Siempre me costó comprender a quienes no les interesa cocinar. Las 4 comidas diarias son (o deberían ser, en un mundo ideal) cuatro oportunidades de hacerte feliz por el estómago. No se trata de un júbilo grandilocuente, sino de una satisfacción chiquita al alcance de la mano. Quizás no luzca como el gozo aspiracional que percibimos del afuera, pero sin dudas tiene el potencial de brindar dicha y, sencillamente, hacernos sentir bien.
Sin embargo, la impresión generalizada respecto de cocinar denota cansancio, incluso en aquellos que amamos las ollas y sartenes. La sobreoferta de este mundo capitalista nos satura y entumece los sentidos. Contrario a lo que creíamos, nos está costando procesar tanta información tan rápido. El algoritmo nos inunda con imágenes de cómo deberíamos ser, de cuán aesthetic y lujosa podría ser la vida, de cocinas inmaculadas donde los platos se ven impolutos, rebosantes de ingredientes caros y exóticos.
David Warbuton, director del Departamento de Psicología de la Universidad de Reading, acuñó el término Ansiedad de Rendimiento en la Cocina (KPA, por sus siglas en inglés) para dar cuenta del fenómeno:
Históricamente, cocinar para invitados siempre nos causó una ligera preocupación y nervios. Sin embargo, para muches ha ido más allá hasta convertirse en un estrés inmenso. Se agobian con expectativas irracionales y poco realistas de sus habilidades culinarias. La preocupación se externaliza en síntomas físicos. Los nervios se manifiestan como irritación e impaciencia extremas. Incluso algunes llegan a abandonar completo la práctica de invitar gente a cenar.
En el estudio, el profesor Warbuton entrevistó a 1000 personas acerca del acto de recibir invitados. El 61 % dijo que la presión de organizar una cena era peor que presentarse a una entrevista o asistir a una primera cita. Casi el 90 % expresó que no se identifica con los chefs famosos ni sus creaciones.
En este contexto, inspirarse a través de una pantalla resulta efectivo, pero abrumador. La cocina propia perdió brillo, enfrentada al mundo de los otres, esos que siempre parecieran disfrutar más su paso por la Tierra.
En mi vida siempre recibí el ejemplo de la cocina como articulación del amor
Es el lenguaje que aprendí de Mamá y mi abuela Licha. “Si te quiero, te cocino”, insisto como un mantra hace años. Ignoraba todavía que, a través de la cocina doméstica, me comunicaría en ausencia con Ella. Al día de hoy, con Mamá charlamos en las preparaciones que dan cuenta del todos los días, no solo de lo mejor y más extravagante. Dialogamos cada vez que recuerdo que lo que cocino no tiene por qué lucir como salido de un pasaplatos de restaurante. Es nuestra casa. Es hogar. Nadie necesita que parezca digno de una sesión de fotos.
Cada ejecución de una receta, cada repetición sistemática de lo mismo, constituye una actuación, caracterizada por variables específicas que nos conducen a resultados distintos. Habrá tantas maneras de llevarla adelante como cocineres, cada une con su particular forma de representar la fórmula. Podremos así variar la receta hasta deformarla, convertirla en otras cosas según nuestro apetito, recursos, tiempo y ganas.
Seguir recetas al pie de la letra quizá nos ofrezca un falso sentido de seguridad, pero la vida atraviesa lo que preparamos. No, no hay manera de garantizar que ese plato (por más viral y minimalista que sea) te saldrá bien. Al igual que con tus experiencias personales, tomará tiempo encontrarle la vuelta, ajustarlo a tu objetivo, probar distintas opciones hasta dar con una versión que te haga feliz.
¿La cocina es como la vida? Quizá sea al revés. El hombre primitivo comenzó a desarrollar su cerebro cuando empezó a cocinar y combinar nutrientes. Usar el fuego para preparar alimentos nos permitió evolucionar:
Antes del Homo erectus, nuestros primeros ancestros tenían cerebros pequeños pero dientes y mandíbulas grandes. ¿Qué causó estos cambios? Es posible que haya sido la capacidad de cocinar. La comida cocinada es más fácil de comer, por lo que no necesitamos dientes ni mandíbulas tan grandes. Además, los alimentos cocidos brindan energía y nutrientes más rápido, lo que alimenta un cerebro más grande. El Homo erectus fue el primer antepasado humano que usó el fuego y tuvo dientes pequeños y cerebro grande. Por ello se considera que esta especie fue la primera en poseer habilidades culinarias muy básicas.
Con todo, pareciéramos ignorar la cocina doméstica por trivial. Inadvertidamente, así nos perdemos de la mayor parte de nuestras vidas y las de los demás. Contrario a lo que nos muestran las redes sociales, la realidad cotidiana es común y corriente: no estamos en resorts europeos, ni en restaurantes Michelin, ni comprando burrata y pistacho. La mayoría tenemos un presupuesto cada vez más acotado para disfrutar de la comida.
En la charla de presentación del libro de Rebecca May Johnson, Small Fires, se formuló esta pregunta:
¿Cómo podríamos reclamar nuestro derecho al placer en esta sociedad capitalista?
Partimos de un problema: documentar nuestra cocina diaria puede parecerse a no hacer nada. Sin embargo, el acto de cocinar es una forma de pensar y de expresarnos.
Nos sacamos los delantales muy rápido, en el afán de desaprender roles femeninos indeseados. ¿Abandonar la cocina constituye una liberación real? Seguro para algunas sí. Pero, ¿qué ocurre si todas esas horas “libres” las pasas estresada en un trabajo que odiás para poder pagar el delivery, que cada vez está mas caro? ¿No es una rueda sin fin?
Comer cada vez peor para seguir con nuestros ritmos de vida que enferman. No sé, no parece negocio.
Como feminista, muchas veces me cuestioné si regresar a las cocinas no era desandar terreno ganado. Para aquellas que no pueden elegir y se sacrifican, sin dudas sigue siendo trabajo no remunerado impago e invisible. No obstante, las que volvemos a las hornallas por iniciativa propia, podemos problematizar el espacio por todas. Habrá que repensar colectivamente cómo recuperar la cocina desde un enfoque humano, sustentable e incluso analítico. ¡Cocinar es pensar! Los libros de cocina son literatura; las recetas, conocimiento; los platos, una forma de arte efímero diario.
“Las conquistas anteriores del feminismo nos prepararon para abordar la cocina de una forma liberadora”.
Rebecca May Johnson
TOSTADAS: 10 MANERAS
… que espero adaptes y reversiones mil veces.
Todos los mediodías me preparo alguna variante de pan con vegetales y proteína. A veces me dan ganas de esmerarme con la presentación; otras, sencillamente dispongo en un plato lo que voy a comer y ya. Tengo claro qué me gusta, así que hay básicos que nunca me faltan, pero después disfruto jugar con los ingredientes y mezclarlos de maneras ligeramente distintas. Así he descubierto grandes combinaciones que repito al día de hoy.
A salir de las limitaciones del formato “receta”. Bienvenida a la cocina TU CREATIVIDAD.
Hasta aquí, GUARNICIÓN vol 4
La newsletter de gastronomía que te invita a transformar la materia como puntapié para transformar el mundo.
Gracias por leer, recomendar, difundir y apoyar este espacio. Juntes seguiremos expandiendo nuevas perspectivas para pensar la comida y la cocina.
Soy fan de guarnición!!
Esos panes y sus acompañamientos son absolutamente todo lo que está bien.La frase de Rebecca May Johnson me pareció excelente! Que hambre me diste Luján! 😋