Llegó noviembre y, de golpe, también el otoño. Después de varios días de calidez inusitada, e improbable en octubre en Londres, se hicieron presentes la lluvia constante y el viento implacable. Cada vez que me preguntan si el clima acá es tan terrible como se cree, siento que cualquier respuesta se queda corta para describir lo abominable que puede llegar a ser. Confirmo, entonces, sus sospechas pero enseguida me apuro a completar el comentario:“Mirá si será maravillosa esta ciudad que, con todo y sus inviernos deprimentes, siento que es mi lugar en el mundo” primero, y “las inclemencias del tiempo fomentan lookazos” después. Esta última observación suele requerir mayores explicaciones. Los sombreros, bufandas y tapados enmarcan una elegancia sin esfuerzo, meramente práctica. En mi opinión, el verano con sus vestiditos veraniegos y sandalias no deja tanto espacio a la creatividad. Quizás me leas y te parezca una locura mi perspectiva. Debería quizá entonces comenzar a fotografiar street-looks: mis favoritos. Esos que se nota fueron armados con una pieza de aquí y otra de allá, con capas de personalidad en forma de vestimenta.
Llegó noviembre y estoy escribiendo la última newsletter vinculada a la segunda temporada de mi podcast. Los artículos que recibas a partir del próximo miércoles tendrán forma-temática libre. Me seduce esta libertad. En realidad, desde hace años que una gran amiga me ayudó a verbalizar cómo me posiciono respecto de ese concepto tan asbtracto y vilipendiado. Las ideologías políticas más despreciables y peligrosas de los últimos tiempos siempre machacan con “la libertad”, así a secas, porque es una idea tan onmisciente que nadie podría estar en conttra.
Las palabras exactas de mi amiga, hace varios años ya, fueron: “tu negocio es tu libertad”. Lo escueto de su comentario quizá te impacte como lector, pero para los que me conocen personalmente creo que resulta muy claro a qué apunta. Haga lo que haga, emprenda lo que emprenda, siga la luz del faro más brillante o me zambulla en el océano más desconocido, lo más importante siempre séra disfrutar de mi libertad. Mientras conserve las facultades para decidir totalmente sobre mi vida, no me importa si no gano tanto dinero, si no accedo a lujos, si jamás me compro una casa o un auto, si uso la misma ropa siempre, si mis carteras son vintage o heredadas de mi mamá. Puedo sacrificar ganancias materiales sin mayor esfuerzo; no obstante, me niego rotundamente a perder mi tiempo porque es lo único que no vuelve. Puedo resignarme a nunca lucir elegante con ropa de marca, mas no pienso permitirle a un empleador dictaminar cuándo puedo irme de viaje.
La primera vez que pensé en cómo cada persona ordena sus prioridades distinto fue cuando leí The Subtle Art of Not Giving a F@ck, de Mark Manson. Me lo regaló alguien que conocí en Denver y, si bien ese vínculo se extinguió rápidamente, un fragmento del libro aún permanece en mí:
Si te pregunto: “¿Qué quieres de la vida?” y respondes algo como: “Quiero ser feliz y tener una gran familia y un trabajo que me guste”, estás diciendo algo tan amplio que no significa nada. Una pregunta más interesante, una pregunta que tal vez nunca antes has considerado podría ser: ¿qué dolor prefieres en tu vida? ¿Por qué estás dispuesto a luchar? Esa respuesta resulta un mayor determinante de cómo resultan nuestras vidas. Todo el mundo quiere tener un trabajo increíble e independencia financiera, pero no todos quieren trabajar 60 horas, manejar largas distancias, navegar por jerarquías corporativas arbitrarias y pasar gran parte de su día en un infernal cubículo”. La calidad de vida no está determinada por la calidad de las experiencias positivas sino por la calidad de las negativas. Saber manejar experiencias negativas es saber conducirse en la vida.
No puedes tener una vida libre de dolor. No todo en la vida son rosas y unicornios. Y finalmente esa es la pregunta difícil que importa. El placer es una pregunta fácil y casi todos nosotros tenemos respuestas similares. La pregunta más interesante es el dolor.
¿Cuál es el dolor que estás dispuesto a soportar?
La clave para ser feliz quizá sea entender que lo que tengo hoy puede ser lo máximo que tendré siempre
…dijo Juana en este podcast que grabamos en persona. Lo reescuché varias veces al editar la entrevista y me di cuenta de que su perspectiva complementa lo que expone Mark Manson. Se trata de recorrer un camino que nos despeje la duda de qué estamos dispuestos a sacrificar por nuestra felicidad, sabiendo que muy posiblemente no elijamos lo mismo que los que nos rodean. Si aquello que elegimos se aparta ostensiblemente de lo que hace la mayoría, tanto más complejo será sostenerlo y defenderlo. Sean cuales sean nuestras metas, siempre habrá un precio que pagar, algo a qué renunciar, una puerta que cerrar.
No podremos tenerlo todo.
