Volverse feminista con la propia historia
¿Cómo fue la vida de tu madre y de tu abuela? ¿Y la tuya?
8 de Marzo. #8M.
Día de Marchas, de lucha, de revindicación de derechos. Día para vendernos tratamientos estéticos con descuento, carteras y perfumes. Día para que escuchen nuestras demandas y gritos desesperados. Día para que nos feliciten por ser “las criaturas más bellas y tiernas de la creación”. Día para explicar con datos duros la violencia que recibimos por ser mujeres. Día para escuchar que las feministas exageramos y que, mejor, nos vayamos a depilar.
Hace varios años que trato de comprometerme con esta fecha, desde mi lugar, como puedo. Me someto a esas aclaraciones innecesarias porque, en el fondo, siento que hago poco, que no alcanza, que a quién le importa. También reconozco que repito este discurso porque así me lo grabaron en la psiquis, para que no me queje, para que nada cambie, para que piense que pelear por lo que uno sabe que merece no tiene sentido ni llega a nada.
2020 fue el año definitivo en mi autopercepción como feminista. Si bien mi estilo de vida ya se alineaba con hacer-lo-que-se-me-cante, creo que en este periodo de inflexión cambiaron mis prioridades. Entendí que mi realidad personal no tenía peso en el gran esquema de cómo vivimos las mujeres y que no podía verdaderamente disfrutar de mi supuesta libertad hasta empezar a hacer algo para que TODAS PODAMOS.
Algo, ¿pero qué?
Otra vez el pensamiento intrusivo que se reía de mí, de mis ganas de actuar, de mi furia, de mi consciencia irreversible de lo que conlleva existir en este planeta como mujer.
Bueno, se me ocurrió hacer lo que da nombre a esta publicación y lo que naturalmente me sale: hablar. Empecé a compartir recursos, a pasar el micrófono a gente que sabe mucho. Conversé con mujeres desconocidas por DM, por comentarios en publicaciones informativas, por email.
En el camino me encontré con muchísima resistencia al término feminista, como si en reconocerse allí hubiese una vergüenza, un enojo que está mal permitirse y no corresponde a una dama que adora a su novio-marido-hijos-padre. En algunos casos incluso recibí una negativa expresa justificada mediante el temor a que algún hombre cercano se enojase.
Al indagar y preguntar y debatir, casi siempre arribamos a la misma conclusión: sos feminista, solo que “feminismo” no es lo que pensabas.
No hay una sola lectura del movimiento; de hecho, hoy se habla de feminismos, así en plural, para dar cuenta de la diversidad de enfoques posibles. Por ejemplo, yo no comulgo con las feministas TERF porque ideológicamente estamos lejísimo. Mi postura, por ponerme de ejemplo, es digerida por los medios como un “conventillo de minas” donde “ni ellas se ponen de acuerdo”. Nada más lejos de la realidad. Es en estas diferencias que podemos informarnos y reconocer exactamente de qué lado nos queremos parar.
El punto es que, más allá de dónde te sitúes ideológicamente, de afuera permanentemente intentan destruir todo aquello que con sangre sudor y lágrimas se viene construyendo desde hace años. Las mujeres que vinieron antes y consiguieron derechos que hoy damos por sentados (tener cuenta bancaria, votar, divorciarse, por ejemplo) en su momento fueron criticadas, vapuleadas e incluso aisladas de la sociedad. Eran pocas, eran “las locas”. Se las acusaba de pecadoras por no querer tener hijes, de lesbianas (¡como insulto!) por compartir la vida con amigas y no casarse, de alborotadoras de orden público por pelear por un mundo más justo.
En la primera temporada de mi podcast conversé con Nilda Basalo sobre sus 30 años como feminista. Debe ser cierto eso de lo que se hereda, no se roba porque, casualmente, Nilda es mi madrina. Trabajó como psicóloga en el Hospital de Gonnet durante años con mujeres víctimas de violencia de género cuando el asunto se mantenía puertas adentro, como si se tratase de un problema de pareja.
Creo que darle play al podcast ayuda a comprender por qué es necesario un día de lucha cada 8 de marzo. Sirve salir a la calle. Los logros fueron y son colectivos porque las mujeres se movilizan. Ninguna se salva sola. Aún hay mucho trabajo por hacer.
A veces pienso que los 8 de marzo me encuentran especialmente sensibilizada porque son apenas días después del cumpleaños de mamá. Como dice el cartel que sostengo en la foto acá arriba, mi feminismo está entrelazado con mi propia historia y la de las mujeres de mi familia. Ese día en la marcha varias chicas me lo pidieron para sacarse una foto. Había algo en esa frase, en ese mensaje, en encontrar en las demandas del colectivo una fotografía de lo que vivimos en casa: la comprensión de que no estamos solas ni nuestro caso es único. Entendemos gracias a la experiencia de la de al lado que lo que atravesamos individualmente refleja un problema sistémico que nos viene dado por ser mujeres.
La necesidad de que las cosas cambien no es el algo que te cuentan. Lo ves con tus propios ojos, crecés con eso.
Muchas somos hijas de madres que no pudieron elegir.
