Dos países. Cuatro vuelos. Quince familiares que no se reunían hacía siete años. Dos cenas pop-up. Una torta de casamiento para sesenta y cinco personas. Cuarenta y seis días sin escribir formalmente (no cuento lo que bajé en pocas palabras al bloc de notas)…
Empiezo la primera newsletter del año con tanto que decir que se me traba en la punta de los dedos. ¿Por dónde arranco?
Ante todo, gracias a les nueves lectores que aparecen incluso cuando no publico nada nuevo. La lógica de las redes sociales se filtra en mi pensamiento y me lleva a creer que desaparecer de sus casillas de correo significa que perderán interés en mis palabras.
Cierto, el formato largo no funciona así.
Cierto, ya son casi mil personas las que depositaron su confianza en esta autora.
Cierto, para algo me abrí un Substack hace ya tres años.
Decidí antes del viaje que no llevaría la laptop y que tampoco me compraría un chip para tener datos. Me resultó una decisión orgánica después de meses de darle vueltas al asunto de para qué usar Internet o, más específicamente, las redes sociales.
A veces hay que despegarse del ruido para escuchar cada sonido que lo conforma, y discernir. La claridad incipiente del 2024 encontró asidero en 2025: terminé de confirmar dónde están mis prioridades y mi energía. Tengo un nuevo sueño, compuesto por infinidad de pasos intermedios, que comienza a tomar forma. Me entusiasma emprender enorme, lejana y ―sobre todo― lentamente.
Lo importante, de nuevo, es formular las preguntas correctas. Lo crucial no es el qué, sino el cómo y el por qué.
Durante los últimos diez años pensé que mi camino gastro debía estar ligado a la creación de contenido, a la presencia en plataformas, a la generación de material digital. Los que me leen hace tiempo saben que me frustré de diversos modos. Estuvo la vez que una famosa crítica de restaurantes me preguntó mis “preferidos” de Mardel para un artículo, y procedió a usar mi data sin siquiera mencionarme. También un “colega” me pidió una receta para su libro de hamburguesas, solo para descartarla antes de pasar a impresión porque lo contactó para participar un influencer con más seguidores que yo. ¡Qué decirte de la vez que me invitaron a una charla para instagrammers! Un muchacho que se presentó como “alguien del mundo del teatro a quien le gusta comer” es hoy embajador turístico de MDQ, a fuerza de reels donde repite cuatro o cinco conceptos en distinto orden.
“Riquísimo”, “delicioso”, “una bomba”, “imperdible”, “muy sabroso”, concluyen después de masticar las personalidades gastronómicas online. Lo intercalan con sorteos, recomendaciones de marcas, y viajes por el mundo; repiten los sitios que visitan todes y explican lo obvio, lo que podemos encontrar en miles de videítos iguales. Y, por supuesto, un espacio especial en el infierno merecen les que crean listas de restaurantes solo para incluir aquellos donde no les cobran, les bajan comida gratis, o les atienden como si fueran celebridades.
Yo no encajo en nada de eso. ¿Qué estaba pensando? Bueno, lo que creía era que se podía existir en esos espacios de otra manera, ofreciendo otro mensaje, contando otras historias. Incluso, ¡ilusa yo!, pensé que saldrían ofertas laborales mediante las redes. Sé que en esta mentira hemos caído todes: la de que tenemos que construir una presencia en línea si queremos lograr notoriedad en lo que hagamos. Ya seas ceramista, cantante, escritora, panadero, gestor o profesor de matemática, te lo metieron en la cabeza. Y es que sí, al principio hubo oportunidades nuevas a partir de la digitalidad. Sin embargo, la web de hoy no es la de hace veinte años. Competimos por una atención cada vez más breve y fragmentada, rodeades de bots y contenido repetitivo generado por IA. Todes, en alguna medida, sentimos cierta incomodidad aunque nos falten las palabras para expresarlo.
No creo dejar de existir online porque disfruto del componente “escenario” que me ofrece, como ya he contado en esta newsletter. No obstante, reformulo todo el tiempo cómo deseo habitar las redes, especialmente desde que los oligarcas tecnológicos blanquearon su apoyo al gobierno de Trump, ídolo máximo (con Thatcher y Churchill) del nefasto presidente argentino actual. La cloaca de Twitter, con el n4z! de Elon Musk a la cabeza, va camino a expandir su credo del “todo vale” ahora a través de Meta. Adiós censura de los discursos de odio. Todo en nombre de la “libertad”.
Mi sueño nuevo está anclado en la tierra y se disfruta en vivo. Mis ganas se arraigan en una certeza: el arte que me impulsa debe desvincularse del consumo. Debo desligarme del concepto de consumo como término abarcativo que todo lo fagocita: consumir libros, consumir series, consumir ingredientes exóticos. El consumo parece haberse convertido en la única forma de acercarnos al mundo, de experimentarlo, de dejar que nos atraviese.
