Una especie de diario íntimo que se escribe con la consciencia de que no permanecerá oculto debajo de la almohada. Un collage de experiencias aleatorias en un destino determinado, desde mi óptica.
El registro propio de lo mundano. Una manera de contar y recordar.
Origen: Londres, Inglaterra, Reino Unido.
Destino: Barcelona, Catalunya, España.
Esta news miscelánea para subs no quedó como la imaginé cuando compré los pasajes. Casualmente, siento que resume perfecto mi actitud al cambiar de año. Cada vez que estreno un calendario nuevo, gordito, lleno de hojas que simbolizan días que simbolizan esperanzas, recuerdo que no tengo mejor forma de encarar lo que se viene que abriéndome a lo inesperado. Todo aquello que no planifiqué ni pude imaginar es lo que termina dándole una forma especial a mi existencia, moldeada a mi medida, conmigo pero también a pesar de mí.
En este momento escribo desde un pintoresco Bed and Breakfast en el barrio de Eixample. Vine por pocos días, pero con ideas claras. Quería visitar varios bodegones tradicionales. Quería ver un espectáculo de flamenco en un tablao. Quería comerme la ciudad entera, de la mano de mi Inglés.
Lo que ocurrió podría describirse escuetamente como una seguidilla de infortunios que me obligaron a recalcular.
Pero empecemos por el principio.
Viernes 29 de diciembre, 2023
El vuelo sale de Heathrow temprano, así que con el Inglés la noche anterior nos ponemos 3 alarmas cada uno. La hora y media de viaje hasta el aeropuerto me encuentra menos dormida de lo anticipado. Lo atribuyo a la emoción de saber que estoy yendo a visitar a mi familia elegida, a mi hermana de la vida y a que España es uno de mis destinos gastronómicos predilectos. Tras pasar los controles de seguridad decidimos desayunar liviano en Wagamama. El menú que nos ofrecen es exclusivo para aeropuertos y me alegro de probar algo que en la ciudad no encontraría. Elijo un bao con hongos, espinaca y una salchicha desayunera a base de jackfruit. Ya en el avión me alegro de que hayamos comido algo sustancioso en tierra porque los snacks que ofrecen son cada vez más miserables, y eso que volamos por British Airways. Hasta el café hay que pagar. Solo nos entregan una minibotellita de agua y un oat bake, que viene a ser una barrita de avena horneada. Por suerte me duermo rápidamente y el vuelo se me hace corto. Me doy cuenta de que al viajar dentro de Europa, me parece todo cerca. En un par de horas cambio de país, de cultura, de idioma, de paisaje. En mi mente eso es rarísimo.
L. nos va a buscar al aeropuerto. Decenas de veces nos prometimos que, una vez que me asentara en Londres, la visitaría. Finalmente está pasando. Nos fundimos en un abrazo infinito, al punto de clavarnos los dedos en la carne de la otra para creerlo. Más tarde, la representación más clara de que estamos en familia se evidencia en una siesta colectiva. Hay que sentirse muy a gusto para dormir en manada sin culpa. Este grupo humano lo instauró como tradición hace décadas, cuando después de cada comilona uno por uno íbamos desapareciendo: algunos a las camas, otros al patio abajo de un árbol, la mayoría desparramados en los sillones. Me acurruco con los recuerdos retumbándome en los párpados.