¡¡¡ADVERTENCIA!!!
todo lo relatado en el siguiente folletín está BASADO EN HECHOS REALES.
Es una historia absolutamente verdadera salvo por TODO aquello que elijo ficcionalizar para preservar mi intimidad y la de todas las personas involucradas en la historia, que son de carne y hueso y merecen que las cuide ❤️.
Por otro lado, lo que ocurre no lo decido yo, sino las encuestas en las que ustedes mismos votan democráticamente qué pasa a continuación. En ese sentido, si lo que sigue es factualmente verídico o no ES RESPONSABILIDAD DEL PÚBLICO.
Asegúrese, lector, de votar a consciencia porque en sus manos está la génesis de los capítulos subsiguientes.
Te responde algo amable pero un poco impertinente. Te desconcierta pero te intriga. Entonces te pregunta si tenes planes para los próximos días. La realidad es que sí, tenes. Pero quizás puedas hacerte el tiempo después de alguna de tus procesiones diurnas recorriendo la ciudad. Tener al inglés en línea es un suplicio, pero cuando logran conversar un ratito te sientes cómoda, suelta, tranquila. No sabes qué pensar.
Si te cansaste de que la conversación por WhatsApp sea tan esporádica y preferís patearlo un poco más, respondés a)
Si ya estás intrigada y querés saber si va a haber invitación concreta, respondes b)
Leelo entero acá.
Respondiste b)
Apenas le abrís la puerta para que se la juegue y te invite a salir, rogás que no sea de esos. Te apena recordar tu propia experiencia (y la de casi todas tus amigas) con unos cuantos intereses románticos que quedaron en la nada por la incapacidad absoluta de esos para finalmente concretar una cita. “A ver cuando nos tomamos una birra”, escupen como frase comodín para tantear la cancha hasta sentirse seguros, pero finalmente nunca ponen fecha de encuentro una vez que la muchacha en cuestión les da cabida. Por más que se las dejen tan servida con una respuesta del estilo: “dale, yo cocino, avisame”. Incluso con esos, si la mujer pone primera pareciera enfriar completamente las cosas. En fin, rogas que no sea de esos que acumula matches para emparchar su ego. Esos que nunca tuvieron intención real de conocerte.
Por suerte, el celular vibra otra vez. El Inglés no tiene muchas vueltas y sin más te propone: “'¿Vamos a tomar algo el jueves? Salgo de trabajar a las 16 h y a las 18 h puedo estar en donde a vos te quede mejor”. En resumen, un plan concreto con fecha y hora, pero dándote libertad absoluta de elegir en qué lugar. En una ciudad monstruosa como Londres eso es muy considerado y no lo pasas por alto. Le respondes inmediatamente porque no hay histeria. Está claro que en 10 días te vas y no hay tiempo que perder. “Ese día voy a recorrer Spitalfields Market con mi prima L, quien me está hospedando en Londres. ¿Querés que nos encontremos en Camdem?”, tirás sin titubear. Te encanta el espacio que naturalmente se genera para que no pienses todo demasiado. Sobrepensar es recurrente y no solo en lo referido a tu vida sentimental. Pero, de nuevo, el tiempo apremia y una de dos: o el Inglés lo tiene claro o es una persona muy directa y clara. O quizá ambas. Afortunadamente su respuesta tampoco tarda en llegar: “Perfecto. Te veo en Camdem el jueves a las 18h. Ese día te escribo y me confirmás bien dónde vas a estar”. Resolutivo, comprometido, afrodisíaco. Se lo comentás a L, que sigue al lado tuyo mirando la peli, absorta. “El jueves salgo con el pibe de Tinder. El piiii-be…”, le subrayás alargando las sílabas. Ya le habías compartido tu prejuicio por la diferencia de edad, pero cuando lo repetís te das cuenta de que no te molesta que él sea más joven, sino que vos seas más grande. Te da bronca no poder desaprender ese prejuicio horrible. Encontras consuelo en intentarlo. Además, L te apoya y juntas hasta lo convierten en algo positivo. Quizá sea una buena anécdota, nunca se sabe.
