Dentro de cinco horas parto hacia Los Ángeles. Estoy sentada en una de esas sillas incómodas de aeropuerto, demasiado duras para los pobres cuerpos que en breve estarán comprimidos en un asiento minúsculo de avión. Cuando termine esta newsletter supongo que la espera se habrá reducido, gracias al poder mágico que ejerce la escritura sobre mí: el tiempo pasa más rápido (y mejor).
Entre valijas e idiomas variopintos, me pregunto por las historias de cada viajere que me rodea. Suelo imaginarme a dónde van, quiénes son, por qué vuelan. Me intrigan las historias en torno a la circulación humana de un sitio al otro. Incluso cuando me cruzo personas magnéticas por la calle me pregunto a dónde irán, cuál será su origen, si los esperará alguien.
Rara vez me someto a mí misma a los mismos interrogantes.
Durante largo tiempo no me importó tanto dónde ir, sino mantenerme en constante movimiento. La travesía sostenida erigía gran parte de mi identidad. Creo que por eso fue tan traumático que me impidiesen moverme libremente por la Tierra.
Pero no hay mal que dure cien años.
El mes pasado expliqué en detalle qué situación personal se me destrabó. ¿Ya lo leíste?
Mar del Plata me despidió con el mismo aroma a verano que me recibió en febrero. Ahora Ezeiza se siente como si hubiese pasado por migraciones ayer. Me pregunto si todo es circular o si soy yo, que trazo paralelismos como manera de interpretar el mundo.
Pero esta vez no me siento como otras. Esta vez, la que cambió soy yo.
A modo de despedida del departamento de MDQ, hablé con Mamá en voz alta. Le dije lo mucho que me gustaría poder contarle todo lo que me está pasando. Le hablé de que por fin tengo claro por dónde quiero ir. Ojalá pudiese verlo.
Creo que le pedí permiso para ser feliz de nuevo.
Ridiculez absoluta la de pensar que ella querría otra cosa para mí que una sonrisa permanente en los labios, pero la cabeza no lo entiende tan fácil. Si sometiese mis newsletters pasadas a un análisis exhaustivo, sería evidente. La tristeza lo tiñó todo de una oscuridad tan profunda que creo haber olvidado cómo relatar lo luminoso.
Sin embargo, me encuentro a punto de volar para visitar a mi hermano y su familia, que es la mía. Lo considero el sacudón que necesitaba para ponerme a escribir (también) sobre lo bueno y lo que ―hoy sé― merezco. Precisamente porque me genera resistencia es que quiero entregarme al experimento y compartirlo con ustedes.
Esta vez la news no incluye enlaces externos, ni Tiktoks ilustrativos, ni citas de autores, ni ese tono tesina que tan natural me sale. Solamente quería disfrutar de tu compañía durante este breve periodo frente a la puerta de embarque, mientras manijeo con volver a ver a mi sobrina Luisa después de 14 meses.
Ya habrá tiempo para discurrir largo y tendido sobre Londres, mi Inglés y los planes futuros.
Por ahora, pienso en el sol tibio de Orange County y en comer tacos. Pienso en cebarle unos mates a la mañana a mi hermano, mirando el mar. Pienso en tomar una de las clases de yoga de mi cuñada y cocinarle from scratch.
Pienso disfrutar de esta vida que me gané, sin culpa.
Y pienso plasmarlo aquí.
Nos vemos en unos días, ya desde California, con mucho de lo bueno. Es hora.
A honrar la vida, cariño! 🤍✨️
Buen viaje💛