“Toda palabra llama a una respuesta, incluso sino encuentra más que el silencio”. (Jacques Lacan)
Miro fijo la nada tratando de ponerle fecha aproximada al inicio de mi curiosidad consciente. Tengo tiempo, tengo ganas, tengo un manantial de insatifacción crónica en el pecho que me hace sentir pensar que siempre hay algo más para profundizar.
La realidad es que empíricamente encontré que funciona. Para perder el miedo realmente hay que enfrentarlo, que en el 90% de los casos significa “hablarlo” (salvo que te den miedo las arañas, por ejemplo. Ahí no aplica). Hablarlo en realidad quiere decir “ponerlo en palabras”. Y para llevar a palabras lo que aún no existe, la pregunta es fundamental. Tambien es incómoda, odiosa y aterradora a veces, ¿para qué mentirte? Pero si observamos detenidamente, notaremos que la curiosidad y las preguntas nos atraviesan desde que llegamos al mundo.
Después del último episodio de mi podcast, como suele ocurrirme, me “quedé pensando”. Si no escuchaste la entrevista a Magui aún, te la dejo en un botón acá abajo para que le des play. Vas a descubrir una mujer profunda, reflexiva e inquieta. Nos conocemos “por redes” hace años y forjamos una amistad muy especial. Creo que les va a encantar escucharla:
Como dijo Magui, la pregunta puede ser un portal. Las respuestas pueden abrir puertas que vale la pena cruzar. Después de pensarlo un rato, de pensarME, concluí que la curiosidad que me atraviesa hoy es una evolución natural de la que experimenté durante mis primeros años. La llamé Curiosidad Consciente porque es distinta a su contraparte más popular, o con mejor reputación por lo menos.
La curiosidad infantil
Cuando somos chicos, nuestra necesidad de figurar lo desconocido (que es todo, que es el mundo) da lugar a infinitos “por qué”, copiosas lágrimas por golpes fácilmente evitables e, incluso, castigos por haber traspasado los límites establecidos. La curiosidad que experimentamos de chicos configura una sed con el mundo exterior y sus estímulos que no comprendemos. Nuestra curiosidad apunta a lo que ocurre afuera:
¿Qué tengo entre las piernas? ¿Por qué no puedo desayunar Coca Cola? ¿Cómo hago para comer con esos objetos graciosos que los adultos sostienen con destreza entre los dedos, en lugar de con todo el puño abierto y engullendo sin casi respirar? ¿Por qué a veces me obnubila una luz caliente desde arriba y otras el cielo se pone negro y titilante?
Está en nuestra naturaleza: la curiosidad constituye una enorme potencia motivadora, nos invita a experimentar con lo que nos rodea, a investigar y a explorar. En nuestros primeros años, la curiosidad es innata y necesaria para aprehender lo que nos rodea. Tocar, oler, probar, conectarse con un objeto y tratar de darle sentido.
Unos años más tarde, ya nos ocupa una curiosidad más afinada, más personalizada y compleja. Ya no es cuestión de tomarlo todo del mundo, sino de seleccionar aquello que nos magnetiza, que nos emociona, que nos ocupa la cabeza sin que lo elijamos. Así es que a mis 10 años me empezaron a comprar las revistas de La Cocina de Utilísima, que se conviertieron en mis tesoros y de donde sacaba recetas permanentemente. En 1996 no había internet y los libros de cocina eran carísimos y pocos, así que la única fuente de recetas exóticas para mí era esta revista.
No sé por qué nunca me interesó copiar recetas de la tele. Creo que me embelesaba más verlos cocinar paso a paso que tomar nota, y era una performance que yo después imitaba cuando cocinaba subida a una silla cerca de la mesada. “Ahora vamos a agregar la harina”, anunciaba en voz alta mirando la pared de azulejos blancos con arabescos azules de la casa donde crecí en Mar del Plata. La rúcula no había entrado a las verdulerías de mi ciudad. La palta era un ingrediente exótico exclusivo de los mexicanos. También se usaba mucho moldear con gelatina, cocinar al microondas y “en un abrir y cerrar de latas” (este fue el nombre de uno de los libros de mi admirada Choly Berreteaga. Los noventas y el uno a uno nos vendieron que pasar tiempo en la cocina era una pérdida de valioso tiempo que podríamos gastar… TRABAJANDO.) A esa edad estaba abocada a constituir mi personalidad, a descubrir qué me apasionaba, qué me daba bronca. Aún no sabía muy bien quién era fuera del contexto familiar, ni había definido qué me interesaba. La curiosidad llegó entonces naturalmente, como un espacio formador, un experimento constante para aprender sobre mí misma y el mundo.
Curiosidad Consciente
En mi experiencia, este cambio de curiosidad hacia adentro vino con la tragedia. El mundo como lo conocía perdió algo que jamás recuperaré, todas las preguntas se configuraron hacia mí, a cómo seguir, a quién quiero ser, a cómo lograrlo.