Mi nuevo proyecto no pretenderá enseñarle a nadie cómo vivir. Para subsistir no necesitará del modelo de suscripción paga (tan agotado, lamentablemente). Como artista, no dependeré del algoritmo para imaginar lo que puedo crear. No necesitaré de un curso de “ganchos que funcionan” para reels. No va conmigo lo de pedir canje, ni lo de recomendar productos a cambio de dinero o regalos.
Una vez establecido lo que no quiero, mis esfuerzos se encauzaron coherentemente. Ya sé qué camino lleva mi nombre o, al menos, tengo un boceto con una dirección clara :)
Lo que comí









Rabas de Stella Maris. Sequitas y livianas, con apenas una fina capa de harina antes del baño de fritura, como las comí toda la vida. Además, el entorno familiar y distendido de esta clásica esquina marplatense me recuerda todas las veces que visité el restaurante en familia.
Gilda y bocata de jamón en el aeropuerto de Madrid. Aproveché la escala para sacarme las ganas del buen producto español, que tanto extraño en suelo inglés. Por supuesto, me manché la ropa con el aceite de la gilda y viajé las 11 h de España a Argentina con un lamparón en el pecho.
Pesca del día de Carácter de Fonda. Me tocó anchoa de banco gruesa y carnosa y, tal como prefiero, la sirven sin ninguna salsa que enmascare el sabor del pescado fresco. Las arvejas y los espárragos (aún crocantes, blanqueados y salteados luego) son dos de mis vegetales favoritos; me parecieron una guarnición ideal para dejar lucirse al pescado, la verdadera estrella.
Mozzarella en carrozza de Trattoria Véspoli. Si bien fuimos a lo de Chiche a comer sorrentinos, obvio, tuve que ordenar este plato apenas lo divisé en el menú. En casa, Mamá lo preparaba cuando sobraba huevo de las milanesas. Consiste en dos lonjas de pan de molde sin costra que se rellenan con mozzarella, luego se embeben bien en leche, y finalmente se empana en harina, huevo y pan rallado. Después de frito, el pan prácticamente se deshace y se mezcla con el queso derretido: manjar contundente e inolvidable.
Arroces de Lo de Fran. Se nota en mi cara la felicidad de encontrarme con paelleras enormes donde el arroz puede distribuirse cómodamente en una capa fina. El sofrito, la calidad de los frutos de mar, la variedad y punto del arroz, el socarrat: todo superlativo.
Boudin blanc de Mademoiselle Dinette. Se trata de un chorizo blanco típico francés, bien procesado en su interior para lograr una suavidad y cremosidad muy agradables en boca. Suele salir con mostaza de Dijón y puré, pero hacía mucho calor así que lo reemplacé por papas fritas (¡cortadas a mano!).
Sándwich de miga de Baguette. Aunque aún sigo en shock por haber pagado $15 dólares por dos sándwiches y dos cafés, debo reconocer que mi estómago de inmigrante está dispuesto a soltar la billetera si significa poder rememorar el sabor de este clásico argentino. ¿Mis elegidos? Uno de palmitos y jamón, y uno de atún, queso y tomate.
Churros El Topo. ¿Hay algo más lindo que poder personalizar la comida y adaptarla a tus gustos exactos? En este local podés rellenar en el momento los churros con lo que más te guste. El hallazgo esta vez fueron los churros salados, con rellenos originales que incluyen cheddar, hummus o salsa de Vitél Toné. Mi preferido, inesperadamente, fue el de jamón y queso.
Hamburguesa smash de Nuez Changa. La única alusión en esta lista al paisito vecino, Uruguay, muy merecida por el tratamiento del producto y el amor con el que cocinan. ¡Aplauso especial para el blend de carnes y para la salsa Changa!
Lo que cociné









Suprema Maryland. Mencionada un total de cuatro veces en esta publicación, “la Maryland” era una de las comidas preferidas de Mamá. Mi versión no lleva morrón (¡no lo como!) ni panceta, a diferencia de la tradicional. La crema de choclo que preparo es un híbrido entre humita (con choclo rallado) y bechamel con granos enteros.
Ensaladas navideñas. Para esta ocasión especial (donde nos reunimos quince familiares desperdigados por el mundo) ordenamos un bife de chorizo entero para porcionar y hacer sandwichitos. Yo me encargué de las guarniciones/toppings: hinojos y cebollas asadas; coleslaw con manzana verde y choclo quemado; pepinos, cebolla morada y sésamo tostado; papas con perejil y oliva; carpaccio de zucchini al limón.
Burger francesa. Un sándwich que pensé en 2018, anoté en mi bloc de notas y recién se materializó este año. Tiene pan de papa de Dinette, dos medallones de 110 g., queso tybo, echalotte crispy, mermelada de tomate y panceta, y alioli de trufa.
Carpaccio tropical. Diseñé este plato para mi primera cena en Londres (dejé la receta en esta news) y me pareció que encajaba perfecto en el pop-up al cual me invitó a cocinar mi amiga pastelera, Sabri. Lleva palta, palmito, cebolla morada, choclo, lima y hierbas.