El jueves te despertas tranquila pero con un pensamiento incrustado en la sien: “hoy tenés cita”. En los últimos meses lograste adquirir una cierta soltura en el mundillo de Tinder, app que nunca habías usado hasta salir de Argentina. En tu ciudad siempre te sentiste demasiado expuesta. Concluyes que ha de ser porque últimamente te estás permitiendo ser otra. La que viaja por Europa con pasajes abiertos y fechas a convenir. La que sale con un Inglés que probablemente no entenderá lo icónicas que son las Spice Girls. L prepara crumpets de desayuno porque sabe que te encantan. Luego de una mañana muy relajada, te encomiendas a la difícil tarea de elegir un outfit que sea lo suficientemente cómodo para caminar por Spitalfields durante el día, pero también ondero para más tarde ir a conocer al Inglés. No puedes darte lujo de ser quisquillosa porque lo único que te acompaña desde hace 4 meses es una valija de 23 kg con ropa para todas las estaciones. Pasaste junio, julio y agosto en el verano más sofocante de los últimos años en el hemisferio norte, pero ahora Londres te apuñala con su viento helado y lluvia incesante. Cuentas con ropa para toda ocasión pero tus opciones son muy limitadas. Eliges un pantalón negro de jersey ajustado pero acampanado y un buzo negro. Abajo, la remera que compraste en el museo The Broad en LA, en enero de este año. La cartera amarilla que te regalo mamá le da un toque de vida. Las plataformas son tu toque adorado, una de esas compras impulsivas, irracionales y carísimas que cada día adorás vestir. Gran inversión y al final se terminaron pagando solas con la plata de esa partida de poker que ganaste de puro ogt pura suerte de principiante en NYC en enero también. Viajaste de costa a costa en lo que va del año.
El día comienza en Spitalfields Market, con street food chino y larga caminata con muchas fotos, especialmente de graffittis. No puedes no querer retratarlo todo para quedártelo para siempre. Luego se dan el gusto con L de tomar el té en Ottolenghi, mitad para saborar sus delicias y mitad para descansar porque el contador de pasos está al rojo vivo. Así disfrutas conocer las ciudades: patéandolas, perdiéndote, sin planes estrictos ni excursiones. En Londres siempre caminas mirando para arriba para tratar de absorber toda la belleza que te rodea en forma de pubs, casonas viejas y toda esa iconografía inglesa que resultó tal cual la habías soñado. Es entonces cuando llega otro mensaje del Inglés. Quiere confirmar en qué parte de Camdem se encontrarán exactamente. Le respondes más entusiasmada de lo que te gustaría. Te encanta su atención, se siente plena. Le respondes que el lugar más fácil de identificar es, a tu entender, Cyberdog. Le cuentas que la tienda futurista-rave-sexshop-artística-berlinesque ostenta en su entrada dos cyborgs metálicos de unos 6 mts de altura. Imposible desencontrarse ahí. El Inglés lo ubica y acuerdan verse allí a las 18 h.
Te despides de L y entras al subte que en unos 30’ te deja en Camdemtown. Llegas un poco antes porque prefieres esperar a que te esperen. Decides creer que es por respeto a los ingleses, que son puntuales, y no por control freak. Das unas vueltas por el mercado pero tratas de evitar los puestos de comida. Si bien es donde te dirigirías normalmente, en este caso no querés impregnarte de olor. Un recorrido breve por los puestos de ropa vintage te magnetiza y rápidamente se hacen las 18 h. Caminas sin prisa hasta la puerta de Cyberdog, preguntándote qué te deparará la tarde. Te anclas a esperarlo y sientes que los dos enormes cyborgs son tus guardaespaldas. Se hacen las 18.15 h y él aún no llega. Buscas entre las caras esos dos lunares simétricos y no los encuentras. Te impacientas y le escribes. WhatsApp no colabora porque el mensaje solo queda en un tick y eso significa que ni siquiera lo recibe. Piensas si te habrá ghosteado pero decides conscientemente no arruinarlo todo como siempre con escenarios improbables. Seguramente no tiene señal.
