“Los muertos solo están verdaderamente muertos si dejamos de darles conversación”.
(Vinciane Despret)
Londres, 28 de febrero de 2024
Mami:
Tenía unas ganas locas de sentarme a redactar esta carta. Desde que decidí volver a escribirte para tu cumple, me fue inevitable empezar a enumerar mentalmente todo lo que tengo para contarte.
Primero que nada, ¿cómo anda todo por ahí? Supongo que te sorprende mi pregunta porque conocés bien mi escepticismo. La cuestión es que desde que partiste (hace ya cuatro años, ¿podés creer?) sucedieron una catarata de cambios. Este es tan solo uno de muchos, pero lo cambia todo.
Hoy creo, Má.
No sé qué religión tiene la versión correcta de cómo trascendemos a otro plano después de morir, pero mis amigas te sueñan entre árboles y sonriente. Yo te encontré en ese espacio onírico por primera vez este año. Nos fundimos en un abrazo sentido pero breve, porque me dijiste que te tenías que ir. Si duró un minuto, siete o treinta, no lo sé. Recuerdo que me inundó la sensación tangible del contacto con tu piel y tu perfume. Revivo tu sonrisa amplia, aliviada de que habíamos llegado a coincidir. Tu sonrisa era la mía y de las dos al mismo tiempo. Era una sola mueca en dos rostros. Desperté contenta por tu visita. También lloré un poquito cuando la realidad contrastó con mi sueño.
Esta vez te escribo desde Londres. ¿Te acordás que en tu cumple del año pasado te envié la carta desde tu casa, en Mardel? Bueno, ahora estoy tratando de construir la propia acá. Lo que no vas a poder creer, te adelanto, es a qué me estoy dedicando. O sea, sí; claro que lo vas a creer, me conocés mejor que nadie. Tampoco te sorprende, lo sé, que cambie de rumbo sin mirar atrás. En una vida hay muchas vidas, siempre decías. Me lo tatué cuando muté hacia otra versión de mí misma, hace 10 años.
Lo que no creo que adivines (y eso que era odioso mirar pelis con vos porque intuías por dónde iría el libreto, y acertabas siempre) es qué forma tiene este nuevo camino, en qué se inspira, por qué lo elegí, de dónde nace. La estadía en Mardel del año pasado fue trascendental para entender dónde yace mi propósito, mi vocación, mi pasión y mi profesión.
Encontré la punta del ovillo en tu cocina, Má. Comencé a tirar del pedacito que estaba a la vista: tu olla Essen (heredada de Lichita), los bowls y fuentes de acero inoxidable, los moldecitos mini para preparar delicias de una sola porción. En ese territorio rectangular minúsculo, donde elaboraste manjares inolvidables, me dediqué a insistir en tus combinaciones favoritas. No solo imité cómo llenabas la heladera, sino que hasta copié tu método de llevar a la mesa una bandeja con platitos distintos. La ensalada, separada. Las milanesas de pollo, caseras y fritas. El puré, de calabaza porque tenía que aprovecharla antes de que se pusiese fea.
Me encontré eligiendo invitar a amigues a casa, antes que salir a cenar por ahí. Me esforcé en recibirlos como vos me enseñaste: planifiqué el menú por escrito, cociné con antelación, limpié la cocina antes de que lleguen. Armé la mesa del living bien paqueta con flores, velas, arreglos frutales, copas de vino y agua. Puse música. Puse tu mantel bordado a mano. Me puse linda.
Sentí que formaba parte de una coreografía intrincada, para la cual me preparo hace años integrando saberes que, a priori, resultan inconexos. Insisto, sé que a vos te parece natural que cante mientras cocino, que bailotee mientras pongo la mesa o que hable de poesía a partir de un plato. Por algún motivo siempre me costó integrarlo, pero ya no. Cuando dejé de renegar de quién soy, las puertas comenzaron abrirse apenas las empujé. Como si nunca hubiesen tenido llave, esperaban pacientemente que me dignase a llevar la mano al picaporte.
Bueno, basta de preámbulos. Trabajo de freelance chef en Londres Máaaaaaaaa.
¿Que cómo es eso, decís? Bueno, hay muchas maneras de abordarlo… pero, como seguro ya intuís, los bastiones de esta nueva etapa son mi creatividad y carisma.