Este año, el mes de la mujer se superpone a una furia que no deja de crecer desde mi estómago. Pienso en la cantidad de veces que leí la frase de Simone de Beauvoir que nos insta a mantenernos en vilo para siempre: “Bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados”.
Miro a mi alrededor, miro las noticias. El año es 2024. El poder hegemónico pretende volver al pasado, histórica y culturalmente, para quitarnos los derechos ganados con sacrificio y lucha. Niegan el patriarcado, la desigualdad de género, la violencia machista. Apuntan contra el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, otra vez (como siempre, en realidad). Saben que legislar sobre nuestros úteros les otorga un poder rotundo sobre nuestras vidas.
Quizá, como yo, pulules entre una profunda rabia y un sentimiento avasallante de desesperanza. No sé qué nos depara el futuro, sobre todo si no nos involucramos con la que tenemos al lado. No sé cómo imaginar el planeta en 10 años si, en lugar de atender lo urgente, seguimos corriendo detrás de comprar, consumir, optimizar(nos).
Espero con asco el aluvión de publicidades para agasajar a “las princesas que nos embellecen la vida” con carteras, perfumes y electrodomésticos. Me aburre enfáticamente conversar de bótox, marcas de ropa, cremas milagrosas o tratamientos estéticos preventivos. Me incomoda, también, porque no entiendo cómo puede preocuparnos que nos salgan arrugas antes que el desmoronamiento de la sociedad occidental como la conocemos.
Intento ser paciente y comprender que cada una abraza el feminismo cuando la propia historia lo vuelve imprescindible. Sin embargo, la destrucción voraz que nos respira en la nuca me resulta imposible de ignorar.
Primero que nada, quiero aclarar que entiendo a aquelles que necesitan reducir su consumo de noticias. La meta, aunque compleja, sería estar informades pero sin que se nos vaya la vida pegades al noticiero. Esta decisión me parece inteligente e incluso saludable. Sin embargo, gran parte de la sociedad privilegiada elige hacer caso omiso a cada nuevo ataque: a los derechos de las mujeres, a la democracia, al pueblo palestino... la lista crece día a día.
Entre quienes generan un salario gracias a su presencia digital, gran parte elige desconocer la realidad para no incomodar a nadie, para no perder seguidores y para no ahuyentar marcas. Difícil equilibrio: la moral y las ganas (o necesidad) de facturar. Me cuesta la empatía con quienes deciden fingir que no pasa nada para poder seguir vendiendo(se) en un mundo en llamas. Me resulta insostenible. Me parece profundamente individualista. Quizá entiendan la imperiosa necesidad de involucrarse con las políticas que rigen nuestras vidas recién cuando no puedan pagar SU alquiler, o a SU madre le quiten la jubilación, o a SU amigue le despidan sin indemnización.
Sé que saben. Sé que saben que sabemos. Se autojustifican para mantenerse al margen. No quieren hacerse cargo de que son parte del engranaje de un relato digital donde la vida sigue “como siempre”.
Pero no es para elles que escribo. Al fin y al cabo, allí hay una elección consciente de pasar por alto lo que le ocurre a los demás. A quienes deseo llegar es a aquellas personas que creen que la política no les atañe, que es perder el tiempo, que “todo da lo mismo”.
La diferencia entre alguien despierto y otre que reproduce mecanismos opresivos radica en la información. Es lógico cambiar de opinión cuando recibimos nuevos datos. Pero, ¿cómo se llega a ese público desinformado? ¿Cómo se acorta la distancia entre nosotres?
En el podcast de esta publicación (que sale a fin de mes) tuve la fortuna de entrevistar a Paula Caldo, investigadora del CONICET. La obra de Paula se inscribe en la historia sociocultural de la cocina desde la perspectiva de la historia de las mujeres. Quisiera retomar uno de los conceptos que me enseñó para pensar a la receta como un medio de difusión política.
Los libros de cocina llevaron debates trascendentales al espacio doméstico, reino indiscutido de las mujeres.
La mismísima Evita creó un recetario llamado "La papa", distribuido por el Ministerio de Asuntos Agrarios de la Provincia de BA. El folleto llevaba su firma como coautora. Según el historiador de gastronomía argentina Víctor Ego Ducrot, allí presentaba un "menú justicialista" con indicaciones para cocinar el tubérculo y así promover una dieta sana al alcance de los sectores populares.
Las delegaciones prosufragio de UK y EEUU se sirvieron de recetarios para recaudar fondos, compartir conocimientos y difundir sus ideas políticas. En resumen: usaron lo que sabían y lo que tenían a mano para amplificar sus causas. Estos libros de cocina no solo tejieron redes desde sus páginas, enhebrando las recetas de distintas mujeres. También las ayudaron a adquirir nuevos conocimientos en las industrias editorial, publicitaria y comercial.
“El objetivo era informar sobre el tema a aquellas que creían tener todos los derechos que necesitaban. Las mujeres estaban dispuestas a leer recetarios, incluso cuando no les interesara leer nada más”
(Equal Suffrage Association of Rockford)
Entre ingredientes y procedimientos culinarios, intercalaban fotos, ilustraciones, citas de gente famosa y hasta chistes a favor del sufragio femenino. Mis recetas preferidas del formato son las más insolentes: aquellas que desafían el status quo desde la sátira.
