Escribo desde la cama por primera vez en largo tiempo. Arya, la gata del Inglés que ahora es “mi” gata, insiste en permanecer sobre mi regazo mientras tipeo. Apoyo la pantalla sobre su espalda y en lugar de huir, se estira como desperezándose y se acomoda a lo largo de mis fémures.
Ayer trabajé de tarde-noche y todavía me cosquillean las piernas de permanecer parada. Desde enero, que mi empleo de freelance chef se ha vuelto más consistente, mi cuerpo se viene adaptando a lo nuevo. Me da pudor confesárselo a mis amigues cocineres: sé que ellos viven con dolor de piernas o de ciático porque hace años que dedican incontables horas a las hornallas.
Yo siempre estuve en algún lugar intermedio, entre la pluma y el horno, entre los escenarios y los libros, entre el avión y la computadora.
Este cansancio es nuevo y aprendo a convivir con él. Elijo esta vida.
Últimamente resulta imposible ignorar que gran parte de les escritores de esta plataforma manifiestan hartazgo. En el fondo de toda queja, pareciera yacer una verdad ineludible: la “economía del creador” no da para más. Durante algunos años creímos que la angustia profesional-laboral podía suavizarse si nos convertíamos en nuestros propios jefes, pero la aceleración del capitalismo solo ha generado que cada vez necesitemos más laburos informales (o gigs) para solventar los gastos mínimos que todo humane necesita.
¿Cuántos artículos para una revista hace falta redactar para poder pagar el alquiler? ¿Cuántos alumnes necesita un taller para que el número alcance para pagar la boleta de luz? ¿Cuántas reproducciones debe tener un reel para viralizarse y así atraer un 5% de clientes pagos? ¿Dónde queda el arte si supeditamos toda creatividad al algoritmo? ¿Cuál sería nuestra producción artística si no nos importase que el resultado generase visualizaciones, clics, engagement o conversión a dinero?
No puedo (aunque lo intenté, claro, como todes) invocar ideas que me seduzcan si me entrego a concentrarme en: 1. hacer plata; y 2. atraer a las masas con clicbait.
No sé venderme como producto, no imagino una marca alrededor de mi persona, no comulgo con la idea de mostrar una versión idealizada de mi misma para convencer a los demás de que vivan como yo (y así venderles equis servicio o producto).
Desde que lancé este Substack, propuse mantenerlo libre de anuncios, publicidades, canjes y marketing encubierto. Así seguirá, pues no me interesa supeditar mi creatividad a las leyes del universo online. Cada vez lo encuentro más hostil y precarizante. Cada vez lo percibo más endeble y factible de desaparecer, al menos como lo conocemos. Las leyes que determinan qué tiene alcance, y en qué formato, cambian según se le antoja a los CEOs de las plataformas en cuestión, todo el tiempo. No considero una idea sensata (intentar) construir una carrera que dependa por completo de los caprichos de un Tech Bro, inestables y mercenarios como ya sabemos que son. No me parece buena inversión.
Cuando —finalmente— me salió la visa inglesa el año pasado, decidí que lo mejor para mí este año sería una buscar un empleo tangible en el mundo real. Preferentemente, quería un trabajo donde estuviera en contacto con personas en 3D.
Lo que más deseaba era poner manos a la obra, literalmente: articular lo que tengo para dar desde mis dedos, palmas y muñecas. Poner también los hombros. Salir de lo virtual e imprevisible hacia cierta estabilidad, la que me fuese posible en este planeta cada vez más incierto. O quizá la incertidumbre siempre fue la constante y quizá no había estado prestando suficiente atención.
Así es que hace 5 meses que aterrizó en mi vida este trabajo de chef freelance para una marca importante, donde intercambio mi tiempo y expertise por una suma concreta de dinero. Lo que se dice “un trabajo convencional”, con contrato y buen trato. Mis metas son, ante todo, muy poco originales: pagar el alquiler, ahorrar para viajar, habitar una ciudad que cada vez cuesta más.
Me duelen las piernas, decía yo al principio, y es parte del arreglo de poner el cuerpo. Mi privilegio es haber podido dejar el espacio de ocio (y vivir de ahorros más de un año) hasta que llegase una oportunidad que se adaptase a lo que buscaba. El oficio que resaltase aquello para lo que me estoy capacitando hace más de 10 años.
Mi búsqueda es dar a conocer mi identidad sudamericana desde lo que sirvo. Mi aporte es divulgar recetas argentinas a paladares que jamás las probaron. Mi motor es recibir interjecciones como “¡Mmmm!” o “¡Guau!” a modo de respuesta de mis comensales fugaces.
La labor profesional que desempeño afuera se refleja en el hogar, en forma de platos experimentales o clásicos de clásicos. El laboratorio culinario del que ahora dispongo expande los recursos, pero es en mi cocina doméstica donde doy rienda suelta a mi imaginación. Aventuro las combinaciones que mi deseo dicta durante los almuerzos, donde como sola. Por las noches, me dejo atravesar por el vegetarianismo del Inglés y presento menús plant-based.
