primera etapa pasé también por la moda de comprar cualquier cosa que dijera gluten free en la etiqueta. Cosas que quizás no me gustaban tanto, pero seguían siendo fáciles de comprar, fáciles de pedir. Todavía podía escaparme. Como suele pasar en todas las historias, me transformó el tiempo y el amor. Hace un año que estoy de novia con una persona que ama cocinar pero sobre todo ama comer. Cocinar para mí es difícil, reconoce, pero lo toma como un desafío. Yo dejé de intentar ser fácil y acepté que soy persona, como cualquier otra. Cuanto más me acepto así, más me dejo ver, y él más me cuida. Con él volví a recordar lo que era comer bien, comer de verdad. Reemplazamos lo que se tiene que reemplazar pero no sacrificamos gustos. Estoy aprendiendo que ser celíaca no es tan terrible si uno deja de escaparse de lo complicado, si renunciás a la salida fácil de la góndola especializada. Me estoy empezando a animar, de a poco, a decirle a mis amigos que aprecio el gesto de comprar un budín de limón sin gluten, pero nunca me gustó el budín de limón, y la celiaquía no cambia esto. Estoy empezando a aceptar que mis necesidades no abarcan solo mi salud, que necesito también disfrutar la comida tanto como cuando mi vida era más fácil.
Me enojé muchas veces con los que se inventan alergias que no cargan porque quieren disfrazar intolerancias gustativas. Ahora no siento enojo, sino pena. Qué pena que puedas comer tantas cosas y tengas que inventar que no podés, qué pena que no puedas decir con confianza qué te gusta, o que quizás ni siquiera lo sepas. En lo que refiere a mí, entendí que no es difícil ser celíaca porque la gente lo confunde con una preferencia. Es difícil ser celíaca porque es difícil ser celíaca. No quiero una pizza sin contaminación cruzada, quiero poder comer la pizza que siempre me gustó. Quiero tomar cerveza de trigo, quiero comer ravioles caseros suaves. No quiero reemplazos, una pasta de trigo sarraceno, una pizza hecha con harina de garbanzos. Quiero una solución mágica que no existe, porque quien es celíaco es celíaco para siempre, y es por esto que calmé mi enojo. Si tengo que vivir para siempre así, mejor es hacerlo sin enojarme.
Creo que este año viví mi última situación de escape. Podría confundirme, uno nunca sabe que se está escapando hasta que las cosas te encuentran. Volviendo de mi tercer año durmiendo en una carpa y transportando libros durante una semana, anuncié que quería comer una hamburguesa de McDonald’s. ¿Por qué no, si mi cuerpo no siente los síntomas? Es un solo permitido, un gusto que me merezco. Mi amiga me alentó y festejó conmigo mientras pagaba ese cuarto de libra. Una hora más tarde, le tuve que pedir al taxista que frenara en seco, antes de vomitar sosteniéndome de la puerta. Desde entonces hice las paces con lo que los médicos me dijeron. Ya no tengo huecos por los cuales escaparme. El gluten me hace mal, ser celíaca es quien soy. Y podría soñar con ser alguien distinto, alguien más fácil, alguien sin tantas complicaciones, pero sería un sueño que en fondo escondería el profundo miedo de que quien soy esté mal.
La relación con la comida es complicada, solo se le asemeja a la que tenemos con el dinero. No podemos pasar un día entero sin enfrentarnos directamente a los sentimientos negativos que genera en nosotros. En mi caso, no pasa un solo día sin que yo piense en que soy celíaca. Cuando miro películas me desconcentro pensando cómo viviría yo esas situaciones donde la comida está presente así, tan libremente tocándose entre sí. Cuando veo las historias de la gente en Instagram siempre envidio sus pizzas, nunca sus casas. Y me pregunto muy seguido quién sería hoy si no fuese celíaca, si hace dos años el resultado hubiese sido distinto. Quizás mi vida sería más fácil, pero no sé si sería más feliz. Una de las cosas que más disfruto hacer con mi novio es enseñarle español. Me divierte que ya haya aprendido lo suficiente como para pelearme en chiste. “Mi novia es difícil,” dice a veces, cuando le pido que por favor no le ponga tanto picante a la comida, que mejor compremos batata y no papa, que esa ensalada justo no me gusta. Tiene razón, soy difícil. Y sin embargo él me quiere y me elige. No sé si estaríamos acá, si yo sería tan feliz, si me hubiese seguido escapando.
Hasta aquí, GUARNICIÓN vol 11
La newsletter de gastronomía que te invita a transformar la materia como puntapié para transformar el mundo.
Gracias por leer, recomendar, difundir y apoyar este espacio. Juntes seguiremos expandiendo nuevas perspectivas para pensar la comida y la cocina.
Mi participación oficial en GUARNICIÓN, con una intro que me hace sonrojar pero sobre todo me dice que si alguien como Luján piensa así de mis palabras y mi trabajo, algo estoy haciendo bien.