Esta publicación ofrece una comunidad privada llamada Desobedientes donde vuelco mis textos sin filtro más vulnerables. Un territorio especialmente diseñado para aquellas personas a las que el mundo, tal cual está, les pica; espíritus que no solo no temen ir hacia la incomodidad, sino que lo buscan activamente.
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Mientras pensaba cómo encarar este Espacio Desobediente durante el mes de mi cumple, se me ocurrieron varias ideas. Pensé, por ejemplo, en enumerar 38 cosas que aprendí a lo largo de estos años. Lo descarté rápido porque serían un montón de incisos y no me divierte el formato para listas tan largas. También se me ocurrió contarles, tras el salto del paywall, cómo luce una persona de esta edad sin filtros, poses, ni trucos de luz. Mostrar mis poros, pelos, estrías y cicatrices me sedujo bastante, pero me resultó un enfoque poco profundo para lo que tenía ganas de comunicar. Por ahora, conservaré la idea en el cajón simbólico de mi psiquis, hasta que madure y tome una forma que me represente mejor.
La semana pasada visité la muestra El Culto de la Belleza en la Wellcome Collection, en Londres. La exhibición interactiva abre con la siguiente frase de El mito de la belleza de Naomi Wolf:
“La belleza ideal es ideal porque no existe”.
Comprendí entonces que el mejor ángulo para abordar mi cumpleaños implica cuestionar, indagar y replantear cómo me siento con mi propia imagen.
Me queda incomodísimo hablar en primera persona sobre mi cuerpo, mi rostro y mi belleza autopercibida. Por este preciso motivo es que resulta imperativo entregarme al experimento. Quiero compartirte el camino que estoy recorriendo para desprenderme de la mirada que me oprimió durante tantos años. Con el correr de las palabras voy a aclararte exactamente de qué mirada hablo.
Escribir newsletters privadas para quien apoya mi laburo resulta emocionante. Estás invirtiendo en mí (y en estas conversaciones) y me demostrás que confiar en una misma puede salir bien. Es un paso clave hacia darle reconocimiento al valor que ostenta lo que ofrezco. Es una apuesta por mí misma enorme, que recién a esta edad tengo la valentía de llevar adelante.
Quizá, para algunos, lanzarme ahora constituya empezar “de grande”. Yo no lo veo así. Me recorre una nueva evolución del eterno Pokémon que soy desde que tengo consciencia. Me reinvento constantemente, transformándome cada vez en una versión de mí misma que me hace sentir más orgullosa, más consciente, más auténtica.
Encontré en la constante búsqueda de la incomodidad un medio fructífero para crecer.
La vida que llevo hoy coincide íntegramente con el deseo que me recorre: el del pasado, el del presente y el que ―intuyo― me entusiasmará a futuro. Recuerdo que Javier Rolón describió esta armonía sincrónica como lo más parecido a la felicidad.
“Considero que soy feliz cuando logro alinear aquello que he sido, aquello que soy y quiero ser, y el lugar hacia donde quiero ir”.
Para continuar en este camino de expansión, creé este espacio llamado Desobedientes, una comunidad privada donde me permito ir más allá en el cuestionamiento personal. Me rodean mujeres, especialmente, recorridas por búsquedas similares a las mías: inquietas, en constante diálogo con sus amigas para debatir(se), interrogarse y acompañarse.
Desde que empecé a prestar atención, nos veo en disconformidad. La mayoría estamos convencidas de que tiene algo que ver con nosotras. Somos muchas las que nos sentimos falladas, incompletas, sencillamente mal.
En consecuencia, nos sometemos a continuas optimizaciones en forma de cursos, rutinas de adelgazamiento, skincare, talleres de desarrollo personal, hobbies. Siempre somos las mujeres quienes buscamos perfeccionarnos, como si esa fuese la solución para nuestra insatisfacción.
Pensamos que desde la individualidad podremos alcanzar ese lugar que nos niegan, ser mejores, volvernos dignas. Finalmente, ser elegidas y amadas.
Entre tantas rutinas de mejora personal, no nos queda tiempo para reflexionar que lo que nos duele es, a siempre vista, realidad de muchas.
