Ya no soy la que era
¿Alguna vez te ocurrió algo que cambió tu manera de ver la vida?
“El dolor carente de sentido solo es posible en una vida vacía de sentido, reducida a pura supervivencia y que ha dejado de narrar”. (Byung-Chul Han)
Durante los tres últimos años erigí mi hogar en un triángulo geográfico azaroso, trabajé desde mi computadora en los sitios más recónditos y arrastré conmigo una valija de 23 kilos con una política estricta: “por cada prenda que entra, otra sale”. Si bien respeté mi propia regla autoimpuesta todo lo que pude, debo ser honesta y admitir que solo funcionó porque en cada vértice del triángulo pude conservar un bolso con elementos útiles para el destino en cuestión. En San Clemente (California) dejé mallas, ojotas, sombreros, vestidos playeros, ropa deportiva, protector solar y algunos libros. En Londres me esperaban pacientemente abrigos, sweaters, botas elegantes y estrafalarias, bufandas, máscaras faciales y capilares, juegos de mesa y más libros. En Mar del Plata, mi ciudad natal, todo aquello que no puedo resignar porque su carga emocional es muy superior a su valor material: álbumes de fotos, mi ropa de ballet, vestidos que usé para ocasiones importantes, más trajes de baño (porque esperaba volver en verano), cuadernos-agendas de mi infancia y sí, más libros.
Mi trabajo (remoto), en USA. Mi compañero, en Londres. Mi historia, en Mar del Plata.
Hasta Julio de este año pensaba que mi vida continuaría igual un tiempo más, no obstante pasó lo que pasa siempre: lo inesperado, lo que no previste, aquello para lo que no tenías plan B. La diferencia es que esta vez pude decidir armada con las herramientas que acumulé en 2020 y 2021, cuando lo impensado tocó mi puerta.
La historia es todo menos original: una chica tiene un sueño/ va a por él/ aparece la tragedia/ en el camino encuentra un sueño mejor/ reordena sus prioridades en consecuencia. Siempre me sirve pensar la vida en términos literarios porque, efectivamente, las historias que vale la pena leer (y contar) son aquellas donde no todo sale bien, donde la protagonista no obtiene todo lo que quiere exactamente cuando lo desea, donde hay una evolución del personaje que nos demuestra que no termina la historia siendo el mismo. Lo ocurrido lo atravesó, lo cambió, le hizo entender algo que por sí mismo no captaba; aprendió una lección. Si bien yo no soy un personaje, soy consciente de que hay varias lecciones a aprender post pandemia y tragedia personal. Cuáles son exactamente esas lecciones es lo que pretendo desentrañar escribiendo este newsletter, entrevistando personas apasionadas y sabias, compartiendo aquello que le interpela a la que soy hoy (que quizá no sea lo mismo que me convoca mañana). No tengo ninguna verdad más que la voz de mi propia experiencia y, para serte sincera, soy la primera en sorprenderse por estar parada donde estoy (metafórica y literalmente hablando). A veces, me gustaría volver al pasado en el Delorean para decirle a mi yo adolescente lo que verdaderamente nos espera para los 30:
Durante casi 5 años vas vivir viajando-trabajando por América, Europa y Asia. Muchas veces la belleza te abrumará tanto que dirás: “soy tan feliz que podría morir ahora mismo”: en París, mandando mails con una copa de vino y unos quesos en Le Moulin de la Fleur; en Estambul, espantando abejas que se abalanzan sobre la bolsa de dátiles del bazar, apoyada en el teclado; en Seúl, arrancando el día laboral 11 p. m. por la diferencia horaria.
Esta felicidad será el colchón que amortigue la caída que te espera para el 2020. Te vas a ilusionar, te vas a enamorar, vas a vivir como muchos sueñan y tu corazón albergará simultáneamente la mayor tristeza que jamás hayas siquiera imaginado.
