Quedan apenas unas hojas en el calendario y me encuentran acurrucada en un pijama y una manta con capucha flamantes, ambos regalos de Navidad de mi familia política inglesa.
Este mes cumplí años, me casé, nos convertimos en campeones del mundo, recibí 4 amigas argentinas y celebré Navidad dos veces: al estilo argento, el 24, y a la manera tradicional británica, el 25.
Desde las celebraciones el 18 en Trafalgar Square bajo la lluvia incesante, mi cuerpo no se ha recuperado. Intenté fingir demencia y seguir con todos mis planes como si nada, pero la gripe no dio tregua y me obligó a quedarme adentro y acompañar a mis amigas como puedo, ya sea enviándoles pins en Google o uniéndome a los planes que no involucran intemperie.
Así se me hizo carne la última desacelerada del año. Honestamente, todo un símbolo de lo que fue 2022 y lo que me dejó. Me costó mucho aceptar que no tenemos tanto control sobre nuestras vidas como pensamos. Como imaginarán los asiduos lectores de esta newsletter, la lección la aprendí de golpe, rompiéndome en mil pedazos en 2020, cuando le diagnosticaron cáncer terminal a mamá y la perdimos en apenas 4 meses. Si bien el ejemplo es extremo, solo arrojó luz al hecho de que tampoco tengo el control en otras áreas que pensé manejaba.
Soltar la ilusión de control me ayuda a valorar lo que tengo, a soñar sin desesperar, a esbozar deseos flexibles.
Me pasé diciembre conversando por Whastapp con una amiga sobre lo difícil que es acompañar el proceso de un ser queride cuando no podemos ayudar concretamente ni hacernos cargo de una parte de ese dolor. En nuestras charlas apareció una y otra vez la frase: “es que esto es del otro, no mío”. No hay control posible sobre lo que le ocurre a un otre, sobre sus tiempos y formas de gestionar lo que le pasa.
En este espacio, por si no se dieron cuenta, doy rienda suelta a mi necesidad de proporcionarle marco teórico a mis elucubraciones y sentimientos. Lo mismo hago, consecuentemente, en mis chats con amigas a 11 000 km de distancia. Conocí hace no tanto el concepto de agencia y me ayudó a darle forma a lo que ya venía masticando:
En Sociología, la agencia se define como la capacidad de los individuos para actuar de forma independiente y para tomar sus propias decisiones libres. La agencia es la capacidad o habilidad independiente de uno para actuar según su voluntad. El desacuerdo sobre el alcance de la agencia de uno a menudo causa conflictos entre las partes.
Entender dónde termina la propia agencia pareciese ahorrarnos muchos dolores de cabeza. Nos evita permanecer en un loop infinito de resoluciones hipotéticas donde podríamos haber hecho las cosas distinto y obtenido resultados diferentes. Es un “hasta acá llego” realista que no pretende ser castigo, sino protección.
Confundir el alcance de mi agencia a menudo me puso en una postura onmipotente. Creí tener el poder de cambiar la actitud del otre desde mi acción, mi sacrificio, mi entrega. Acompañé a un examiga todo lo que pude hasta que su negativa a recibir ayuda me obligó a correrme. Oficié de oreja incontables noches para ese exnovio que tanto necesitaba ir al psicólogo pero jamás accedió a ir, hasta que todo explotó por el aire.
No importó que mis intenciones fueran buenas, que quisiera ayudarles a mejorar. No tenía agencia sobre lo que podían hacer con lo que tenían adentro. La imposibilidad del otre no habló de ninguna falta mía. No fue personal. Sin embargo, aún hoy tengo que recordármelo: el otro hace cosas, no TE las hace. ¿Secuelas del amor romántico que nos hizo creer -erróneamente- durante años que el amor todo lo puede?