Ser feliz hoy, en tiempo presente, en mi caso se relaciona directamente con haber aceptado el costo que implica el estilo de vida que elegí. Incluso he aprendido a tomarle cariño a ciertas costumbres que debí adoptar cuando lo dejé todo para vivir en una valija durante años. Hoy tengo muy pocas posesiones porque aprendí forzosamente a vivir con menos. No podía (ni quería) viajar pesada así que decidí que la mayor parte del recorrido solo arrastraría una valija de 23 kg. Fue fácil en verano donde los trapitos que uso como tops ocupaban casi nada de espacio. Luego empecé a venir seguido a Londres y no me quedó otra que comprar ropa de abrigo. Entonces el sacrificio mutó de nuevo: por cada prenda que adquiría, tenía que deshacerme de algo para que la nueva adquisición tomase su lugar. El ejercicio constante de evaluar si valía la pena la compra me ayudó a repensarme como consumidora. Ahora estoy establecida en Londres y sigo comprando en ferias callejeras, charity shops o thrift stores (que ahora se pusieron de moda y subieron los precios; tema para otra newsletter). Los gustos que me doy no tienen que ver con vestir mis ahorros. Mi dinero se guarda para experiencias, para visitar a mis seres queridos, para ingredientes y cenas, para conocer Europa apenas pueda (sola, con mi compañero, con amigas: lo quiero todo).
Tener consciencia de qué renuncias estamos dispuestos a afrontar nos ayuda a elegir los sacrificios informadamente.
La felicidad que me brinda mi vida tranquila probablemente resulte incomprensible para quien transite el paso de los años con la ansiedad de “vivir mejor” o auto-optimizarse/explotarse. Desde nuestro celular no paran de vendernos cursos, talleres y libros sobre cómo hacer más, mejor y en menos tiempo. Bajo este discurso somos sujetos imperfectos, inacabados, que necesitan luchar más, esforzarse más, dar más:
Podría madrugar más, comer mejor, entrenar más, rendir mejor en la oficina, estudiar algún “cursito”, reducir el tiempo que paso en la cocina, ejercitar el suelo pélvico mientras miro Netflix. Podría convertir cada una de mis pasiones y aficiones en una manera de hacer dinero. Porque la vida hay que ganársela, ¿verdad?
Juana lo resumió con total claridad: “encontré la fórmula para ocupar mi tiempo”. Desde que me me mudé a Londres y abandoné mi empleo formal, todo mi tiempo se dirigió a mí misma. Y si bien me aterraba la idea al principio, trascurridos tres meses en este mood, lo último que me siento es abrumada. Tan solo me custiono no haberlo hecho antes (sabiamente, Magui vaticinó en julio que me iba a sentir así). Comencé a amplificar mi propio deseo, ese que había quedado enterrado debajo de cientos de mails de una empresa que ya no me importa. La quietud y el silencio de no tener mi tiempo ocupado con nada concreto dejó huecos que llené con todo el arte que pude, con quien soy, con quien siempre he sido. De eso se trató principalmente la segunda temporada del podcast que finalizó este domingo. Tuve la necesidad de entrevistar mujeres de mi vida que buscan y hacen a su modo, sin seguir fórmulas. Cada una me inspiró para creer en mí misma y en lo que tengo ganas de comunicar.
Hoy en Londres llueve, como corresponde en noviembre. Saboreo la tarde acariciando a la gata y escribiendo esta columna. Últimamente, el sustantivo más adecuado para describir mi uso del tiempo es lujo. No corro a ningún lado, no me espera nadie. No pasa nada si no abro la computadora, los mails, el whatsapp (aunque quizá evitaría lo último, pues mis seres queridos se preocuparían). Pero no pasa nada en serio, nadie depende de mi respuesta. Esta columna salió el jueves, en vez del miércoles como tenía pautado y no pasó nada. Cada cual está en la suya y entenderlo es liberador.
Mi vida tiene otro ritmo. En este silencio estoy encontrando nuevos espacios viejos. Y digo “viejos” porque tampoco me sorprende estar eligiendo este camino. Vivir en Londres, llevar estas plataformas, reconocerme escritora: todo cierra perfectamente, todo encaja naturalmente y me rehúso a hacer fuerza para desestimarlo. Tengo ese horrible hábito de desmerecer lo lindo solo porque lo logré YO, mientras que si el mérito fuese de otrx lx aplaudiría hasta marzo. Hoy mi tiempo es mío, lo desmenuzo y hasta a veces me doy el lujo de aburrirme. Este acto me hace sentir más millonaria que comprarme un auto o viajar a un all-inclusive. Me levanto a la mañana sin despertador y agradezco a la Luján del pasado que ahorró para circunstancias como estas. Ya habrá tiempo de generar ingresos; ahora toca observar y reordenar. Ahora es momento de reacomodar quién soy, qué hago y para qué, aunque lleve tiempo y paciencia. Por suerte tengo ambas. Vuelvo a la pregunta inicial de Mark Ronson y me cuestiono qué estoy dispuesta a soportar para alcanzar lo que deseo en la vida.