Por ejemplo, este Pastel para el marido escéptico de la sufragista (en idioma original para conservar el juego de palabras entre Upper Crust y Upper Class).
1 qt. milk human kindness
8 reasons:
War
White Slavery
Child Labor
8,000,000 Working Women
Bad Roads
Poisonous Water
Impure Food
Mix the crust with tact and velvet gloves, using no sarcasm, especially with the upper crust. Upper crusts must be handled with extreme care, for they quickly sour if manipulated roughly.
The Suffrage Cook Book, Pittsburgh, 1915.
Los colores que asociamos a la lucha feminista actual nos acompañan desde épocas de las Suffragettes: violeta y verde. Los eligió la activista de derechos civiles y tesorera del Women's Social and Political Union, Emmeline Pethick Lawrence: “El púrpura representa la sangre real que corre por las venas de cada sufragista, el instinto de libertad y la dignidad. El verde es el color de la esperanza y el emblema de la primavera”.
Cada 8 de marzo recordamos a las 129 mujeres que murieron en una fábrica textil de Estados Unidos en 1908. El dueño, ante la huelga de las trabajadoras, prendió fuego el recinto con todas las mujeres adentro. Dice la leyenda que las telas sobre las que trabajaban también eran color violeta.
Quisiera entonces escribir hoy una receta rebelde, en el espíritu de los libros de cocina que difunden ideas. Mi deseo es entrar en los hogares de las mujeres a quienes no les interesa el mensaje de liberación; incluso apunto a llegar a quienes el feminismo les molesta.
De las mujeres militantes que me antecedieron aprendí que los mecanismos de lucha pueden ser muy diversos. Quizá te haga reír con un Tiktok, te enganches, y de fondo escuches una canción de protesta. Quizá le cocines alguno de mis platos a una amiga, ella te pregunte de dónde lo sacaste, y así llegue a esta newsletter a leer mis diatribas anticapitalistas.
Quizá incluso pueda visibilizar el 8M desde una receta color violeta.
Risotto para una mujer cansada
Ante todo, verifico que haya arroz Doble Carolina. La última vez, él usó lo que quedaba para preparar arroz con leche y tuve que abandonar mi idea antes de empezar. Sabe que aprecio que cocine pero, si me vacía la alacena sin avisarme, me perjudica más que ayudar. Usá y reponé, siempre le digo.
Una vez confirmado que tengo arroz, procedo a hurgar en la heladera. Encuentro un repollo morado en el fondo del cajón de las verduras; sus hojas externas lucen marchitas y blandas pero lo puedo pelar. Encuentro las cebollas en el mismo cajón y resoplo fuerte porque le expliqué veinte veces que este vegetal se guarda en lugares secos y oscuros. ¿Qué digo “veinte”? Cincuenta veces se lo recalqué. Me llevo, entonces, las cebollas también para usar una y guardar el resto adecuadamente. A esta altura del mes no queda mucho con qué cocinar: un tallo de apio descolorido, una zanahoria que perdió turgencia, unos cuantos dientes de ajo perdidos entre cáscaras de cebollas secas (en el cajón debajo del horno, su lugar de descanso legítimo).
Pelo la cebolla que separé y la pico con un cuchillo tramontina, el único disponible entre la pila de platos sucios que encontré en la bacha. Preparo un caldo con la zanahoria, el apio, los ajos y las capas externas de la cebolla que pelé. Salteo la cebolla picada en unas cucharadas de aceite de girasol, el único que tenemos, porque el de oliva se fue por las nubes. Agrego el repollo cortado lo más finito que pude, lo salo y cocino unos 15 o 20 minutos hasta que se ablande. Mientras tanto, pongo un lavarropas porque el canasto ya desborda y no quiero escuchar quejas por falta de ropa interior limpia.
Agrego tres pocillos de arroz: una porción para mí, otra para él, y la tercera para que le quede risotto para llevarse al trabajo. No me guardo para mí. Yo en el trabajo picoteo cualquier cosa. Tuesto el arroz unos minutos y agrego un chorro del vino tinto que quedó de anoche, después de que él se beba la botella entera (menos este medio vaso que ahora uso para cocinar). De a poco sumo el caldo de a cucharadas, con un colador de intermediario para no transferir trocitos de verdura al arroz. Sé que no le gustan.
Transcurridos unos veinte minutos, retiro la sartén del fuego y añado un cubo de manteca. Bato enérgicamente, casi con furia. La preparación se vuelve cada vez más cremosa y tentadora. Recién cuando el estómago me hace ruido recuerdo que hoy no pude parar a almorzar. El color del plato me recuerda el pañuelo que tiene atado en la mochila mi compañera de trabajo, la que a él le cae mal. Se me ocurre llamarla y confirmarle que acepto su invitación para acompañarla a la marcha. Todavía no entiendo muy bien qué se logra saliendo a la calle, pero le creo cuando me mira a los ojos. Confío en que sabe algo que yo aún no tuve tiempo de descular. Es que estoy tan cansada…
Ah, sí: hoy no hay queso rallado porque no llegué a comprar.
Espero que no haga una escena.
Hasta aquí, GUARNICIÓN vol 16
La newsletter de gastronomía que te invita a transformar la materia como puntapié para transformar el mundo.
Gracias por leer, recomendar, difundir y apoyar este espacio. Juntes seguiremos expandiendo nuevas perspectivas para pensar la comida y la cocina.