Bolo de abacaxí con Ninho. Para el casamiento de una de mis mejores amigas preparé una torta clásica brasilera a base de (mucha) leche condensada y ananá. Terminé de armarla en vivo, bajo la mirada atenta de los invitados. Lo más gracioso: repetirles una y otra vez que sí, que me dedico a esto, que NO me da vergüenza la performance. ¡Se ve que mi physique du rôle no coincide con la imagen de cocinerx de la mayoría!
Ñoquis Susanita. La receta de Mamá más reproducida por mis lectores: nubecitas suaves de papa que no se pegan al paladar. Los preparamos entre seis personas y comimos en tiempo récord, con la cocina impecable gracias al trabajo el equipo.
Pizza de molde. En la misma tesitura que los ñoquis, colaborativamente amasamos y cocinamos en horno de barro unas pizzas y fainá exquisitas. Mención especial a la de tomates (¡de huerta propia!) confitados y anchoa.
Pop-up event snacks. Mi admirado amigo cocinero Lucho me brindó libertad total para preparar los fuera de carta de su restaurante durante dos noches. Armé gildas matrimonio, con anchoa, boquerón, cebollita encurtida, aceituna, alcaparrón y hoja de alcaparra; tteok-cheejeu-gui, masitas de arroz coreano grilladas con queso llanero y salsa sweet chilli; y unos pigs in blanket bien ingleses: chorizo envuelto en panceta, en este caso con chutney de ciruela.
Pescadito para Año Nuevo. Por pedido expreso de mis sobrinos adolescentes, para recibir 2025 preparé un tiradito, una enorme bandeja de Chirashizushi, langostinos con palmitos y salsa golf (que serví sobre hojas de lechuga, para comer estilo ssam), un tabbouleh clásico y unas zanahorias asadas con curry, yogur y garbanzos crocantes. La mesa se completó con lo que trajeron otros miembros de la famila: pionono de atún, ensalada Waldorf y Vithel Toné.
Lo que leí
Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez.
Me regalaron esta novela para mi cumple (¡los años que hacía que no lo festejaba en mi ciudad natal!) y me enganchó desde las primera páginas. La descripción de los paisajes tétricos me dio miedo genuino y, simultáneamente, me impulsó a continuar leyendo. Me pareció un libro ideal para trasladar a formato audiovisual, con Enriquez a la cabeza de la adaptación. Leí algunos rumores de que la película ya estaría in the works, pero nada concreto. Admito que me quedé pensando quién podría interpretar a Juan y a Gaspar.
“Había muchos ecos, ahora. Siempre había cuando se perpetraba una matanza; el efecto era idéntico al de los gritos en una cueva, permanecían hasta que el tiempo les ponía un final. Faltaba mucho para ese final y los muertos inquietos se movían con velocidad, buscaban ser vistos. The dead travel fast, pensó”.
Capitalismo, consumo y autenticidad, de Eva Illouz (compiladora)
Este libro, prestado de la biblioteca de mi amiga Flor, me sirvió para enmarcar teóricamente algo que vengo sintiendo hace rato: nuestras emociones son las commodities de la época; generarlas y amplificarlas, un método más de consumo del sistema capitalista.
“Como la producción de emociones ocupa a sectores importantes de la economía contemporánea, y como esa producción es cardinal para la comprensión del individualismo emocional contemporáneo, este análisis podría tener un impacto significativo en nuestra comprensión de la dinámica cultural del capitalismo contemporáneo, que intensifica la racionalidad económica (en su perpetua expansión de la comodificación de la persona) y los proyectos de vida emocionales (que se ofrecen y se realizan a través del mercado y la cultura del consumo)”.
El contexto donde nos toca vivir no parece facilitarnos el camino para imaginar sueños propios. Desde las pantallas, nos instan a buscar el éxito mediante técnicas probadas individualmente, es decir, meras experiencias personales. El corte de género resulta innegable: a los hombres heterocis se les vende poderío a través de lo que históricamente se asoció a la masculinidad patriarcal: riqueza, objetos llamativos, respeto de sus pares y del sexo opuesto. A las mujeres heterocis, se las alienta a buscar belleza, paz y tiempo “para una misma”. Así, les influencers venden sus propuestas “únicas” con distintas actitudes, según el público al que apunten: el trader grita violentamente que no seas loser, bro; la coach te dice suavemente que podrías tener todo lo que quisieras si tan solo te lo propusieses. En el fondo, el discurso el mismo: meritocracia, cultura de la productividad y de auto-optimización infinita.
Me diste hambre, ganas de leer y ponerle fecha a nuestro reencuentro, cariño. Te veo pronto, anda poniendo la pava, o esta vuelta me toca a mi? Te quiero y te extraño!
amé lo que cocinaste. Me encantó que me confundí los choclos quemados con abejitas jejejejej