El dolor que aprendí a manejar es no saber qué me depara el futuro.
Hoy, post 2020 y todo lo que eso significa, creo que mi mayor habilidad es accionar desde la incertidumbre. Por supuesto, no salí airosa de todas las situaciones donde confié y actué desde este lugar, pero creo que gracias al tumulto interno que se generó terminé conociéndome más a mí misma. En palabras de la icónica Tita Merello: “La alegría no te deja arrugas, la tristeza sí”. Como charlamos en el podcast, me parece que animarse a saltar sin red se ha convertido en un superpoder en los últimos años. Ya no existe tal red, fe, ni promesa eterna que funcione para que olvidemos nuestra angustia existencial. Vivimos en un planeta que no parece estar en camino a volverse más sencillo ni más previsible. No tengo idea de qué me traerá el destino pero va a encontrarme relajada y tranquila. Descansar no es estar quieto. Descansar es revolucionario. Salto a la quietud, confío y decido informadamente, sabiendo que no tiene sentido esperar “la situación perfecta” porque no existe. El mundo es mucho más cruel y difícil de lo que pensaba. Toca adaptarse, dar lo mejor y confiar.
El problema es que pensas que tenés tiempo.
…y que el tiempo es inagotable, al igual que tus ganas y tus capacidades físicas. Sin embargo, un día cualquiera alguien se enferma. Esa pausa, a la que el individue no se entregaba por voluntad propia, regresa en forma de receso obligado. A veces, durante algunas semanas o meses. A veces, el descanso es permanente y para siempre. Reevaluar cómo invertimos el tiempo resulta una consecuencia bastante natural después de semejante experiencia. Quizá aquello que era tu prioridad máxima ya no te interesa tanto. Tal vez te cansaste de correr o de esperar. Pero más allá de definitivamente no salir siendo la misma, mi relación con el tiempo cambió radicalmente. No sé exactamente cómo voy a usarlo de acá en adelante, pero sí tengo claro que no quiero desperdiciarlo más.
No deseo apresurarme detrás de todo lo que podría hacer pero no hago. Quiero disfrutar plenamente de aquello que sí elijo y saborearlo con tiempo, como quien deja derretir un chocolate caro en el paladar. Masticarlo sin piedad sería desperdiciar semejante delicia y siempre condené mentalmente a los que lo disfrutan así. Lo mismo me ocurre con quienes beben frenéticamente un vino que se degusta mejor tranqui, con tiempo, dejándolo airear. Quiero gozar mis días con el respeto y la conciencia que exhibe quien se lleva a la boca un tinto complejo, añejado, que necesita tiempo para desplegar todo su potencial. Quiero dejar de pensar en lo que vendrá después para estar presente 100% porque, qué se yo cuándo volveré a pagar US$70 por una botella de los dioses. El precepto aplica tanto a la bebida más sofisticada como al tiempo limitado que tenemos en este planeta. ¿Qué se yo durante cuánto tiempo podré disfrutar de mis mañanas lentas, de mi salud, del amor de quienes me rodean?
Pienso ejercitar mi libertad en el descanso, todo lo que pueda.
Intentaré no compartimentar mi vida en actividades que le sumen productividad vacía. Quiero vivir ahora, no dentro de 20 años. No pienso patinarme todos mis ahorros en pavadas pero ni loca espero a jubilarme para disfrutar. Mi generación incluso quizá no se jubile y trabaje hasta sus últimos días, así que cada vez son más los motivos para dejar de esperar para vivir.
Soy consciente de que quizá la conversación sobre nuestra libertad de descansar incomode a quienes aún no están preparados para desmantelar el componente capitalista de nuestra perpetua autoexplotación. Empero, me parece que un buen punto de partida es autocuestionarnos con honestidad. En ese espíritu, comparto con vos las preguntas que me hice y me sirvieron:
Entre todos los conceptos de tiempo que manejo, ¿dónde queda aquel que me permite dar sentido a mi existencia desde el disfrute?
¿Cuánto entrego de mi recurso más valioso, mi tiempo y energía vital, a cambio de poder consumir?
¿Cuánto de lo que consumo me llena genuinamente y cuánto solo me provee estatus o hace feliz a otres?
¿Cómo uso mi tiempo cuando trabajo menos?
En mi vida adulta, ¿hay espacio para un hobbie, pasatiempo o actividad artística que no represente ninguna utilidad ni autooptimización?
El máximo exponente de mi libertad actual es permitirme haber parado. Me resultó mucho más desafiante renunciar y animarme a descansar que saltar de país en país con una valija sin rumbo. Por último, no quiero dejar de remarcar que hablo de libertad y descanso desde una perspectiva privilegiada. Yo descanso porque puedo pero también porque es un acto contracultural, porque no quiero medirme más en relación a lo que produzco. Es una decisión consciente tomada desde el privilegio.
Disfrutemos del tiempo, el descanso y, por sobre todo, la libertad de elegir la vida que mejor se alinee con nuestros gustos, ideales y proyectos.
Un abrazo enorme,
Lu.-