Entonces, no tengo el control sobre lo que le ocurre a un otre y cómo lo transita. Tampoco puedo guiar unilateralmente el rumbo de un vínculo porque el otro suele tener un trip en el bocho y es difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo. Menos aún puedo planear un futuro a mediano o largo plazo en un planeta cada vez más hostil. Ni siquiera puedo planificar salud para salir a pasear las dos semanas del año que recibo amigas en mi nueva ciudad-hogar.
Por eso me repelen tanto las listas aspiracionales de objetivos cuantificables: no dan espacio a la infinidad de variables que escapan de nuestro control y dan forma a nuestras vidas.
Para 2022, yo planeaba seguir viajando mientras visitaba EE. UU. con visa de trabajo y sostenía una relación a distancia. En julio mi empleador cambió las reglas del juego y el plan se hizo añicos. Renuncié, me mudé a Inglaterra, me casé y no tengo idea de a qué me voy a dedicar. Pero NI IDEA tengo, lo juro. No acredito aún la liviandad con la que pude soltar ese plan y fluir con el nuevo. Adivino que tiene que ver con mi 2020 y esa renuncia al control que aprendí a la fuerza.
Lo que es puede dejar de ser de un momento a otro. Más vale que lo viva con toda la intensidad mientras dure. Y ojalá cuando no sea más, pueda soltarlo sin miedo a la mano vacía.
No preveo nada para 2023 porque lo increíble que me pasó en 2022 fue totalmente inesperado: las aventuras, las personas que conocí, los cambios que moldearon la vida que llevo hoy. Soy consciente del corto alcance de mi agencia y de que solo puedo hacerme cargo de lo mío, e incluso así debo admitir las estructuras externas que la regulan (como mujer blanca heterocis con salud, estudios, ahorros, una red de sostén, etc).
Sirve trazar un rumbo, identificar qué nos resuena adentro, qué pasos objetivos podemos tomar para así caminar hacia el destino que más nos llama. Pero en el medio, recordemos que nuestra agencia tiene un límite, que son innumerables los factores que escapan de nuestro control y que seguir nuestros planes a rajatabla no solo es difícil, sino hasta contraproducente.
La magia suele ocurrir en esos espacios que ni siquiera nos atrevimos a imaginar.
Se los digo desde Londres, casada con un inglés que conocí en un viaje, buscando un rumbo nuevo que no tengo idea qué forma tendrá.
Este espacio nació en 2022 y eso sí deseo conmemorarlo a futuro. Fallé, por supuesto, en publicar con la periodicidad que me había prometido. Fallé también en no autocriticarme por no cumplir, pero fallé mejor que otras veces. No pude evitar el pensamiento de que debería dar más, pero pude correrme y afirmarme en el descanso y la escucha propia. Entiendo que todo el tiempo que no escribo estoy cargándome de vivencias que se traducirán eventualmente en palabras en este espacio. Me tengo más paciencia, me trato con más amor, me exijo menos. Me veo después de todo lo que atravesé y me dan ganas de felicitarme. No porque haya cumplido todo lo que me prometí, sino porque cuando nada salió como esperaba pude aceptarlo y seguir.
No soy la planifiqué ser porque nunca imaginé que podría pasar lo que pasó: lo bueno, lo malo, lo horrible.
Entre los proyectos y la realidad nos movemos, fingiendo tenerla clara. Nadie sabe muy bien qué hace: todos vamos improvisando a medida que nos enamoramos, cambiamos de trabajo, abandonamos una ciudad o empezamos una nueva aventura.
La única constante es el cambio. Todo lo demás, una ilusión.
Increíble este post .Me reconozco tanto en él! Yo soy de las que creyó poder ayudar a alguien a cambiar lo que le hacía mal y a sufrir por no haber podido ayudar , recién ahora me doy cuenta que no tengo poder de ayudar a cambiar a quien no quiere ser ayudado. Me encantó Luján, como siempre GRACIAS! Felicidades para vos y tu marido, te abrazo!