Nunca me lo imaginé para mí. Esto, a lo que me toca dedicarme ahora.
Digo, nunca me consideré paciente. Hace años recalco que, en la repartición de dones, no me fue otorgada la capacidad de esperar; hasta escribí una newsletter al respecto. Incluí en la ecuación lo que me tocó en la lotería biológica desde que tengo uso de razón. Pensé que sencillamente no vine equipada así, con el don pedagógico.
Hasta la semana pasada.
La pregunta clave de una colega de esta plataforma, destrabó una serie de reflexiones autoinquisidoras. Olga compartió un fragmento de una de sus newsletters donde explica que aprendió de cocina más por observación que por enseñanza de su madre.
Lo acompañó con el siguiente interrogante:
“¿Tu mamá de verdad te enseñó a cocinar?”.
Inmediatamente sentí la necesidad de contestarle: primero, porque me enriquecen los intercambios con otres escritores; segundo, porque el énfasis en la palabra enseñar cambió el foco de la charla. Le dije a Olga, entonces, que aprendí lo que sé de Mamá y Licha pero que, ahora que lo pienso, la vocación docente de Mamá fue clave al momento de traspasarme todo su conocimiento culinario. El intercambio de mensajes con Olga resultó tan inspirador que acá estoy, dedicando los sesos a desenmarañar las enseñanzas sutiles que di por sentadas, prácticamente, toda mi vida.
“¡Qué hermoso! Estoy de acuerdo en que hay una conexión ahí. Ser docente te expone a la pedagogía. El arte de enseñar y comprender cómo aprenden otros no tiene tanto que ver con un contenido específico, sino con el manejo de la enseñanza a nivel teórico”.
Gracias al disparador de
pude poner en palabras cómo aprendí sobre gastronomía.No solo tuvo que ver con las recetas acumuladas por mi familia. No solo se trató del método de mi abuela Licha para “cocinar con lo que hay”.
La clave siempre fue la destreza docente de Mamá.
Lo verdaderamente jugoso, te sorprenderá saber, fue continuar uniendo los puntos hasta hoy, 2024, en esta megaciudad.