Que nos criaron sin ayuda emocional ni financiera de un padre.
Que armaron red de amigas, parientas y compañeras de trabajo para cuidarnos.
Que se tuvieron que hacer adultas de golpe: ante la muerte prematura de algún mapadre, ante la crianza de un hije cuando apenas salían de la adolescencia.
Que trabajaron dos, tres, cuatro trabajos para llegar a fin de mes y podernos sacar adelante, pagar la escuela, vestirnos, llevarnos a cumpleañitos y, alguna que otra vez, comprarnos un juguete.
Que no tuvieron asistencia psicológica de ningún tipo para enfrentar los embates de la vida, que no acumularon herramientas de gestión emocional porque de eso ni se hablaba.
A su vez, esas madres son hijas de mujeres que tuvieron incluso menos oportunidades.
Que parieron hijes a mansalva, más allá de lo que su deseo indicara.
Que cuidaron como mandato de vida: a les mayores, a los hombres, a sus hermanes.
Que no pudieron estudiar ni dedicarse a la vocación que el corazón les mandaba porque debían obedecer, primero al padre y luego al marido.
Que, al no poder desarrollar un oficio o profesión, dependieron económicamente del hombre que las acompañase (quien, al irse, las dejaba sin manera de subsistir).
Que se casaron porque era lo que había que hacer, porque se consideraba a la soltera una paria social.
Que callaron abusos, que soportaron maltratos, que se quedaron ante repetidas humillaciones y violencias de todo tipo.
El camino recorrido no ha sido fácil y, si bien aún falta mucho por lograr, es innegable que de nuestra generación a la anterior hay un abismo, y un universo si nos comparamos con nuestras abuelas.
Es injusto juzgarlas con el cristal de hoy y enojarnos porque en su vejez no logran salir de ciertos lugares nocivos. Para quien tuvo que criarse sola desde los 10 años, “soltar” no es una opción tan obvia. Para aquella que maternó 5 hermanos adultos solteros, salir del lugar de cuidadora no representa sencillamente una elección. Quien fue abandonada con todas las responsabilidades de una casa, hijes y familiares enfermos, difícilmente tenga deseos de volver a armar pareja y creer en el amor.
Quizá podamos pensar las historias de las mujeres de nuestro linaje desde un lente más compasivo. Cada una hace lo que puede con lo que sabe, con lo que le tocó, con la época histórica donde tuvo que desenvolverse. Resignificar nuestros vínculos como mujeres de la familia puede abrir puertas, generar espacios de diálogo que antes eran imposibles, verbalizar secretos enterrados por lo dolorosos y así sanar heridas.
Otra vez, poner en palabras.
Hablar se convirtió en algo tan natural para las mujeres de nuestra generación, que quizá hemos olvidado que no fue una posibilidad para nuestras madres y abuelas. Podemos transformarnos en la oportunidad de exteriorizar que nunca tuvieron y ofrecerles la chance de que nos relaten por qué son como son (aunque no estemos de acuerdo). Podemos intentar y, a veces, chocarnos duro contra la pared: ha corrido demasiada agua bajo el puente y ya no pareciese haber cambio posible. Desde el contacto y la comprensión, podremos quizá entender el sufrimiento y ser más conscientes de las mejores condiciones en las que hoy podemos vivir.
Al mismo tiempo, es fundamental reconocer que miles de mujeres siguen viviendo en la misma opresión que sufrieron nuestras abuelas y madres: imposibilitadas de elegir, obligadas a parir y cuidar, violentadas solo por ser mujeres. Por eso la importancia de un 8M que nos encuentre unidas y enfocadas.
Nos han llevado a pensar que lo que podemos hacer no alcanza o no sirve. ¿Qué hacen aquellos que nos señalan burlonamente? Solo levantar el dedo. Solo quejarse para que nada cambie, para que estos temas no salgan a la luz, para que los privilegios los sigan manteniendo los mismos de siempre.
Pero vos tenés poder.
Podés salir hoy a la calle. Podés llamar hoy a tu mamá. Podés ir a tomar mate con tu abuela y preguntarle todo eso que nunca te animaste. Podés reenviarle esta newsletter a esa amiga que lo necesita.
No estamos solas. No estamos rotas. No tenemos “mala suerte”, ni elegimos mal y es sencillamente culpa nuestra. Somos muchas y hoy marchamos por las que ya no están, por las que esperan justicia y por las que merecen un futuro mejor; pero en este acto, simbólicamente también alzamos la voz por lo que tuvo que sacrificarse tu vieja, por la falta de libertad de tu abuela y por lo que presenciaste vos toda tu vida. Estaremos todas allí por esa historia que te convirtió en feminista, que también es la nuestra.
Te estamos esperando para abrazarte fuerte.
Feliz día! Las feministas decimos "Mujer hermosa es la que lucha". Tu palabra es tu arma para esta lucha!!! Gracias María!
Ahora que leo tu cartel de la marcha pasada, veo que es así. Por lo menos en mi es así. Por diversas cosas que pasaron en mi infancia, recién ahora lo descubro gracias a tu cartel que me hizo reflexionar, gracias