En un resumen hipersimplificado, este año me obligaron a elegir entre mi vida personal y mi futuro laboral. No hubo un ápice de duda, a nivel celular les digo, del camino que yo quería tomar. No me interesó consultarlo, no me generó angustia, no me ocupó demasiado la cabeza. “Es una patada en el culo, pero en la dirección correcta”, me comentó alguien y asentí enérgicamente. Esta vez se trataba de una situación, en lugar de un problema. Hacía mucho que venía renegando de vivir en una valija, de no poder empezar una clase de danza porque a los pocos meses perdería el grupo, de extrañar a mi compañero. Y así decidí mudarme a Londres, hacer base acá y empezar a planificar todos los eurotrips que el bolsillo aguante. La gran Aniko Villalba lo explica magistralmente: “Necesito volver a hacer de los viajes algo extraordinario y no parte de mi rutina”. Me hace falta que me vuelva a emocionar hacer una valija, tener fecha de regreso y viajar por poco tiempo. Me urge no sentir ese desarraigo al que tanto me acostumbré cada vez que me despido de mis seres queridos por quién-sabe-cuánto. Quiero rearmar mi biblioteca, conocer amigos nuevos, tener la ropa colgadita en un placard. Ansío descubrir cómo soy viviendo en Londres: qué disfruto, cómo me visto, qué planes hago, qué me conmueve, qué elijo.
No es fácil admitir que una no es la de ayer, que ya no quiere eso por lo que trabajó tanto, que esas ideas que tanto defendió ya no la representan. Cuesta reconocer que no sabemos bien qué queremos (aunque sí qué NO queremos) en un contexto donde todos se jactan de tenerla clarísima, glorifican la autoexplotación y monetizan cada aspecto de sus vidas. Resulta complejo abrirnos a la posibilidad de cambiar radicalmente quiénes somos y cómo queremos vivir en relación a lo que nos importa hoy.
Las herramientas con las que hoy cuento llegaron a fuerza de sangre, sudor, y lágrimas pérdidas, mucho trabajo personal y tiempo. Es un camino que nunca termina, el de conocerse, el de intentar parecernos más a aquello que nos ilusiona, que nos motiva y nos da una razón para seguir. Soñamos con despertarnos un día y tener todo resuelto, a nivel personal-laboral-profesional-afectivo-familiar, bien sabiendo que lo interesante es precisamente dilucidar cómo resolvemos, qué camino tomamos, qué aventuras y personas nos encontramos en el camino. Y lo más irónico es que creemos que estamos solas en el sentimiento, que la fallada o rota es una porque…
se supone que a esta altura…
se supone que una mujer…
se supone que yo…
Hay una cura para este sentimiento de insuficiencia: hablar.
Arrojar luz sobre lo que nos pasa, conversarlo, desmenuzarlo, masticarlo y digerirlo. Tirar abajo, de a un testimonio a la vez, la pared de silencio que rodea lo que duele. En definitiva, abrazar nuestra humanidad y nuestra vulnerabilidad porque solo desde allí surge lo que verdaderamente importa: el amor, la conexión, la empatía. He aquí el motivo detrás de mi necesidad de comunicar ya sea en mis redes, en un podcast o, ahora, en un newsletter.
No sé qué se viene, pero sí sé que por primera vez en mucho tiempo estoy emocionada por descubrirlo. Después de los años de desgano que precedieron, sentirme así ya es un montón. Agradezco que estés del otro lado y seas parte de este camino que muy bien no sé para dónde va, pero ya veremos. Estoy deseando menos, pero mejor. Tengo sueños nuevos alineados con la que soy hoy. Muchos temas que me importaban ya no ocupan espacio en mi mente. Tengo enfrente mío un nuevo comiezo lleno de páginas en blanco listas para completar con lo que mejor me parezca. Quiero sumar valor a mi vida y sustraer mandatos, transformar mis callos emocionales en arte, cambiar el miedo y la verguenza por coraje y vulnerabilidad.
Si resonas con esta búsqueda, no me cabe duda de que te vas a sentir muy a gusto acá. Suscribite para recibir cada newsletter en la comodidad de tu correo electrónico y leelas con tiempo, tranquila, con un mate o una copita de algo rico. Más adelante te voy a dar mis sugerencias de maridajes LECTURA-COMIDA/BEBIDA, porque sino el título de este espacio sería casi-casi publicidad fraudulenta :)
¡Hasta la próxima!
Lu.-
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