Respiras profundo y te distraes escrolleando sin mirar cuando escuchas una voz muy suave con el acento más londinense que jamás hubieses soñado. Tienes al Inglés frente a frente y piensas que es incluso más bonito en persona. Es bonito con esa belleza atribuida a mujeres porque tiene algo femenino. Lo equilibra una mandíbula cuadrada, pómulos altos y labios imposibles de no mirar fijo. Rápido interrumpe tus pensamientos cuando te propone caminar por los canales que rodean el mercado y charlar un rato. Aceptas no sin antes hacer un chiste sobre la llegada tarde. El Inglés te promete que va a valer la espera. Le crees y caminan un rato por el canal, cruzando personajes que suscitan distintas conversaciones. Siempre los dos tienen algo para decir y eso en una cita te relaja. No tienes que forzar nada. Se sientan en un banquito a contemplar el agua y decides que vale la pena ir a tomar algo juntos. Se acercan hasta uno de los pubs de la calle principal y piden un vino argentino. Pasan la noche riéndose y él comenta que le sorprende sentirse tan cómodo. Hasta te provoca y desliza que notó que en el baño te aplicaste brillo labial. “¿Para qué me decís que te diste cuenta? No te rías de mis intentos de lucir decente”, protestás sonriendo. “Te queda relindo” dispara. Podes sentir como tus mejillas se sonrojan y te da una vergüenza infantil. Pronto te olvidas del asunto porque te perdes en sus aros. Nunca habías conocido un hombre que use dos argollas al estilo Jack Sparrow. Te parece lo más. El Inglés recurrentemente menciona que lo hacés trabajar mucho y no le regalas ningún halago. Te causa gracia la noción de que te vea imperturbable porque sos todo menos fría. Pero se ve que este mismo entrenamiento de Tinder ha automatizado alguna barrera de protección donde no ofreces cumplidos a quien aún no has terminado de conocer del todo. Además, recuerdas insistentemente que te vas en diez días. Es mejor mantenerlo amigable. Actitud que dura unos 20 minutos hasta que te das cuenta de que precisamente lo que lo hace tan atractivo es que no está en pose cita. No te invade ni te acosa, pero hay tensión y es eléctrica.
Finalmente las caras quedan deliberadamente cerca hasta el punto de qué te atreves a besarlo. Dos hombres sentados cerca, que seguían atentos sus miradas cómplices, aplauden ante tu gesto de valentía. Te ríes y te relajas. Los labios del Inglés son como imaginaste. Y a partir de ahí queda claro. Te das cuenta de que te gusta. Te encanta cómo se cruza de piernas. Querés comprobar si es verdad que en la mesa de luz tiene un libro de Chomsky. Piden otra botella de vino y los dos extraños de la mesa cercana los sacan a bailar. El Inglés acepta de inmediato y lo sigues desconcertada. Bailan en parejas y cambian hasta haber bailado todos con todos. Te seduce que le importe un cuerno cómo se ve de afuera que un hombre como él (bonito, femenino y heterosexual) baile con otro hombre. Ahí decidís que no te gusta, te encanta. La segunda botella de vino se termina y el bar empieza a prender las luces. “No puedo creer la hora que se hizo. No quiero que la noche se termine”, confiesa él. Se te nota en la cara que vos tampoco estás lista para terminar la cita ahí. Todavía tenés mucho para preguntar y muchos lunares que contarle. Sin embargo, recién lo conoces.
El Inglés te propone un plan: “no estamos lejos de mi casa y podemos ir a tomar algo a mi jardín. Es techado y hay mantitas. Vivo con mi hermana pero más allá de eso, no tenemos que entrar a casa si no querés. Como tengas ganas. Sino igual, la pasé re lindo”. La combinación “lugar tranquilo, mantita y charla con el Inglés” suena embriagadora. Precisamente por eso sería mejor esquivarla. Sacas el celular para escribirle a L.
Si das por concluida la velada, mandas el mensaje a)
Si le avisas que tu noche sigue, envías el mensaje b)
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Nos vemos el domingo con una nueva edición de mi podcast, de las más especiales hasta la fecha.
Lu.-
¡Qué hermosa historia! Quiero saber más 💜