Comparto hoy algunas creaciones para que te inspires, copies a tu manera o reinterpretes. No son recetas (¡aunque al algoritmo le encantan!) porque no disfruto transmitir la cocina doméstica así. No siento que le haga honor al modo real de cocinar en casa: libre, imperfecto, personalizado.
Por eso las siguientes fotos no están editadas. Por eso ves migas en la mesada. Por eso algún plato está cascado. Por eso los colores no son estéticos. Porque la intención no es que compares tu estilo de vida al mío y quieras comer (ser) como yo. Porque ahí está el enganche del influencer: que creas que tiene la llave mágica de una verdad absoluta.
No existe una fórmula transferible en relación a un acto tan instintivo como es comer.
Mis preferidas son las comidas en tres dimensiones, despojadas de la mediatización de la pantalla. Porque lo especial de cada cena compartida no se traduce en fotos. Porque un reel con música viral y formato viral y receta viral no satisface nuestro apetito (ni las ambiciones creativas del cocinere que lo realiza, te lo aseguro).
Ojalá sientas que para elaborar tu propia versión de cualquiera de los platos que siguen, no tenés más que poner manos a la obra y usar más o menos lo que ya tenés. Son conceptos que funcionan. Son ideas de todes, aplicadas de una manera específica según lo que había en mi heladera y alacena.
Empezá con lo que hay.
Es suficiente. Creeme.
EATING NOTES de mi Cocina Doméstica
¿Polenta para el desayuno? No veo por qué no.
Una polenta hecha con mitad caldo-mitad leche, con mucha manteca, parmiggiano y nuez moscada. Dejé las sobras de la cena de la noche anterior en un tupper rectángular reciclado, de los que nos mandan los deliveries las pocas veces que pedimos comida. La grillé en sartén con apenas aceite. Acompaño con palta, huevo over-easy y salsa Lao Gan Ma.
Sopa vegana de coco, miso y champiñones (de Martha Stewart)
Pocos ingredientes, pero un sabor umami profundo gracias al miso. El dulzor del coco lo complementa, sin tapar el sabor delicado de los champiñones (que compré en la feria por 1 libra el bowl).
El resultado es una sopa cremosa y adictiva, con perfume de ajo y jengibre. Nos devoramos la olla entera.
Laksa a mi manera
Se trata de una sopa malaya que reinterpreté para el paladar mayoritariamente vegetariano del Inglés, que sí acepta —por ejemplo— que la pasta de Laksa contenga camarones desecados.
Su sabor es picante, dulce y muy perfumado. La coroné con todos los veggies que tenía en la heladera y los toppings tradicionales de pepino y huevo duro.
Spaghetti alla Nerano
…tal como lo popularizó Stanley Tucci. El zucchini se fríe y luego se deja reposar con sal, para que se ablande. Pasados al menos 30’, se cocina en manteca con ramas de albahaca, a fuego bajo, hasta que comienza a ponerse cremoso. Allí se agrega la pasta al dente, un poco de agua de cocción, Parmiggiano y Provolone.
La salsa queda aterciopelada; el sabor del zucchini, sutil y caramelizado.
101 maneras de comer Mbejú
Siempre busco incorporar la fécula de mandioca en mis menús porque me hace sentir más cerca de casa. Para esta versión, incrusté los champiñones en la masa cruda del mbejú, para que se adhiriesen a la superficie. Serví con palta, huevo y de nuevo Lao Gan Ma, y sumé eneldo y ciboulette.
No lo como estilo pizza, porcionándolo en triángulos, sino cortándolo horizontalmente como una milanesa redonda, digamos.
Hongo enoki frito estilo KFC
Sanguchito vegano con sabor a fast food, que completé con kimchi y mayonesa. Los hongos enoki son como pequeños filamentos que, al empanizarlos juntos, ya cocidos se deshilachan como el pollo. Para darle el toque, glaseé las piezas con una mezcla de gochujang, soja, ajo y aceite de sésamo.
Comimos las sobras con la mano como nuggets.
Tarta de choclo en masa de papa
(Fundamental: Enmantecar el molde desmontable y espolvorear con pan rallado antes de poner la papa).
Cortar la papa en rebanadas lo más finas posibles, dorar apenas en la sartén con aceite y sal hasta que se ablanden. Luego forrar la base del molde superponiendo láminas de papa.
Dorar en el horno 15’ antes de rellenar con lo que tengas ganas.
Vegan burrito self-service
“Sin salsa no hay comida mexicana” aprendí de mi amigo Laureano hace unos años en Mexico. Lo recuerdo siempre a la hora de armar una comida inspirada en esos sabores.
Porotos negros en sofrito con pimentón ahumado, y pisados con pisapuré para dejar algunos con textura.
Tomate, cilantro, cebolla roja, chile rojo de Tesco, lima, aceite de oliva.
Palta con los jugos que suelta el tomate en la salsa del punto anterior.
Batatas finitas y largas al horno (para que no se caigan de la tortilla)
Arroz con comino y choclo.
Tortillas de trigo, quemadas directamente en la hornalla para revivir y ahumar.
Hasta aquí, GUARNICIÓN vol 18
La newsletter de gastronomía que te invita a transformar la materia como puntapié para transformar el mundo.
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