Cuando nos sentamos a charlar entre nosotras percibimos que, casualmente, la otra tampoco se banca más tener que educar a los tipos que tiene cerca. Estamos hartas de mendigar lo mínimo. Sobre todo, estamos exhaustas de aceptar obligadamente la labor emocional que es convivir con hombres heterosexuales cisgénero (HC, por sus siglas) que no saben expresar sus sentimientos.
No somos pocas las que nos estamos alejando de la mirada masculina como medida definitiva de nuestro valor, carga mental de la que casi nadie habla.
Fuimos educadas para sacrificarnos voluntariamente en nombre del amor romántico y centrar nuestra vida alrededor de un eje, la jerarquía más alta: la entidad de pareja.
Sostener unilateralmente el vínculo desde lo emocional nos cuesta energía psíquica y presupuesto mental. Nos quita foco de lo que nos mueve, de nuestros proyectos. Nos devuelve la atención a lo que le ocurre a un varón a partir de nuestras decisiones y límites.
Entender el mecanismo me resultó liberador. Naturalmente, me condujo a vincularme menos con hombres HC. Aún así, tengo que resistir el impulso de apagarme para no incomodar y de omitir para no ser la “novia hinchapelotas”.
Creo que muchas nos fuimos dando cuenta de que no tenemos más ganas de sostener esa dinámica. Removimos nuestra atención de la búsqueda de pareja como proyecto de vida fundamental. Hoy tenemos decenas de otras aristas maravillosas que nos definen, incluso cuando formamos parte de una relación sexoafectiva. Las mujeres en pareja nos dedicamos a trabajar en el vínculo con el fin de mejorar la comunicación. Exigimos una y otra vez NOS VEAN. Demandamos que empiecen leer los mismos libros feministas que nosotras.
Pero eso rara vez pasa.
La gran mayoría de les miembres de esta Comunidad Desobediente son mujeres. Eso no debería sorprender a nadie. Somos las mujeres las que invertimos activamente en la búsqueda de equipar la vara y hacer algo al respecto.
Y al que no le guste, que no mire, pero que tampoco moleste. Es notorio cómo crece el hate y el trolleo cuando me atrevo a abrir la boca. Siempre (pero siempre) es un hombre HC quien no tolera que tenga una voz clara y contraria a sus intereses y privilegios.
Yo amo a los hombres, pero estoy aprendiendo a dejar de necesitarlos. Hoy prefiero espejarlos.
Afortunadamente, creo que en esta comunidad de lectores hay varios hombres HC que se incomodan con el reflejo y se atreven a ahondar, interpelados por lo que se pueden llevar de esta newsletter. Su búsqueda tal vez provenga de las quejas de sus parejas. Quizá deseen aprender porque perciben cuán desigual resulta el mundo para nosotras. En cualquier caso, invierten en esta newsletter para salir del rol de aliade.
Lo que siempre hubo que hacer fue pasarle el micrófono a voces femeninas y escucharlas. Menos Joe Rogan, Andrew Tate y streamers misóginos, y más creadoras mujeres.
Ojalá los hombres HC se animen a pelar la billetera para enriquecerse en mi espacio con la misma facilidad que contratan coachs para aprender a levantar minas o se suscriben a Onlyfans. Y aclaro, oportunamente, que apoyo a todas las mujeres que se ganan la vida en esa plataforma. De hecho, me enfurecen los HHC que se creen “mejores” porque no pagan por ver mujeres desnudas, dado que se encargan de acumular nudes gratuitas como forma de validación. Una inyección a sus egos a cambio de nada.
No mando más fotos sin ropa, ni a mi marido. Incluso preferiría venderlas. Pero, ¿facilitarle el acceso a nuestros cuerpos a los tipos? No, gracias. ¿A cambio de qué? ¿Despertar su deseo?
El deseo masculino es el recurso más abundante de la Tierra.
Al correrme de la mirada masculina como la unidad medida que establece lo que valgo, están ocurriendo cosas maravillas.
Las conversaremos en la seguridad de mi comunidad privada, del otro lado. Creo que todo lo que te ofrezco después del paywall vale cada centavo que cuesta. Es mi versión más cruda y políticamente incorrecta. Es, por ejemplo, la que se cuestiona cómo interactuar mejor con los hombres HC, si pretende seguir vinculándose con ellos. La que necesita hablar sin pelos en la lengua porque, por fin, a los 38 entendió varias cuestiones.