Irónicamente, cuando llegamos a la adultez y nos encontramos con conceptos más abstractos y profundos, solemos renunciar nuestra curiosidad. La complejidad de los asuntos que debemos enfrentar es inversamente proporcional a la voluntad de formular preguntas. Dirigir la curiosidad hacia nosotras mismas y a lo que nos ocurre adentro resulta la manera más efectiva de armarnos con herramientas de gestión emocional. Ya el interrogante constante no se enfoca en el afuera sino en conocernos con compasión, como resalta el Dr. Gabor Maté. De esto se trataría una curiosidad consciente: la intención expresa de volver a inclinarnos a aprender, a cuestionar, a indagar para con nosotros mismos. Claro que el acto de preguntar en sí resulta la parte más sencilla del experimento; lo que implica mucho esfuerzo personal es responder comprometidamente y enfrentar verdades que pueden ser muy difíciles de digerir.
¿Y si probás parar un segundo y preguntarte, por ejemplo, si sos amable con vos misma y tus elecciones? O quizá el interrogante que deambule en tu cabeza constantemente sea qué te da paz, como contestó Sol (ya se las presentaré en breve) en mi encuesta de IG.
Tal vez la clave sea volver a mirar el mundo con ojos inquisidores y hambrientos de respuestas. En palabras de Linda Naiman:
“¿Te acordas de cómo jugabas cuando eras chico? ¿Qué te absorbía los pensamientos al punto de perder la noción del tiempo? Tu forma de jugar en la infancia puede ser la fuente de tu talento, la clave de tu creatividad. Es la llave para acceder a los dones que solo vos podés ofrecerle al mundo, a tu misión, a tu pasión. Date el espacio para jugar, relajarte, imaginar y soñar. Confiá en tu intuición y expresate. Explorá lo que susurra tu corazón que enciende tus sueños. Que tu vida sea una obra de arte”. (Mi traducción)
Gracias por seguirme acompañando en este espacio que va tomando forma rápido, proque estoy pasando por un momento muy creativo. Precisamente las respuestas que estoy desempolvando parecen conectarme con la lectura y la escritura, que son las actividades que más disfrutaba de chica junto con cantar y bailar. Los que me siguen hace tiempo sacarán cuentas en sus cabezas y podrán trazar una línea bastante coherente con lo que me ha ocupado en distintos periodos de mi vida. Me dediqué a estudiar Traducción, luego Literatura y Letras y mientras tanto desarrollé una incipiente pero duradera carrera de cantante en Mar del Plata. Fueron los años más felices de mi vida. Pasé todos los veintijóvenes así, saliendo cada noche a un bar distinto a trabajar con mi banda. The Box fue un espacio alucinante para explorar toda mi curiosidad durante 6 años. Mandábamos cualquiera impunemente, pero también ofrecíamos un gran espectáculo. Yo no soy la mejor cantante, eso es obvio, pero mi caradurez puede levantar a un muerto. Cada miembro aportaba un background musical totalmente inhabitado por el otro, motivo por el cual en una democracia muy particular terminamos haciendo mash-ups conceptuales como el de Queen, que en el medio tenía una chacarera. En otro, al principio de una canción de Lady Gaga incrustamos un riff de Deep Purple. En Billie Jean, Mauro metía ochocientos dedos jazzeros innecesarios en el bajo en una canción que tiene 4 acordes, si no me equivoco. Para completar, Mau era (es) mi mejor amigo y hemos reído hasta llorar en el escenario, muchas más veces de las que puedo contar. También salí varios años con quien fuese el guitarrista, así que cada show era simultáneamente una reunión con amigos y un rato de compartir arte con mi novio.
Miro las pelucas descoloridas que usamos y recuerdo tantas anécdotas. Déjenme saber en comentarios si les interesa que les cuente más de las épocas de The Box. Hay mucha tela para cortar.
Cuando me animé a responder el interrogante “¿quién sos cuando no hay deber ser, Lujan?”, conecté nuevamente con todo lo que siempre estuvo ahí, esperándome. No importa que transitoriamente me haya dedicado a otras cosas, puedo volver a mi primer amor. O primeros amores, debería decir, porque siempre fui multifacética. Hoy en Londres me dedico a leer, escribir, cocinar y bailar flamenco. Soy esa misma nena inquietísima que mientras lee, se clava una empanada y mueve los pies practicando taconeo. Encuentro allí un disfrute fundamental, una paz suprema que calma mi cabeza que post 2020 no hace más que ir a mil por hora, anticipar todo lo que puede salir mal e imaginar escenarios catastróficos. Me estoy animando a ser la que fui siempre, sin cuestionarlo ni entender muy bien qué se supone que tengo que hacer con todo esto. Solo sé que me hace sentir muy bien y estoy pasando muchísimas menos horas en el teléfono.
¿Qué actividades te hacen olvidar del paso del tiempo? ¿Dónde te sentis más cómodo simplemente siendo? ¿Hay espacio para las aficiones en tu vida diaria? ¿Dónde quedaron los sueños de la que eras? ¿Perdiste alguna meta porque la vida te fue llevando sin que te dieses cuenta? ¿Quién sos cuando no estás trabajando? ¿Qué le dirías a tu yo de 10 años? ¿Qué te diría tu yo de 10 años A VOS?
Ojalá mi curiosidad consciente dispare en vos las ganas de hacerte más preguntas. No es nada difícil ni científico: cuando bajás un cambio y te prestás atención, casi-casi que las preguntas te están esperando. Solo hay que animarse a responder.
Antes de despedirme hasta la semana que viene, un punteo recordatorio:
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💛💛💛💛💛 me encanta 👏👏👏👏
Excelente Luján! Hermoso texto que nos invita a pensar en nosotros, nuestros deseos. Priorizarnos, porque no? Me encantó!